Ha muerto Gabriel García Márquez
El escritor y periodista colombiano, Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez ha muerto a los 87 años, víctima del cáncer, al mediodía mexicano, en su casa del Pedregal de San Ángel, en el D.F.
Le ha vencido una enfermedad contra la que había batallado, en diferentes etapas, desde 1999. El escritor sufría Alzheimer desde hacía varios años, aunque la familia no lo había hecho público. El que ha sido uno de los escritores más influyentes del siglo XX deja al mundo una obra inmensa y el legado del realismo mágico.
Y deja también una novela inédita totalmente finalizada, que no publicó en vida al mantener dudas acerca de su final y sobrevenirle luego su enfermedad. Su familia ya había decidido que «En agosto nos vemos» –ese era su título inicialmente– se iba a publicar póstumamente. Es la historia de una mujer de 53 años, María Magdalena, que cada 16 de agosto viaja en transbordador a una isla caribeña donde está enterrada su madre. Lleva veintitrés años felizmente casada, pero, un día, en el hotel, aborda a un hombre y acaban en la habitación. Es la primera infidelidad de su vida y, al irse, el hombre le deja un billete en la mesita de noche. Solo se conoce ese primer capítulo, que el autor leyó en público en 1999 y publicó en algunos medios. La novela se compondría de cinco episodios protagonizados por María Magdalena, que vive cada año en continuo sobresalto esperando que el 16 de agosto le suceda algo.
Hoy, la página web de la Academia Sueca –que le concedió el Nobel de literatura en 1982– seguía asegurando que Gabriel García Márquez nació en Aracataca (Colombia) en 1928, cuando en realidad lo hizo el 6 de marzo de 1927. El propio escritor disfrutaba jugando a los despistes biográficos.
Fue el mayor de siete hermanos y cuatro hermanas, aunque su padre, Eligio, tuvo además cuatro hijos con otras mujeres, algunos de los cuales acabaron cuidados por la resignada madre de Gabo. El niño fue dejado al cuidado de sus abuelos entre 1929 y 1937. Gabito no tuvo memoria de su madre hasta que él ya tenía casi cumplidos siete años. El coronel Nicolás Márquez –su abuelo, pero, para Gabo, su «padre» real– tiene mucho que ver con su fascinación por lo militar y la constante presencia de hijos ilegítimos en su literatura, pues el viejo militar tuvo unos más de una decena fuera del matrimonio.
Gabito, dadas las ausencias paternas, justificadas por descalabros –y traslados– profesionales diversos, tuvo que asumir el rol de hombre de la casa a muy temprana edad. Fue un irregular estudiante de Derecho en Bogotá durante los años 1947 y 1948. El «bogotazo» de 1948 –protestas tras el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán– y el período de violencia que este inauguró lo asustaron y decidió continuar sus estudios en Cartagena de Indias, pero en realidad a lo que se dedicó allí, entre los años 1948 y 1949, fue al estimulante viaje iniciático que supone ejercer como aprendiz de periodista en un medio local, en este caso el diario liberal «El Universal».
En 1948 tuvo también su primer contacto con una Barcelona idealizada en los recuerdos de un exiliado, el «sabio catalán» Ramon Vinyes, a quien conoció junto a su grupo de contertulios «letraheridos» en un viaje a Barranquilla, localidad en la que viviría desde el 15 de diciembre de 1949 hasta 1951. Primero en un cubículo inserto en un hotel de lance, donde las prostitutas ejercían su oficio y él el suyo, de escritor y columnista, y más tarde en el elegante barrio de El Prado. El grupo, además del «sabio catalán» y Gabo, lo componían Germán Vargas, Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso y José Félix Fuenmayor. Fue Vinyes quien le dijo que no llamara Barranquilla a su territorio literario porque era un lugar demasiado reconocible y poco atractivo, lo que le haría ir buscando alternativas, hasta que vio el nombre de Macondo en una finca en 1952.
Pero su salto a Europa se produjo en 1955. Fue enviado a Ginebra para cubrir como informador una importante reunión en la ONU: la cumbre de los Cuatro –Estados Unidos, la URSS, el Reino Unido y Francia–. Viajó luego a Roma y Venecia, para empaparse de cine, luego a Viena, y de allí a Checoslovaquia y Polonia, sus primeras inmersiones en los países del Este. Pero, en fin, al poco volvió a Roma, donde fue alumno del cineasta Cesare Zavattini.
Vivió la bohemia parisina (1956 y 1957) y volvió a Latinoamérica en diciembre de 1957, a trabajar con Plinio Apuleyo Mendoza en la revista «Momento», de Caracas. La Venezuela que vio aterrizar al joven García Márquez en 1957 estaba regida por el dictador Marcos Pérez Jiménez, forzado a huir al exilio en Santo Domingo el 23 de enero de 1958. Gabo cubrió esos momentos como periodista y en aquella caída del dictador, ante una junta militar que entra y otra que sale, el joven García Márquez tuvo su «primera intuición del poder, del misterio del poder», un tema sin el cual no es posible entender ni su obra ni su vida, y comentó: «Aún no se ha escrito la novela del dictador latinoamericano». Gabo ha sido amigo de influyentes políticos y mandatarios, de Bill Clinton a Felipe González pero, sobre todo, del cubano Fidel Castro, con el que trabó una relación personal indestructible.
Gabo –que en marzo de 1958 se había casado en Barranquilla con Mercedes Barcha–, tras el triunfo de Fidel Castro en Cuba en 1959, regresó a su país natal para incorporarse, de nuevo junto a Plinio Mendoza, a Prensa Latina, la nueva agencia de noticias cubana nacida tras una conversación entre Fidel y Pablo Neruda, que quería ser un contrapeso a la orientación imperialista de empresas como la norteamericana Associated Press. Su trabajo periodístico al servicio de la revolución lo llevó, en 1961, a trasladarse a Nueva York, de donde huyó a México. Ahí encontraría la inspiración para alumbrar su obra más célebre, «Cien años de soledad», que publicaría la editorial Sudamericana en 1967.
Se trataba del libro más importante de su vida. Abandonó todos sus trabajos y se encerró a escribirlo, vestido con mono azul de mecánico, en una máquina Olivetti. Su amigo Álvaro Mutis coordinaba el capítulo financiero y consiguió reunir 5.000 dólares. A pesar de sus esfuerzos, los García Barcha dejaron a deber varios meses de alquiler. Fueron esos apuros económicos los que le hicieron aceptar, a finales de 1965, un cheque de 500 dólares que le ofreció el editor Paco Porrúa, de la editorial bonaerense Sudamericana, propiedad del catalán Antoni López Llausàs, por el libro que aún estaba escribiendo. Carlos Barral, en Barcelona, había rechazado los libros anteriores de García Márquez.
«Cien años de soledad» fue el mayor éxito comercial conocido de una novela en castellano, solo superado por el «Quijote». Los 8.000 ejemplares de la primera edición se agotaron en menos de un mes pero, sobre todo, se calcula que ha vendido desde entonces unos 40 millones de ejemplares en todo el mundo. El tsunami en ventas benefició por arrastre a toda una serie de autores –desde los precedentes, como Borges o Rulfo, a los contemporáneos y los más jóvenes–, despertó la curiosidad mundial por lo que se escribía en América Latina y dio pie al fenómeno del boom. De algún modo, esa obra devolvió la autoestima a los lectores latinoamericanos, que por primera vez se sintieron en la primera división de la literatura mundial, en un fenómeno literario que discurrió paralelo al auge de la Revolución Cubana.
Tras la publicación de ese libro en 1967, se mudó a Barcelona, donde escribió «El otoño del patriarca», obra centrada en un dictador solitario y grotesco. En 1975, volvió a México, donde reside desde entonces.
En 1982, un año después de «Crónica de una muerte anunciada», la Academia Sueca le otorgó el premio Nobel de literatura por haber «unido los límites de lo real y lo irreal». Algunas de sus obras posteriores fueron «El amor en los tiempos del cólera» (1985), «El general en su laberinto» (1989), «Del amor y otros demonios» (1994) o «Noticia de un secuestro» (1996). Las dos últimas son sus memorias de infancia y juventud, «Vivir para contarla» (2002), que llega hasta los años 50, y la novela corta «Memoria de mis putas tristes» (2004).