Hágase su voluntad
Mi madre fue una mujer de carácter fuerte, una feminista adelantada a sus tiempos porque siempre hizo lo que quiso, como quiso y cuando quiso.
Con absoluta independencia, nunca dependió de nadie más que de ella misma. Incluso, en su vida profesional de enfermera, más de alguna vez tuvo problemas con sus jefes por no estar de acuerdo con lo que se le pedía, porque según ella, no iba en beneficio del paciente.
Ya con muchos años encima, esa imagen de la abuelita con lentes en la punta de la nariz, tejiendo calcetines para sus nietos y tomando te en una silla mecedora en la terraza, distaba mucho de la realidad.
Lamentablemente, fue víctima de su independencia.
Es innegable que nuestro envase material, como es el cuerpo, sufre un desgaste natural y se va deteriorando con el tiempo, lo que limita nuestras posibilidades en todo ámbito; comenzamos a usar lentes, escuchamos menos, el azúcar y la sal nos empiezan a hacer más daño que nunca y los músculos que permiten movilizarnos, ya no son los mismos. Por más que nos resistamos al avance natural del tiempo y su influencia, lamentablemente negativa en nuestros cuerpos, la voluntad se ve doblegada por la realidad.
Ella intelectualmente comprendía que los años habían pasado y que ya no era la misma, pero sentimentalmente quería seguir siendo la de antes; una mujer absolutamente independiente.
Nunca quiso usar bastón y se cayó al menos 5 veces, con la fortuna de nunca haber tenido más que hematomas.
Estaba tan sorda que, aunque tuviese sus 2 audífonos puestos, lograba comunicarme de buena manera. Si le hablaba a volumen normal no me escuchaba y si subía el volumen se quejaba de que le gritaba.
Siempre fue muy lectora, y aunque se ayudara con una lupa, ya ni con lentes podía leer bien
Llegó un momento en que debía tomar 10 medicamentos diarios, además de tener marcapasos.
Solo podía comer papillas y por supuesto, no le gustaban.
El deterioro físico llegó a tal extremo que, con sus conocimientos como enfermera, tomó la decisión; terminar con esa vida que ya solo era sufrimiento por depender absolutamente de otros.
En mi país la eutanasia es ilegal, pero de alguna manera, ella nuevamente le quebró la mano a lo que se podía y no se podía hacer, porque estaba decidida, y lo hizo; simplemente dejó de comer.
Imposible entubarla porque con el grado de conciencia que aún tenía, se hubiese sacado esas mangueras capaces de quitarle la dignidad.
Su cuerpo fue debilitándose gradualmente, pero aunque logré ponerle pañales, se los sacaba porque se negaba a la realidad.
Por diferentes razones que no es el momento de mencionarlas, yo era el único que la asistía. Era frustrante prepararle desayudo, almuerzo y cena, para darme cuenta que solo ingería líquidos.
En un comienzo me enojaba y discutía con ella, hasta que me di cuenta que nada podía hacer ante su voluntad siempre inquebrantable.
La independencia es una condición añorada por todos, pero en algún momento debemos aceptar que se pierde por el peso del tiempo.
Llevar esa carga es demasiado duro para llevarla solo, sobre todo porque el negarse, no solo trae sufrimiento a quien ya está con todos los años encima, sino también a quienes acompañan en este proceso de despedida de la vida material.
Hágase su voluntad… y se hizo.