Gota a Gota de El Canto de la Cabra
Pocas veces tengo la oportunidad de contemplar un espectáculo en el que “lo natural” se transmute en arte, sin que el arte ostente su artificialidad. Existe el entendimiento común de que el teatro es el arte del fingimiento, de hacer aparecer personajes ficticios, a través de la interpretación de las actrices y los actores, y de representar una historia, igualmente ficticia, que, no obstante, nos resulta verosímil y se erige en espejo de lo real.
Bien, este es el concepto general y más tradicional que tenemos de teatro en occidente. Se trata, por tanto, en este caso, de un dispositivo escénico, un aparato, sumamente artificioso y artificial, que genera ilusión de realidad (realismo).
Frente a este concepto, por decirlo de algún modo, tradicional, estaría aquel teatro que difumina fronteras respecto a la danza, a la instalación, al happening, al circo, etc. y se afirma en la realidad del propio juego, de su plasticidad y de su musicalidad, como fuerzas interpelativas. El teatro que acentúa su contingencia real y su materialidad para resultar, quizás, más “arte viva”.
La última creación de la Cía. El Canto de la Cabra, titulada Gota a gota, es un ejemplo impresionante de cómo la realidad germina en arte.
La condensación performativa, plástica, musical y, en definitiva, teatral del tiempo, Gota a gota, fue el estreno de la nueva pieza de El Canto de la Cabra, con la que nos regaló el Teatro Ensalle de Vigo el 18 y el 19 de mayo de 2019.
En la onda del Stifters Dinge de Heiner Goebbels, que tanto impacto causó en 2008, cuando estuvo en Las Naves del Matadero de Madrid, El Canto de la Cabra se acerca a esa poética en la cual la atención a la materialidad del espacio, de los objetos, de la luz, del sonido, en su escucha atenta, acaba por despegar hacia lo trascendente, más allá de nuestras expectativas y apuros más fungibles.
Gota a gota es una pieza atemporal que, sin embargo, se afinca en la materialidad substantivada del tiempo, en la manera que tiene la lumbre de consumir los hilos que penden del techo. Esas gotas de lumbre, que ascienden, en tensión rítmica contrastante con las gotas de vino, que descienden de los guantes hinchados de licor, para percutir un dibujo abstracto en la madera de las cuatro tablas que hay en medio del suelo y en la copa de cristal que está en su centro.
Una instalación en la que se integran Carmen Menager, David Climent y Juan Úbeda (en la creación de este maravilloso engendro también está, por supuesto, Elisa Gálvez). Activan el dispositivo casi como un conjunto de músicos que pulsan las cuerdas de un arpa. En este caso, el instrumento es una maraña de hilos a los que van, con distintas velocidades e intervalos, prendiéndoles fuego. Y también, el móvil de guantes que pende en el centro, encima de las cuatro tablas, hacia el que, la actriz y los dos actores, como bailarines, se estiran para quitarles, de cada vez, un alfiler e ir liberando hilos y gotas de vino.
A la par de las personas actúan las llamas pequeñas de lumbre ascendente y el líquido rojo del vino que desciende.
Una congregación de elementos reales se confabula para generar un encantamiento, en la recepción, del que resulta difícil escapar: el sonido amplificado de la percusión de las gotas; el dibujo caprichoso del vino, con sus estelas de espuma, con la persecución de las burbujas en círculos, debido a las espirales de los chorros, producidas por el girar de los guantes en el aire; el crescendo de las diminutas hogueras en los hilos, como constelaciones de estrellitas; el crescendo de los estampados de vino en las tablas y la sinfonía de gotas…
Además, de cuando en vez, se nos invita a leer unas pocas frases, que se proyectan en una pantalla del cuadrilátero escénico. Una acción caligráfica que celebra aquello que tenemos de cabras. Y, como la cabra tira al monte, también celebra el hecho, hoy revolucionario, de liberarnos de la necesidad de discurso, de las listas, de no ser los elegidos, en este mundo en el es tan importante saber venderse y en el cual parece que el marketing debe formar parte da nuestra existencia.
¡Y el final es memorable, sublime, bellísimo! El final de la performance es el final natural que coincide con el agotamiento del líquido, que mana del móvil de los guantes y con la extinción del fuego, después de consumir todos los hilos. El final natural del sonido del goteo. Un final natural que nos sienta muy bien porque nos hace sentir la belleza y la necesidad de lo efímero. Un final natural que es una metáfora anti-sentimental y justa del acabamiento, de la extinción… de la muerte.
En un sentido similar, quizás, la dramaturga AveLina Pérez comentaba en la red social, cuando yo puse mis impresiones primeras sobre este trabajo: “Había, en esta pieza, una importante presencia de la ausencia, algo que no es fácil.”
Es cierto, en la instalación, la actriz y los dos actores no eran los protagonistas, no había en su estar un ser que se nos presentase. Tampoco es que hubiese una ausencia de ser, pero, desde luego, no había, para nada, una utilización o presentación de sus seres, de sus identidades, de sus historias, de sus anhelos, de sus objetivos. La actriz y los dos actores, sencillamente, intervenían, de manera callada, armoniosa y musical, en la activación del dispositivo, cediéndole la capacidad mágica de germinar artísticamente.
La instalación parecía funcionar de manera autónoma, permitiéndose el hueco. Ese ahuecamiento, sin las historias que nos montamos las personas. Ese vacío de personas, esa ausencia de seres que, por lo general, el teatro suele reclamar y enfatizar.
La conexión con las llamas que ascendían, consumiendo los hilos, y con las gotas de vino y su olor embriagador, con su percusión heterogénea, nos absorbía y, de alguna manera, también nos vaciaba. Algo semejante a lo que parece decir aquel poema de Uxío Novoneyra:
“[…]
Eu a ollar pro lume
i o lume a ollarme.
O lume sin queimarme
fai de min fume…”
(Yo a mirar para la lumbre / y la lumbre a mirarme. / La lumbre sin quemarme / hace de mí humo…)
No obstante, Gota a gota es una celebración poética de la vida, que este sistema que nos montamos está dejando al margen. De la vida en la que los tiempos y los hechos se van dando, sin precipitarlos, sin forzarlos, sin imponer, sin demostrar. La vida de lo efímero sencillo y feliz, la belleza de lo pequeño, frente a la vida de lo fungible y de lo costoso.
P.S. – Sobre la obra de El Canto de la Cabra, también puede leerse, en Artezblai:
“El tiempo y El canto de la cabra”, publicado el 4 de diciembre de 2015.
“Canchales/El Canto de la Cabra/Ensalle Teatro”, publicado el 22 de marzo de 2016.