Grandes lecciones
Las circunstancias nos sitúan en Madrid con bastante asiduidad, y uno siente que probablemente se está viviendo un momento de esplendor teatral. Las veces que uno va a los teatros, y es casi cada día de la semana, las salas están llenas. Se sabe que otros teatros también están con una ocupación bastante importante, cuando no con el cartel de no hay billetes. No me refiero a los musicales, ni al teatro más mercantil que también mantienen una actividad muy importante y con espectadores a los que no ningunearemos. Hablo de salas alternativas, de teatros institucionales.
Nos queda una duda, analizar los flujos y movimientos que se están produciendo en el terreno de la producción más independiente, de la creación, de las nuevas dramaturgias. En cualquier caso, sabiendo que nos movemos con todas las contradicciones de una actividad tan vulnerable, vamos a apostar por el optimismo, porque se mantenga esta frenética actividad, que se abran salas, que se corran riesgos, que se vaya acumulando fuerzas y como instancia básica, se busque lo básico, el control de los medios de producción, y en este asunto de las artes escénicas, eso pasa por gestionar teatros, por tener acceso a los escenarios, por tener a la disposición de proyectos artísticos las salas de exhibición.
Entre las muchas obras vistas, de todas las satisfacciones provocadas por actividades editoriales o de librería, uno ha asistido a dos grandes lecciones. Una sobre el escenario, a cargo de José Pedro Carrión y Valery Tellechea en el Teatro La Guindalera con Júbilo terminal, una obra de esas que conmueven por su grandiosidad como testimonio, por la generosidad de ambos, en donde se enfrentan la memoria, la historia, la escuela de Carrión y la vitalidad de Tellechea, en un duelo generacional que nos deja extenuados, por su calidad formal, por su sabiduría y porque nos plantea preguntas, nos abre un extraordinario campo para entender la profesión, su presente y lo que puede ser el necesario compromiso de futuro.
Por eso la denominamos una gran lección, porque se instala en el arte como manera de entablar un diálogo con los espectadores, que abre de par en par el granero de la creación, del oficio de actuar, de la significación del actor en nuestros tiempos y en estas circunstancias.
Lo mismo sucedió en la rueda de prensa dada en El Nuevo Teatro Fronterizo que encabeza José Sanchis Sinisterra, en lo que se denomina La Corsetería. Un lugar de encuentro. Un lugar para la investigación, la formación, la búsqueda de nuevas maneras de entender la creación teatral, la implicación de jóvenes generaciones de la mano de Sanchis, un maestro, en todos los sentidos, y que en esta ocasión su gran lección es volver a inventarse un espacio, fundamentar una opción creativa, en Lavapiés, para que su funcionamiento esté impregnado de la realidad circundante, con la irrevocable vocación latinoamericana,.
Proyectos, personas, maestros de esta índole son los que van construyendo una realidad teatral que debe crecer en términos cualitativos, que mantenga una vinculación con la profesión, porque los públicos, al menos algunos públicos, necesitan de propuestas de esta enjundia, de esta seriedad, de esta profundidad, donde la palabra compromiso no es otra cosa que una seña de entidad irrenunciable.