Filoctetes / Jordi Casanovas / Antonio Simón / 64 Festival de Teatro Clásico de Mérida
Un «Filoctetes» bien enfocado
Llegamos al ecuador del Festival con “Filoctetes”, tragedia –que nunca había sido representada en el Teatro Romano- escrita por un Sófocles octogenario que obtuvo en el año 409 a.C. (cuatro años antes de morir) el primer premio de las Dionisias griegas. El espectáculo ha sido realizado por Producciones Bitò y el Festival, en versión de Jordi Casanovas compartida con Antonio Simón (que también se encarga de la dirección).
“Filoctetes”, con sus 1.471 versos es un texto denso y complejo que no se ajusta a los cánones exactos de los que en términos aristotélicos es una tragedia. Y, tal vez por ello, no es fácil de montar. Como se sabe, los poetas trágicos griegos habían extraído buena parte del material de sus obras, de la tradición épica recogida y cantada por Homero unos tres o cuatro siglos anteriores. Por ello, cada vez que observamos la complejidad que estos núcleos narrativos épicos alcanzan en la tragedia ática, pensamos que el poeta dramático pudo apelar, del mismo modo que a Homero, a una tradición oral altamente elaborada y luego recomponer los mitos en la perspectiva hermenéutica que le posibilitaba su personal género artístico, así como su intransferible capacidad creadora.
“Filoctetes”, escrita en el transcurso de la guerra del Peloponeso (431-404 a.C.) y que tiene como fondo la guerra de Troya, nos muestra un conflicto nuevo de tres personajes con una crítica a los poderes impersonales que condicionan la libertad. Ulises representa aquí la «razón instrumental», al hombre político que hará lo que sea para poder cumplir lo que desea y que es capaz de mover a su favor incluso las situaciones adversas y trazar, a su vez, un mapa detallado de lo que ocurrirá si es que se mueve tal o cual hilo. Todos caen bajo el influjo de su voluntad, aunque no sea el personaje que más aparece en escena. Neoptolemo (el bueno e inocente hijo de Aquiles, enganchado en el juego de engaños) y Filoctetes (el héroe marginado por una cruel enfermedad en la pierna, del que necesitan su arma prodigiosa heredada de Heracles para ganar la guerra según el oráculo) padecen, en diferentes grados, esta influencia que se muestra como buena para la mayoría (ganar la guerra) y negativa para la persona. Queda la duda si el proyecto colectivo es propiamente beneficioso para los griegos o para el interés personal de Ulises. He aquí el elemento que hace tan actual esta tragedia extraña (sin un exceso pasional con derrame de sangre), en donde los juegos políticos hacen descansar muchas veces intereses de poder, más que un beneficio a los países.
Casanovas y Simón recrean el invento perspicaz, pero eminentemente textual, de Sófocles siendo fieles al espíritu de la obra original y a su calidad poética, ajustando los recursos tan dispares, curiosos e intrigantes de las escenas a un lenguaje más teatral que emocione y conmueva, potenciando los paralelismos con la actualidad en un diálogo vivo con el pasado, sobre todo en el terreno de la política (tal vez influido por una versión dialéctica de “Filoctetes” de Heiner Müller, que Simón había montado en 1997) e iluminando una idea feminista –extraída de la visión de la mujer contra la cultura patriarcal y bélica de la época- al cambiar el coro de marineros de Neoptolemo por un coro de mujeres (ya que en el texto solo aparecen hombres).
El trabajo teatral de Simón, está bien enfocado en su contenido como un espectáculo post-trágico de almas refinadas que se han sentido heridas y añoran un mundo más justo. De igual modo, llevado al plano de la sociedad contemporánea despierta una aguda atención al texto, una reflexión a propósito del abandono y la hipocresía de una sociedad ensoberbecida. En el montaje, el director catalán maneja perfectamente las situaciones solemnes, los ritmos y esas atmósferas enrarecidas del arte trágico con las que llena de suspense el Teatro Romano, donde no hay un solo instante en el que el interés decaiga. Ayuda a resolver las acciones una escenografía sobria –de una playa de arena negra con un barco encallado- de Paco Azorín, en rigurosa composición con video-proyecciones sobre el monumento que crean belleza. Resalta la parte final cuando aparece proyectada la imagen de Heracles (Miguel Rellán) ordenando a Filoctetes ir a Ilión –donde será curado y realizará sus hazañas- poniendo así el deux ex machina de un feliz desenlace de la tragedia.
En la interpretación, destaca un Pedro Casablanc (Filoctetes), magníficamente caracterizado, que llena de resplandor dramático la escena -mostrando la catarsis de su sufrimiento- declamando esa inquebrantable decisión -que estruja y conmueve- de no ceder ante el chantaje, erigiéndose en acusador de los que le abandonaron en sus desgracias. Félix Gómez (Neoptólemo) defiende bien, con expresividad y buena voz, un difícil papel de juego de palabras que pasa por muchas las vicisitudes. Samuel Viyuela (soldado) logra dignidad escénica y desenvoltura en sus varios desdoblamientos. Y Pepe Viyuela (Ulises) imprime oficio a un personaje de héroe imperfecto bien cuestionable (en cierto histrionismo de su modificada caracterización, con traje y corbata, y rol más propio de un personaje sinuoso de “aparato político” que está lejos de aquel Ulises glorioso de la “Odisea”). El punto más débil del montaje está en el coro, donde no hay equilibrio tonal en las voces concientizadoras de las dolientes ninfas y en las composiciones de sus movimientos coreográficos, tal vez por falta de suficientes ensayos.