Guerra y Teatro
La guerra, ancestral invento humano, ha sido desde siempre combustible para la representación teatral. El poema épico fundador, La Ilíada convierte a la palabra en ave de rapiña que gira en torno a mil batallas, confusión de cuerpos desmembrados, lodo y pasiones recónditas. La mayoría de las tragedias griegas presentan conflictos que son consecuencias de las guerras. Antígona, entre otras, sólo podemos entenderla como una dolorosa secuela de una guerra civil fratricida.
Shakespeare es el maestro de la escena de guerra, y sus tragedias principales son preámbulo, desarrollo o consecuencia de un conflicto bélico. Cercano a nosotros, Cervantes y su Cerco de Numancia, se inspira en la guerra de los romanos contra los ibéricos. La guerra, sus heroicidades, sus miserias…
Los ejemplos contemporáneos de teatro y guerra son múltiples; del inglés Edward Bond y sus Piezas de Guerra, hasta Wajdi Mouawad y sus Incendios, pasando por obras de Brecht, Anouilh, entre otros, la dramaturgia contemporánea simula la guerra en el escenario para mejor entender sus mecanismos y sus desastres. Tenemos el caso de Georg Büchner que en La muerte de Dantón nos ofrece la ejecución en la guillotina de siete personajes. Todo depende de la puesta en escena, pero imagino el escalofrío de escuchar el chirrido de la cuchilla cayendo sobre el cuello del sentenciado.
Sin embargo, en esta entrega quiero referirme al alivio que brinda el acto teatral en tiempos de guerra. El teatro hecho durante un conflicto, la escena como último refugio de la alegría y la esperanza. Teatro para la tropa, teatro para aliviar las tensiones entre los civiles, teatro para sobrevivir a través de la palabra. El ejemplo más notable lo tenemos en París durante la ocupación en la Segunda Guerra Mundial.
René Rocher, presidente del Comité del Espectáculo, afirmaba en 1944:
La prosperidad actual del teatro es milagrosa. Se puede representar cualquier cosa, en cualquier lugar y en cualquier momento, y el público asistirá multitudinario a las salas, todos los récords han sido superados. Aún con respecto a antes de la guerra el incremento es evidente: 220 millones de espectadores en los teatros parisinos en 1938, 304 millones en 1943.
Algo semejante ocurría en Londres, en donde a pesar de los intensos bombardeos, los teatros siguieron funcionando.
Hay que evocar la magia del teatro para entender esta persistencia en tiempos de crisis, de represión y de conflicto. El teatro es un acto humano entrañable, espectadores, tramoyistas y público comparten la misma suerte en un mismo espacio, como en un navío en la tormenta. La posibilidad del teatro en sí misma es un conjuro contra el miedo, la adversidad y la muerte. En el teatro se vive dos veces y la comunidad que se forma en torno a un espectáculo escénico es la muestra de poder humano en comunión. Un efecto que garantiza el aliento de la vida, esencial en un momento de peligro. La risa y el asombro, así como el aliento de la palabra y el canto son claves para resistir y no perder la esperanza.
Termino con una novela, que es una oda al teatro en tiempo de guerra: La cuarta pared, de Sorj Chalandon, periodista y escritor francés que en esta narración habla de la Antígona de Anouilh y del deseo-obsesión de un montaje de la obra durante lo más cruento de la guerra civil libanesa. Y el eje de este sueño es que los representantes de diferentes facciones representen los personajes en un teatro-cine que se encuentra precisamente en una zona neutral de Beirut. Musulmanes, católicos, drusos, palestinos… La guerra y sus vilezas, conjurados en el momento del teatro, del canto, de la escena.
Enrique Atonal
París, 2017