Zona de mutación

Frente al caos

Cosmos supone un orden opuesto a caos.

En el maremágnum de los hechos naturales, los hechos de la vida surgen como eventos independientes, sin causas ni efectos: cada acontecimiento ocurriría al azar e independientemente de los otros. Pero sólo aparentemente.

La teoría del caos, considera que existen procesos aleatorios, pero acepta que ciertos otros procesos no son caóticos sino ordenados, por lo que hay entre ellos vínculos causales. Si hay vínculos causales es porque hay circuitos de retroalimentación que no advertimos, por donde se verifica una amplificación de las desviaciones: por ejemplo, que una pequeña causa inicial, mediante un proceso amplificador, pueda generar un efecto considerablemente impredecible y hasta catastrófico.

Basta pararse como un humilde observador frente al infinito de las posibilidades, comprobando que los hechos adquieren un determinado orden, para que la obsesión y la angustia se posesione del espíritu inquieto, afanado en saber.

Las tranquilidades en que se cree transcurre el río de las cosas, oculta lo que oculta la pantalla de la realidad. Debajo de los acertijos, de las infinitas relaciones, subyace una verdad, un trasfondo que no vemos. Es lo que sospechamos, y creemos.

Es profundamente desafiante. No llegar a resultados, puede sumir al curioso en la paranoia total. Nada se hace porque sí. Hay razones, que por misteriosas estrategias que adoptemos los seres humanos, no se alcanzan a justificar. Esos silencios, ese callarse, no pueden si no sonar a engaños. Se fomenta un extravío deliberado, que evita que el otro pueda comprender.

Se apela a diferentes referencias, pero importan los resultados propios. La trinchera de máscaras, ante el avance de los ojos que se empecinan por ver el verdadero rostro de la realidad, se emplazan para contrarrestar esos ímpetus, sumiéndolos en los planos obvios por los que transcurren las relaciones entre unos hombres y otros. Nadie se da a fondo, ni regala nada. La vida de relación es una intriga inagotable. El apasionado puede enloquecer frente al crímen cometido en común. El crímen de lo social, de lo cultural, pergeñado por un sinfín de orquestadores sistemáticos.

Detrás de toda creencia hay un deseo, que es quien le da su intensidad, su entereza y envergadura, su razón de ser. El poder del pequeño detalle, puede que escape al registro visual de la mayoría, pero en ellos hay pistas, señales indicadoras. Ellos han hollado los designios y deseos de los forjadores de un hecho real. Un simple detalle decide una vida. La gente hace de ellos portadores de auras y buenas nuevas. La angustia será por develar lo que se oculta. Por alcanzar con los develamientos un poco de razonabilidad, de previsibilidad. Una zona de control sin imprevistos impertinentes. Pero la semilla del desajuste está en el mismo ser humano. Él se propone, se lanza, se arriesga. Él participa del caos, descalabra con sus audacias lo que conocemos. Rompe el orden con sus inmoralidades. Sabe que los límites engañan. No se conforma con ser él, con ser lo que es. Quizá no sea nada de eso. Busca su revelación. No acepta cómo lo ven. Quiere más. La vida es la resaca de todo lo que no hacemos. Sus fruslerías son más importantes que no dejan tiempo para más. La sospecha nos alcanza, nos incluye.


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