Gonzalo Cunill y Ensalle Teatro de Vigo
La carencia, esa que lleva artículo determinado y singular, aunque sea inenarrable, es una soga al cuello. Una soga que aprieta, pero no ahoga. La sangre sigue fluyendo entre el corazón y la cabeza. La carencia aprieta el cuello, pero permite el tránsito de la sangre y del sentimiento.
Todas las personas caminamos por la vida con una o más carencias. Ellas son la condición de muchas de nuestras actitudes, comportamientos y acciones. Son constitutivas.
La carencia no gusta, no vende, no está de moda.
La carencia nos deja en bragas y a la intemperie.
No hay dinero ni producto de consumo que puedan resolverla, suplirla o eliminarla.
La verdadera carencia inenarrable se nos instala en el mismísimo tuétano de los huesos. Equivale al destino o al fatum, porque condiciona nuestro estar y, a la postre, nuestro ser. El núcleo más profundo de la identidad está ahí.
Gonzalo Cunill, el actor que algunos hemos conocido por los espectáculos de Rodrigo García y que ya antes había trabajado en las dramaturgias posdramáticas de Carlos Marquerie, se estrena, como dramaturgo, en ‘Sin la soga al cuello‘, con Ensalle Teatro de Vigo. Han estrenado esta pieza el último fin de semana de enero de 2022.
El texto de Cunill es fascinante por su capacidad para detener el fatum trágico, el destino. Por su capacidad para aflojar la soga de la carencia, al jugarla entre palabras y la performance escénica. Un jugarla que, contándonos muchas impresiones, reflexiones y escenas, nunca va a cometer la soberbia de narrárnosla y mucho menos aún la ingenuidad o pretensión de representárnosla en un drama.
El texto es muy sugerente y, al mismo tiempo, directo, no se anda con eufemismos ni se recrea en figuras retóricas. Es bello de escuchar, tiene una calidad literaria y, sin embargo, no hace ostentación de ella. Se puede sentir el temblor de la carencia y sus derivaciones, hasta cotas de impresión. El diálogo con la ira y sus reblandecimientos por el paso del tiempo; con la soledad o el refugio en la casa del autismo, escogido como opción plausible y necesaria; con las relaciones, sobre todo las amorosas, que tampoco van a suplir la carencia; con el mito de la caverna, aquí transmutada en la cueva en la que estar para necesitar salir y para volver a ella; la dificultad para la disidencia frente a la presión para que todo el mundo hable de lo mismo, el peso de tener que parecernos todos y de que a todos nos tenga que interesar, más o menos, lo mismo…
‘Sin la soga al cuello‘ es un texto que produce imágenes, que generan un universo contemplativo de tensiones que fluctúan entre lo existencial, lo filosófico y lo conceptual. Está el ahondamiento en el sentir, el padecer y el gozar, humano. Una especie de búsqueda desengañada, sin utopías ni distopías, sin la presunción del escéptico, sin violencias ni resquemores, sin la agarradera de la ironía. Un existencialismo quizás neorromántico (y pido disculpas por las etiquetas), porque se proyecta en el paisaje y el contexto que le rodea. Se detiene en algunos detalles de una manera aparentemente ecuánime y no reactiva.
Es desde ahí, desde esa ecuanimidad no reactiva, desde ese contemplar y contemplarse, que la carencia se desactiva como destino o fatum trágico. Es desde ahí que el título de la pieza nos anuncia una liberación. Y al ponerla en escena y compartirla con nosotras/os, esa liberación nos alcanza.
La poética de Gonzalo Cunill y la de Ensalle Teatro concuerdan en su práctica teatral, según la cual el texto contiene la matriz del sentido del espectáculo, pero no su dramaturgia ni ostenta una hegemonía respecto a las acciones escénicas. La relación entre la palabra dicha, e incluso leída, en uno de los pasajes, y la performance es libre, sin servidumbres, sin redundancias ni ilustraciones. La performance establece una analogía o asociación con el texto, en un estar que canaliza el sentido, la dirección y nuestra recepción participativa. Ese participar no implica que tengamos que hacer algo o decir algo durante el espectáculo. No. Implica algo mucho más comprometido y menos laboral: estar con ellos, con Gonzalo, Artus Rey y Raquel Hernández, porque ellos también están con nosotras, con nosotros.
