Generación Bradomín
El pasado viernes 17 de setiembre se celebró en el Círculo de Bellas Artes de Madrid un entrañable encuentro para celebrar los veinticinco años del Premio de Textos Teatrales Marqués de Bradomín. Con la coordinación de Jesús Cracio, uno de los agitadores de este premio y una de esas personas imprescindibles para entender una parte de la realidad teatral española, se juntaron un buen número de los ganadores de los primeros premios y de los accésit de estos veinticinco años. Y en este repaso general, somero, uno puede encontrar algunas claves de la dramaturgia española de este último cuarto de siglo.
Quede dicho que este premio lo organiza el Instituto de la Juventud, ahora mismo enclavado en el Ministerio de Igualdad del Gobierno de España, y que en esa ceremonia, homenaje, recordatorio, se proclamaron los ganadores de la edición de este año, y se realizó una representación de ‘Viento en las velas’ de Llàtzer García, ganador del premio en la edición de 2009.
Hay que señalar que este premio que intenta descubrir nuevos valores menores de treinta años tiene una dotación económica, la edición de las obras premiadas y una ayuda para la producción de la obra ganadora, lo que completa el círculo virtuoso de lo que debe ser un Premio, incitador al descubrimiento sobre la escena de nuevos valores. Queda dicho.
Relatemos algunos de los premiados, por orden cronológico: Sergi Belbel, Antonio Onetti, Alfonso Plou, Pedro Casablanc, Rodrigo García, Juan Mayorga, Pablo Ley, Antonio Álamo, Borja Ortiz de Gondra, Yolanda Pallín, Paco Zarzoso, Roberto García, Eva Hibernia, Itziar Pascual, David Desola, Gracia Morales, Juan Alberto Salvatierra. Paramos aquí porque los premiados en el siglo siglo veintiuno, por lógica, todavía no han consolidado su carrera, aunque Josep Maria Miró Coromina, ya ha ganado hace dos años el Premi Born.
Mirando esta nómina, parcial, se podría decir que existe una Generación Bradomín, aunque lo más preciso sería señalar que este premio Marqués de Bradomín, y sus jurados, han tenido el acierto de premiar a obras de autores y autoras que han sabido desarrollar posteriormente una carrera seria y que se han convertido, algunos de ellos, en los que tienen más presencia regularmente en los escenarios. Esto es indudable, y hay que remarcar algo que en la fiesta conmemorativa quedó manifiesto: las premiadas eran primeras obras, escritas sin ningún convencimiento ni escuela, solamente inspiradas por la cantidad de dinero con el que estaba dotado.
Es decir, provocados por la necesidad de encontrar dinero para mantener su vocación, en todos los casos verbalizados con la literatura como fin, pero no exclusivamente con la dramaturgia, en algunos casos su vinculación teatral era leve, acaso fruto de un taller, en otros por un oportunismo coyuntural, ganan y a partir de este hecho, empiezan a tomar la literatura dramática como una posibilidad profesional y en varios casos, el desarrollo de su carrera literaria ha sido, claramente, en el teatro. Y en muchos casos con brillantez y convirtiéndose en autores o autoras referenciales.
Los que tenemos la suerte de participar como jurados en varios premios, como ha sido en el que mencionamos de este año, podemos certificar que se escribe mucho teatro. Diverso, experimental, clásico, quizás con una influencia muy presionante de la escritura para expresiones audiovisuales, y que cuando se abren las plicas se ve que muchos son estudiantes de dramaturgia en escuelas superiores, que se trata de personas vinculadas muy directamente con la práctica teatral. No es que no existan escritores incitados por el premio, sin vocación teatral, que también, sino que la perspectiva nos da un diagnóstico, a mi entender, más positivo. Hace veinticinco años, escribir teatro era un impulso, un don, ahora, además de ello, del talento, se pueden estudiar técnicas, hay una planificación. Que no garantiza que salgan grandes autores, pero que proporciona a los que quieran serlo herramientas para mejorar sus posibilidades.
Quizás no se pueda hablar de una “Generación Bradomín”, pero sí se detecta con claridad a un buen puñado de autores que a partir del Premio se han convertido en esenciales de nuestra escena y, por lo declarado, todo partió del premio, así que no hace falta decir mucho más: que siga el Premio, que los que ahora ganan y casi desconocemos, de aquí, diez, quince o veinticinco años sean los que proporcionen habitualmente los textos para los escenarios. O dicho de otro modo, que siga el Bradomín dejando huellas en la dramaturgia española para que nadie se pierda, de generación en generación.