Gula
¿Estamos viviendo una era de gula? Los excesos injustificados parecen ser la tónica del comportamiento humano actual. Si bien es cierto para el termino gula el diccionario de la Real Academia Española de la lengua (RAE) tiene varias definiciones, la que usaré para sostener mi posición es; «Comer o beber vorazmente dándole más atención a la comida que a los que nos acompañan.» Con el desarrollo explosivo de las tecnologías de la información que estamos viviendo, solo comparable en sus efectos a algunos fenómenos mundiales tales como la sedentarización del hombre reemplazando la caza por la agricultura y ganadería, la invención de la imprenta o la revolución industrial, la que debería ser la supuesta favorecida, la comunicación, es la gran perjudicada. La proliferación de los medios digitales hacen que esta se encuentre literalmente al alcance de los dedos deslizándose por la pantalla touch de un smart phone, pero aun así la comunicación es cada vez más pobre. El mensaje tanto en su contenido como en a quien está dirigido, ha dejado de tener importancia y el envoltorio de efectos especiales multimedia, ha pasado a tomar el papel antes indiscutido de una vivencia hecha argumento. Por la mañana, en el metro más de la mitad de los pasajeros convertidos en sardinas enlatadas, viajan cabizbajos concentrados en sus teléfonos. Muchos de ellos tratan de evadirse jugando a matar extraterrestres, a matar el tiempo. Son pocos los bichos raros que utilizan la tecnología para un provecho intelectual o social. Los menos que están conectados con sus afectos o incluso con sus amantes, presionados por la inmediatez de bajar en la siguiente estación, van cambiado gradualmente el lenguaje empobreciéndolo despiadadamente. Esta transformación podría llegar a ser válida si lo que se pretende es solo transmitir un mensaje en el menor tiempo posible, objetivo que se cumple, pero es la pobreza del mensaje la que preocupa. Ya no importa lo que se diga ni a quien se le diga, mientras mi dedo no deje de bailar por el teclado en una aparente preocupación fundamental. Solo interesa que los otros piensen que estoy ocupado aunque en realidad solo esté matando alienígenas y con ellos, toda posibilidad de comunicación afectiva. Si nuestra alma se alimenta de sentimientos, estamos viviendo una era en que somos bombardeados por miles de resúmenes de sensaciones sin que ninguna de ellas llegue a lo más profundo del ser humano, sin que ninguna de ellas pase por los tradicionales mecanismos de fijación en la memoria para que merezca ser recordado. Estamos viviendo una gula de sentimientos leves en que no importa la intensidad, sino la cantidad. Qué pena, en esa película mataron a un hombre, pero luego matan a otro y otro y a un pueblo entero y revientan cosas y se matan hasta al director. ¿Y que fue del primer muerto? A nadie le importa porque el híper texto de las tramas contemporáneas nos han sacado de la antigua linealidad del inicio, desarrollo, fin, para tenernos en una continua excitación que nos lleva de un lado a otro sin permitirnos la pausa reflexiva. La torta es inmensa, con mucho merengue, figuritas de azúcar coloreada y mazapán, pero tiene un gusto insípido que es fácil de olvidar o peor aún, difícil de recordar. Antiguamente existían pequeños cines en cada barrio donde las películas eran un acontecimiento social comentado por días, donde el torpe que osaba sacar un caramelo de su envoltorio crujiente, era callado de inmediato por el rechazo generalizado. Hoy el objetivo ya no es vender la entrada al cine, sino vender la bolsa gigantesca con palomitas de maíz acompañada de una macromegalica gaseosa. Incluso ya existen cines a los cuales se va directamente a comer un menú. ¿Y la película? ¿Cuál película? La ensalada César estaba espectacular. La gula nos lleva a perder el paladar fino capaz de encontrar los miles de leves sabores de una simple comida. El exceso de información contemporánea nos impide leer los mensajes entre líneas que enriquecen toda comunicación. Sin renegar de la tecnología debemos tratar de usarla como una aliada que nos permita pasar del brillo de una pantalla al brillo de unos ojos emocionados.