En cartel

Hablar de lo que no habla…

La danza, la danza y su lenguaje, la danza como lenguaje.

La danza… ¿Es un lenguaje?

Viendo y considerando que la danza refiere a una forma artística que no se basa en las palabras (aunque no necesariamente las excluya) la noción de «lenguaje» puede hacer aquí un poco de ruido. Sabemos que lo que ésta presenta -lo que pone en escena- son cuerpos en movimiento. Podríamos decir que se trata de imágenes corporales en devenir, esto es, en permanente trans-formación.

Entonces, ¿De qué manera entran a jugar nociones tales como lenguaje, discurso o más ampliamente, «texto» en la danza?

Hago la salvedad antes que se preste a confusiones: la idea de «texto» o «textualidad» es tomada en un sentido general -y no técnico- como instancia que promueve la producción de sentidos, es decir, lecturas en tanto interpretaciones. De esta manera, nos apartamos de la idea de la significación e interpretación como instancias fundadas exclusivamente en lo verbal.

Aún cuando La Palabra – por estar directamente asociada al significado- siga teniendo un lugar privilegiado en el «abanico de lenguajes», la reivindicación de otras materialidades y formas significantes no es nueva y tiene cada vez más preponderancia a la hora de abordar la problemática la significación en general. Asimismo, concebir o visual, lo sonoro, lo conductual, etc. como disparadores de la permanente construcción de sentidos ha llevado a replantear la clásica concepción de comunicación como transmisión de mensajes acabados, cerrados y unívocos «de un polo a otro».

De alguna manera, aquellos lenguajes que nos alejan de la lógica verbal (o «logocéntrica») son los que dan mayor lugar a la polisemia y ambigüedad en relación a los significados…y el arte contemporáneo hizo de esta apertura a la indefinición no sólo una de sus características formales sino también una de sus temáticas centrales.

Entonces, a fin de concebir el arte coreográfico contemporáneo en clave «textual» insistiremos en que la danza refiere al lenguaje de imágenes corporales en devenir; y la obra de danza, como composición -entramado de elementos y momentos- a un discurso/texto. Vamos a recalcar que, desde nuestra perspectiva, un texto es tal en tanto instancia que da lugar a interpretaciones por parte del público, aún cuando no podamos hablar de significados precisos, de lecturas unívocas.

En cuanto a la danza Contemporánea, esa danza cuya formas materiales no se ajustan a modelos previamente establecidos ni a códigos instituidos, esa danza que se aleja de la re-presentación y de la repetición a fin de crear nuevas formas, nuevas imágenes, surge una pregunta inevitable: ¿Es posible promover la construcción de sentidos y comunicar en una danza cuyo lenguaje se crea y recrea nueva y constantemente?

Pues las formas que crea la danza, esto es, las imágenes/figuras corporales que se presentan, no son estables ni pueden fijarse. Tampoco remiten o evocan significados determinados. Más bien, se trata de trazos dibujados en el aire: formas efímeras, inmateriales, cuya única referencia puede hallarse en el soporte objetivo de la danza: el cuerpo. Y más aún, la obra como discurso, no se construye en un sentido lineal (introducción-nudo-desenlace) sino que se trata de un discurso fragmentado, discontinuo, abierto.

Ahora bien, la obra de danza Contemporánea como dispositivo escénico se dirige a otros: a un público que la presencia. De este modo y desde su concepción misma, la danza es creada y pensada en función de esos otros, los espectadores, que serán participantes necesarios de la puesta en escena, la puesta en común.

¿Y qué es lo que se pone en común entre los sujetos que forman parte de este fenómeno artístico, a saber, los artistas y el público?

Para reflexionar acerca de estos interrogantes nos basaremos en el siguiente supuesto: por ser la danza cuerpo en movimiento, esto es, un cuerpo desplazándose en el espacio y transcurriendo en el tiempo; tomaremos al cuerpo, espacio y tiempo como los tres imaginarios centrales que constituyen el lenguaje del arte coreográfico.

Postular al cuerpo, espacio y tiempo como imaginarios centrales de la danza no implica desconocer la multiplicidad de imaginarios y significaciones sociales que están en juego en este tipo de representaciones escénicas. La razón por la cual se consideran y delimitan estos tres aspectos refiere a la relevancia que adquieren en tanto constituyen –materialmente- este lenguaje. Una obra puede ser abstracta o contar una historia. Puede ser un despliegue de virtuosismo técnico o un medio para comunicar un mensaje determinado. La danza, en sus manifestaciones exteriores y objetivos comunicativos puede tener múltiples y variados enfoques, puede referir a indefinidas temáticas o a ninguna pero jamás, para ser tal, podrá prescindir del cuerpo como soporte material de la misma; o mejor dicho, del cuerpo en movimiento (en el espacio y el tiempo); pues en esto radica la especificidad de su lenguaje.

Vemos entonces que las materialidades -objetivas- de la danza refieren también a tres imaginarios centrales que vehiculizan significados y representaciones socialmente compartidas. Es por esto que la danza no habla y aún así dice, y mucho dice acerca de quiénes somos como sociedad, pues el cuerpo, el espacio, el tiempo no son sino tres símbolos elementales en nuestra constitución social. Así y aún sin proponer un mensaje predeterminado, la danza Contemporánea se deja «leer» en la sola manera en cómo es concebida y abordada la materialidad de su lenguaje.

Sin la necesidad de usar palabras para provocar interpretaciones y sin pretender la transmisión de mensajes unívocos, esta forma artística es en si misma significante y significativa… y arriesgo a decir que, como propuesta discursiva, hace de la ambigüedad e indefinición de su lenguaje una instancia colectivamente creativa; ya que promueve la creación de nuevos y múltiples sentidos por parte del público.


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