Hamlet/Shakespeare/Alfonso Zurro
Como una cascara de nuez
«Hablemos de tumbas, de gusanos, de epitafios;
(…) sentémonos en el suelo
y contemos tristes historias sobre muertes de reyes.
De los que fueron depuestos, los que murieron en guerras.
Los perseguidos por las sombras de quienes los depusieron…
Hablemos de los envenados por sus esposas, de los que mataron
en medio del sueño… todos asesinados. Porque dentro
de la vacía corona que ciñe las mortales sienes del Rey,
allí es donde habita la muerte, donde, cual bufón, se sienta,
donde hace burla del Estado, donde se ríe de la pompa
donde le concede un respiro y, en efímera escena, le permite
hacer de monarca, ser temido, matar con la mirada…»
Ricardo II, acto 3, escena 4
Las palabras de Hamlet : «Podría vivir encerrado en una cáscara de nuez y sentirme señor del universo» son las claves de la lectura de la obra shakesperiana propuesta por Alfonso Zurro. Dinamarca es una cárcel, metáfora del mundo contenido en esa cáscara, donde los poderosos, los reyes como los bufones del circo, actúan, dan unas vueltas y «¡Adiós Rey!» como dice Ricardo II.
Sin duda, ninguna otra obra, con su intrigante protagonista, ha suscitado tantas interpretaciones literarias, filosóficas, psicoanalíticas como Hamlet. El personaje Hamlet es esa cáscara vacía en la que cada época y generación mete sus propias inquietudes, preguntas, dudas existenciales, metafísicas.
En la versión zurriana se trata de un Hamlet intemporal, Hamlet como paradigma del ser humano con sus angustias, sus deseos irreprimibles de poder, sus dudas y sus preguntas sobre el sentido de su vida y su miedo a la nada. El ser humano como actor manipulador y manipulado por las fuerzas y circunstancias que le superan, que no puede dominar.
Alfonso Zurro nos ofrece una visión de Hamlet concentrada en lo esencial de la obra: el espejo reflejando nuestras insaciables ambiciones, nuestras debilidades, miserias y grandezas, la vanidad de nuestras luchas, odios, venganzas, pasiones. Todo esto contenido en un espacio simbólico del cual no hay otra escapatoria que la muerte. Es una lección magistral de teatro.
Como Y no quedo ninguno (10 negritos) de Agatha Christie, Hamlet de Shakespeare es un juego de masacre en el que todos, uno tras otro, mueren, suicidándose, asesinándose, atrapados en la ratonera montada por Hamlet, y en la que caerá él mismo.
¿Quien es Hamlet? ¿Un hombre que se aburre en su papel de príncipe de Dinamarca y se divierte destruyendo todo en su entorno? ¿Un hombre desposeído de su herencia, del trono y del reino robado por su tío y obsesionado por la muerte sospechosa de su padre, cuyo único reto es la venganza? ¿Un hombre encerrado, asfixiado en su Dinamarca donde «algo huele a podrido», para quien la vida no tiene ningún sentido y que sigue preguntándose sin cesar ¿»ser o no ser»?
Una pregunta que vuelve como un leitmotiv en su camino hacia la muerte. Un Hamlet profundamente herido, frágil, sensible, y al mismo tiempo inventivo, cínico, burlador, manipulador, tan parecido a nosotros que vivimos «en el mundo donde se observa, se vigila, se espía y nada pasa desapercibo, la privacidad se ha evaporado» dice Alfonso Zurro.
El microcosmos de la Dinamarca hamletiana es una metáfora del mundo actual movido por fuerzas aleatorias, donde la imposibilidad de tomar decisiones es más aparente y el miedo a caer en el vacío de la nada aún más terrorífico.
Alfonso Zurro y su escenógrafo Curt Allen Wilmer han imaginado un espacio escénico encerrado por ocho espejos de forma rectangular, los intersticios entre ellos facilitan las entradas y salidas de los actores. Los personajes, reflejados por los espejos, como vigilados por las cámaras, parecidos a seres a la vez reales y virtuales, caminan por el suelo inestable, mudable, del cual los espejos reflejan las irregularidades.
A medida que la acción avanza el suelo cambia su apariencia. La tela blanca en la escena de la fiesta de boda evoca también el sudario del padre muerto. La tela negra aparece después, trasladándonos al luto, el dolor y por debajo de ella la tela roja invadirá el suelo: la sangre de Polonio matado por Hamlet. En la escena de la locura de Ofelia el césped rememora la naturaleza, el mundo de las plantas y de las flores, en el que ella se ha refugiado. Y cuando Hamlet arranca el césped, descubre la tierra, la del cementerio donde el sepulturero cava la tumba de Ofelia en la que encuentra el cráneo de Yorick. En esta tierra, el reino de los gusanos, acabarán todos los protagonistas.
El escenario, encerrado por los espejos con un montículo en el centro en que se coloca en algunos momentos el trono rojo del rey, evoca también la corona, símbolo del poder y de la tumba de los reyes, donde reina la muerte y de la cual habla Ricardo II.
Habitualmente con cada nueva puesta en escena de Hamlet estamos atentos al tratamiento de la aparición del fantasma del padre muerto y de el famoso monólogo «ser o no ser». Alfonso Zurro va contra corriente del uso habitual. Desde el principio del espectáculo, antes de la escena del fantasma, la cuestión «¿ser o no ser?» ya obsesiona a Hamlet y volverá varias veces sobre ella, estirando su recorrido.
Como escritor de su propia historia, Hamlet apunta sus reflexiones en una libreta que legará a Horacio antes de su muerte.
¿Qué representa el fantasma? Solo la idea obsesiva del asesinato del rey despertada por las sospechas y los rumores. Una figura ilusoria que unos pretenden haber visto. La voz del padre acusando a Claudio y a Gertrudis de su asesinato, y que Hamlet parece oír, puede ser la voz de su propia imaginación amplificada por los rumores. Zurro la materializa en el escenario de un modo poético. Mientras que el fantasma se dirige a Hamlet, la tela blanca en el suelo se infla por el soplo del viento y se mueve como una serpiente.
Alfonso Zurro acentúa la apariencia bufona de Rosencrantz y de Guildenstern, obsequiosos con los reyes. El espectáculo de los actores ambulantes, encargado por Hamlet, tiene algo del teatro de marionetas.
Ofelia en la escena de su locura, con una túnica negra larga y flores en el pelo, se mueve entre sentimientos confusos, parece, casi al mismo tiempo, ausente de la realidad y atravesada por destellos de lucidez.
En su puesta en escena Alfonso Zurro opta por una estética del realismo teatral. No busca el realismo psicológico, los personajes son figuras emblemáticas encarnadas en el teatro del mundo donde actuamos nosotros.
Hamlet, interpretado por Pablo Gómez-Pando me parece demasiado excesivo en algunas situaciones. Los otros actores, todos muy ajustados a sus personajes, son remarcables, particularmente en los cambios de registro de su actuación.
La música, como olas sonoras, escancia el paso del tiempo y marca los momentos de tensión dramática que contrastan con situaciones cómicas.
El ritmo impecable, rápido, precipita los acontecimientos ineluctablemente hacia la aniquilación final, hacia el silencio.
Irène Sadowska
Hamlet de Shakespeare – