Haciendo del agua caramelo
Convertir el agua en dorado caramelo, cazar estrellas jóvenes con tirachinas, transformar a un príncipe negro en azul con el sencillo sortilegio de un giro a la izquierda… cosa de niños, o de algún pirado clandestino.
Y yo digo que en todos y cualquier taller de arte, cuando menos de teatro, tendría que tener, por decreto, a un niño compartiendo aula con jóvenes y adultos.
Se habla mucho de encontrar al niño interior, de crear sin juicios y prejuicios. Demasiada teoría.
Los apéndices de actor, o los mismos actores cierran los ojos y hacen grandes esfuerzos por ser auténticos, antes de salir a la escena. Tanto esfuerzo que a veces parece que se les olvidase respirar. Otros lo logran «fácilmente» y es un placer verlos jugar allí en la escena, pero aquello es fruto de muchos años, muchos entrenamiento. Desandar caminos es cosa de tiempo.
Claro, no es fácil desprenderse de tanta tara. La moralina parece haberse quedado adherida, desde tiempos inmemoriales, a las bolitas de oxigeno que respiramos, y que nos convierte en señores de dedo índice muy largo señalando y auto señalando lo bueno, lo malo, lo mejor y lo peor. Señalamientos, grilletes de la creación autentica.
Nos empeñamos en hacer que los niños estén a nuestra altura, que comprendan las normas aunque estas sean traídas de los pelos, que comprendan y aprendan nuestros aburridos razonamientos. Razonamientos venidos los más de aquellas bolitas de oxigeno…, que razonen, que sepan porque al niño vecino no se le pega, no se nos ocurre comprender porque le pega, lo importante es que se cumpla la norma moral.
Hay que hacer algo urgente para lograr estar a la altura de los niños.
Los manuales cuentan que hay que separar. En las cárceles separar por delitos, en las bodas separar por familias, en las aulas separar por edades… Separar, dividir, seleccionar…
No estoy segura de esto, al menos en el acto creativo.
Al menos mi humilde experiencia me ha permitido ver que cuando se deja de lado el adjetivo y se trabaja con el sustantivo, todo fluye. Y es así como he visto esa rica y enorme posibilidad de ir al aprendizaje original basado en la imitación. Adultos imitando a niños, contagiándose de su frescura de su inocencia y entonces permitiéndose, como ellos, hacer del agua caramelo, cazar estrellas…