Los objetos que están en el escenario no son una escenografía teatral que camufle el espacio de la sala del Teatro Ensalle. Son objetos que proceden de la vida cotidiana y que se incorporan a la acción desde una concepción funcional, pero también simbólica, integrándose en el plano visual, igual que las metáforas se integran en un poema.
Por ejemplo, el exprimidor rojo y nuestra necesidad de exprimir el placer al máximo, se podría transmutar en la performance de Raquel, jugando a exprimir compulsivamente y con deleite diferentes partes de su cuerpo.
El sillón de orejeras, como ese cobijo en el que el cuerpo no solo se sienta, sino que también se retuerce y viaja. Creo que fue Fernando Pessoa quien, en algún verso, escribió que los mejores viajes los había hecho sin moverse de su silla.
La mesa y las sillas cojas, en las que los tres se sientan a tomar un vino, y ese leve desequilibrio físico, que se suple con la simpatía y la necesaria comunión en el estar juntos, genera algo excepcional análogo a lo que dicen.
Las líneas de luz cerrando el plano visual sobre alguna parte del cuerpo, la mano, el brazo de Gonzalo, por ejemplo; o la luz de las linestras parpadeando en el ángulo del fondo y volviendo espectral la presencia de Raquel, igual que hace la lámina de plástico detrás de la que baila en una de las secuencias; o los diferentes recortes de luz, tramando una partitura de la imagen, que incluye la oscuridad y la penumbra. Eso mismo es la vida, ¿no?
Creo que se trata de una propuesta exenta de efectismos, donde los clímax escénicos y emocionales no son ostensibles. Todo parece estar tratado desde esa ecuanimidad no reactiva de la contemplación, incluso la ira o las contrariedades expresadas.
No he leído el texto, pero después de ver el espectáculo, creo que también podría semejarse a un monólogo interior. En escena se reparte en tres voces y tres cuerpos que le aportan sus matices, pero sin apartarse de esa ecuanimidad del observador.
La lente de esa observación actúa como una fuerza centrípeta que nos concentra, que nos vuelve a traer aquí, a nuestras carencias, a nuestro ser y estar.
‘Sin la soga al cuello’ establece la confianza, con nosotras/os, para el ejercicio compartido de darnos cuenta de ciertas cosas, ciertos detalles, que, en suma, forman parte de condicionantes vitales que no son un asunto menor.
La riqueza de las presencias de Raquel, Artús y Gonzalo, en su diferencia y en la harmonía que encuentran dentro del texto y en la performance, añade franqueza y un lugar concreto. Además, las tres presencias contrarrestan sus propias individualidades y la del texto en una coralidad inclusiva, que nos incluye, y que aleja el discurso de lo exclusivo. Al mismo tiempo que le otorga, junto a la luz de Pedro Fresneda, un despegue hacia lo universal. Casi me atrevería, incluso, a afirmar que ‘Sin la soga al cuello‘ posee la incandescencia de lo antropológico y lo mítico, como la tragedia, pero vaciada, eso sí, de catarsis y purgaciones. Se trataría, más bien, como ya he comentado, de la impresión que causa abrir los ojos y la consciencia respecto a la soga que nos aprieta el cuello, para, serenamente, liberarnos de ella, aunque nos quede su marca.
P.S. – Otros artículos relacionados:
“Felices fiestas en el Teatro Ensalle de Vigo”, publicado el 26 de diciembre de 2021.
“Antes de que llegue la bestia. Ensalle”, publicado el 8 de noviembre de 2020.
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“Canchales/El Canto de la Cabra/Ensalle Teatro”, publicado el 22 de marzo de 2016.
“Las calles corrían por las calles / Teatro Ensalle”, publicado el 10 de marzo de 2015 (en la sección de Crítica).
“No deberíamos salir nunca de aquí / Cía. Ensalle Teatro de Vigo”, publicado el 21 de marzo de 2014 (en la sección de Crítica).