Velaí! Voici!

Guasap

Los modos de interacción entre las personas han ido evolucionando de lo verbal dialógico, de lo gestual, a lo icónico y visual ☺ 😉 ☹ :D, hasta la virtualidad propiciada por internet, las redes sociales y el «whatsapp».

Hoy en día, en los países primermundistas que se han dotado de un complejo sistema de necesidades, cifradas, principalmente, en bienes de consumo, es difícil no sucumbir a la entelequia de la ubicuidad que nos ofrece un «Smartphone». Estamos conectados 24 horas. La explotación del tiempo, en lo laboral, puede dispararse, en algunos casos, gracias a estos teléfonos «inteligentes», hasta los límites del frenesí o del estrés.

Su rentabilidad y dependencia en lo profesional también se trasladan a la vida personal, con la coartada de facilitar la comunicación y propiciar el contacto, aunque sea virtual, para establecer o mantener los compromisos.

La cuestión es que el «drama» se funda, precisamente, en la relación y en los compromisos, sobre los cuales, estos nuevos medios, pueden generar una aceleración, un frenesí e, incluso, un estrés. Y ya tenemos servido el «conflicto dramático». Al multiplicarse las vías de comunicación también se multiplican los «malentendidos» y, por supuesto, el control de unos sobre los otros. Un control ejercido a distancia, gracias al divino don de la ubicuidad.

Un amigo mío que es estudiante y depende económicamente de sus padres, los convenció para que le compraran un «Smartphone» y le pagaran una conexión a internet de telefonía móvil. Entre la cadena de justificaciones que originan las dependencias, sean económicas, familiares o de pareja, mi amigo esgrimió la de la utilidad del «Smartphone» para sus estudios, con todas las posibilidades que le ofrece para consultar documentos y acceder a información, y redondeó su argumentación con el «whatsapp»: «Es gratuito y podemos comunicarnos cuando queramos», les dijo.

De esta manera, mi amigo, el estudiante, se ligó, a través de sus progenitores, a un contrato de telefonía móvil y a un compromiso intenso (¡quién se lo iba a decir!) de comunicación.

Pero, «Velaí! Voici!» que hace unos días, este amigo mío, me contaba apesadumbrado, frente a una estrella Galicia (una caña), que su madre se había puesto al día con lo del «whatsapp» y que ahora controlaba cuando estaba conectado y cuando no y que no había manera de escaquearse. No había escusas para no contestar a los requerimientos maternos y paternos y a los chantajes directos o indirectos derivados de no responder al whatsappeo.

Lo que para mi amigo el estudiante era, en principio, un bien de consumo que lo homologaba con esa mayoría que está a la última, se convirtió en un «mal de consumo» o, mejor dicho, en un rompecabezas más.

Lo que para mi amigo, el estudiante, era un drama, para mi resultaba casi una comedia de enredo cuando me explicó, no con menos pesar, que con su pareja también estaba teniendo bastantes problemas debido al dichoso «whatsapp»: «¿Por qué me dijistes el sábado que tenías que estudiar y que te desconetabas y después te conetastes a las 2:30 de la noche?» Y ya se armó la marimorena y la cadena sin fin de justificaciones aderezadas de malentendidos.

Incluso me comentó, fuera de si, que había tenido una pesadilla en la que se casaba con su pareja y el cura, en la ceremonia de boda, le decía: «¿quieres recibir a Paul como esposo y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida hasta que el «whatsapp» o el «Facebook» os separe?». Y en este punto yo ya no pude reprimir la risa ante tal vodevil o comedia de enredo y alucinación. ¡Casarse con su novio y por la Iglesia, mi amigo el estudiante! ¡Menuda guasa! ¡Definitivamente el «whatsapp» es como las puertas en una comedia de tresillo: puede dar lugar a situaciones delirantes! (Y ya se sabe: casa con muchas puertas, mala es de guardar).

Así que a mi amigo, el estudiante, el «whatsapp» gratuito le está saliendo caro. Por supuesto, todo esto me lo comentaba delante de una caña, en un bar, mientras me pedía perdón porque debía contestar a los intermitentes mensajes de «whatsapp», que le pitaban en su «Smartphone», y mientras las burbujas chispeantes de la estrella Galicia se evaporaban, igual que el tiempo presente, «bis a bis», «face to face», que intentábamos compartir, quebrado por el requiebro ubicuo del divino «whatsapp».


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