Zona de mutación

Foco virtual de excitación

En su breve ensayo «Pequeña anatomía del inconsciente físico» Hans Bellmer alude al mecanismo de desdoble que el dolor físico intenso (un dolor de muelas) puede operar en una persona, hasta hacerla derivar a una mano que se crispa y rasguña la piel, trasladando, desplazando el foco de dolor a otro punto del cuerpo. Esa bifurcación produce una morigeración, una desagregación que atempera la tortura. La necesidad del cuerpo es intensa y la búsqueda de una salida, de una solución a lo que martiriza, urgente y refleja. Bellmer comenta que es como una ‘tendencia a desorientar’ ese dolor, generándole un ‘foco virtual de excitación’. La solución a lo insufrible se produce como figura y expresión en dicho desdoble, en dicho desplazamiento. La necesidad expresiva, podríamos decir, se manifiesta en tales desplazamientos deliberantes-deliberados, que expurgan angustia y malestar en imagen. Y como el plástico alemán, creador de los famosos ‘cefalópodos’ y fotos con su esposa-modelo Unica Zurn, menciona: «la expresión, con su implicancia de placer, es un dolor desplazado, un alivio». Si se habla desde un cuadro de necesidad, dicha transferencia de centroç, a la vez, es tanto compensación como superación. El ‘como si’, que como señuelo explicativo creara Stanislavski en el teatro, alude a una traslación imaginaria, ficcional, por la que se corporiza ese efecto de desdoble. La táctica de un método (un logos) que permite administrar el pathos, la apelación a la emoción. El foco virtual de excitación, en este caso, reconfigura un cuerpo sobre la idea ficcional de una bifurcación existencial, cuyo resultado es una imagen (una figura) en la que las tensiones de la ‘necesidad’ fingida, se acogen al alivio de un resultado expresivo. Todo esquema imaginario que comienza en la percepción y conocimiento de un cuerpo real (el propio), impone que su dominio es sólo a costa de un gran esfuerzo y un manejo de tales centros virtuales de excitación. Una conclusión sería que no sólo se trata de un desplazamiento, sino del acceso a ese cuerpo espectral, ‘doble’, que convive con el cuerpo bio-fisiológico, y al que el sujeto se puede transportar técnicamente de manera instantánea, quizá decir, espontánea. El arte expresivo consistiría en dar con esa geometría y esa acupuntura que permiten corporizar la doblez virtual de manera inmediata. No es sino una poética, ejercicio de poeta. El largo oficio de un actor le permite disponer de un cuerpo dramatizador y dramatizado, lo que equivale a un gradiente de posibilidades que sólo se correlacionan con el oficio que ha de desarrollar para implementarlas. Lo cierto es que aquel foco, aquel ‘centro’ al que aludimos, es una zona de convergencia, de elaboración expresiva y ficcional. Una zona, como bien describe Bellmer de superposición, donde se funde lo real con lo virtual, y donde uno gana lo que el otro cede, donde dialoga la percepción pura con la representación pura, pero que en la medida que la zona virtual es la zona de lo no dicho de la zona real, tal superposición es la salida expresiva a fuerzas o contenidos que se oponen. Es la zona de un ‘escándalo’ por donde no sólo se viabiliza eventualmente lo inconfesable, lo oscuro, como auto-goce, sino como zona generadora de un goce hacia fuera. El cuerpo debe poder con su propio escándalo para ser expresivo, pero ya no alimentando su eco desde la obsesión moral del reprimido, sino como solución a una potencia que nos habita. Lo que se ve finalmente, puede ser del campo de lo inmirable; lo que se da, de la imposible donación; lo que se recibe, de la imposible trasmisión. Toda expresión es, en un momento y de alguna manera, la certeza o atisbo de un nuevo cuerpo. Un nuevo cuerpo por ascesis de la fuente real que se configura en dicha virtualidad, o directamente el nuevo cuerpo que se re-corporaliza en su espectralidad, pero captando la potencia en acto de una corporalidad integral, develada poéticamente. Todo este proceso de traslaciones convierte al cuerpo todo en un dispositivo dramático, con capacidad de contestación a sus propias emisiones, en un cuerpo anagramático, con funciones y partes reconfigurables. Un ano, boca; un brazo, pierna, una mano, pene, un dedo, ojo.


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