Goool… El espectáculo del fútbol
Celta 3. Valencia 1. Estadio Municipal de Balaídos. Vigo, 23 de agosto de 2024. Cohetes, cánticos, banderas, alegría, arrebato, fiesta. En este día el Real Club Celta de Vigo cumple 101 años, cifra capicúa. Salimos contentos del espectáculo y me pregunto si las emociones que experimentamos durante el partido serían posibles sin adherirse o identificarse con uno de los equipos en contienda. Me pregunto si las emociones que experimentamos serían igual de intensas sin esa dimensión de batalla entre el nosotros y el vosotros, entre nosotros y los otros. Más aún aquí, con siete jugadores de la casa, en el RCCelta, en acción. Claro está que se trata de una contienda sublimada por el juego. No es una lucha literal, como en las guerras que nos circundan, ni en las diferentes formas de violencia contra quien – los otros – pretende forzar los límites y entrar en nuestro país, generalmente acuciados por necesidades básicas (el hambre, la miseria, la falta de libertades). No, aquí la violencia se sublima en la rabia o en el enfado cuando el árbitro no le pita una falta a algún jugador del equipo contrario o si pierde el nuestro. Entonces aún se puede oír algún insulto en la grada.
El fútbol, igual que el teatro, es un juego en el que se sublima un conflicto. En el fútbol parece entre el nosotros y el vosotros, nuestro equipo y el vuestro. En el teatro pueden sublimarse infinidad de conflictos vinculados a diferentes temas, ideas, percepciones y perspectivas sobre el mundo. En el teatro las emociones mueven pensamientos e ideas. En el fútbol me parece a mí que no.
Roi, mi sobrino de 14 añitos, en plena adolescencia, es un futbolero. Vive en Lugo y este mes de agosto ha estado de veraneo con la madre y la hermana en mi casa en Vigo. Roi está en una edad en la que pertenecer al rebaño es algo principal y el deporte rey, de alguna manera, garantiza sentirse parte de algo. El caso es que le hacía mucha ilusión ir, por primera vez, a Balaídos, el estadio del Celta, y a un partido de primera división. Yo, que soy una persona llena de curiosidad por el mundo, pero que nunca jugué al fútbol ni fui a un partido en mi vida, pensé que este podía ser el momento de asistir a ese espectáculo. Y allí nos fuimos Roi y yo. Él, vestido con el uniforme, igual que muchos forofos, con la equipación del RCCelta y, por supuesto, con la bufanda celeste. Yo fui de paisano. Y allí me veo, entre una multitud de unas casi treinta mil personas que llenaban el estadio, a pesar de que los precios de las entradas no son nada populares, por lo menos si los comparamos con los de las entradas para ir a ver un espectáculo de danza o de teatro en Galicia. Pero bien, se trataba de un partido de primera división entre actores millonarios, por decirlo de alguna manera, porque imagino que los jugadores de esta categoría ganan una pasta y no te digo nada ya si nos vamos a los fichajes del Real Madrid o del Barça, ahí las cifras, a mí, ya no me caben en cabeza. Aquí, aparcados al lado del estadio, solo había un Lamborghini y un Ferrari, así que no es para tanto la cosa.
Retomando el hilo del espectáculo. El partido Celta/Valencia del 23 de agosto de 2024 fue, sin duda, un espectáculo por varios motivos. Pero no se trataba de un espectáculo de teatro dramático realista, en el que la acción fuera una ficción, bajo las reglas de la narratología, y los actores fueran personajes. Más bien, se trataba de una pieza de teatro físico (no textual) de creación colectiva (“devised theatre”), dentro de algunos de los parámetros de la dramaturgia posdramática: el interés estaba directamente en la realidad y veracidad del mismo juego. No se trataba de movimientos o gestos de verosimilitud (parecidos a la verdad). En ellos había una realidad y una verdad intensificadas por la urgencia del propio juego y por el difícil control del balón. Por ello, las estrategias coreográficas y de movimiento respondieron a las necesidades del control del balón en el área de juego, sabiendo responder, en todo momento, al azar y a la sorpresa, desde una escucha integral y fuera de lo común. No hubo una amplificación de la presencia de los actores, como ocurre en el teatro dramático, para proyectar y mostrar a los personajes y lo que dicen y que sea magnético y llegue al último espectador en la última fila de la platea o del gallinero. No se utilizó energía extra-cotidiana en la búsqueda de movimientos extraordinarios que captasen nuestra atención. Aquí, en el espectáculo del fútbol, la amplificación de la presencia de los jugadores y lo extraordinario de sus movimientos proviene directamente de la necesidad de controlar el juego e intentar marcar el gol en la portería contraria.
Lo disfruté y me emocioné, aunque no soy un aficionado al fútbol. Y eso me pasó, lo confieso, identificándome con el RCCelta de Vigo, aunque yo sea muy de Dansa València, jajaja… y aunque me siento muy en mi salsa con todo lo que concierne a los Països Catalans (Expresión de Mossèn Cinto Verdaguer en “El Pi de les Tres Branques”).
En cuanto al juego en sí, a mí que, como digo, no entiendo nada de fútbol, me gustó mucho ver que los jugadores del Celta eran generosos en pasarse el balón continuamente, sin que ninguno intentara robar el protagonismo. Incluso el más aclamado y protagonista de uno de los tres goles, el moañés Iago Aspas (1987), no daba la nota quedándose con el balón sin pasarlo. Es más, me gustó mucho su soltura en el campo, esa forma de caminar con los hombros y los brazos hacia atrás y sus pasos como si llevara pantuflas y como si estuviera caminando por su casa. También me sorprendió la precisión en las carreras y la velocidad para interceptar el balón de todos los jugadores en general. La expectación en el penalti, que falló, esta vez, Aspas. El clímax en los goles. Los clímax frustrados y la adrenalina en los goles fallados. Creo que algo que me cautivó profundamente fue la concentración de los propios jugadores que, de alguna manera, se volvió contagiosa, así como el nivel de energía de alta fisicalidad que impone el juego. Eso es algo que aprecio mucho en la danza y también en el teatro: el nivel de concentración, escucha, atención y fisicalidad en el escenario, que creo que son fundamentales.
Otro espectáculo fue el público, la afición, de pie cantando el himno del RCCelta y otras canciones para celebrar los goles o animar al equipo en momentos de tensión, las reacciones instantáneas ante las faltas y fallos, así como ante los goles. La implicación física, de pie, saltando y botando, bailando o en la fantástica coreografía que consistía en hacer una ola agitando el tronco y los brazos al unísono y haciéndola evolucionar por todo el óvalo de la grada. ¡Un espectáculo! Espectáculo masivo.
¿Salimos diferentes de cómo entramos? ¿Ha cambiado algo en nuestra vida, aunque solo fuera un pensamiento? Lo dudo. Pero, en este caso, salimos contentos.
Y no quiero terminar sin recomendar ‘O libro do fútbol’ (El libro del fútbol), publicado por Editorial Galaxia el año pasado. En él participamos Pedro Feijoo, Mercedes Corbillón, Xosé Ramón Pena, Alberto Avendaño, Elena Gallego Abad, Ana Abad de Larriva, Rexina Vega, Xosé A. Perozo, Ernesto Is, Cristina Pato y yo mismo, jugando en sus páginas un partido amistoso, con historias sobre las luces y sombras de este espectáculo.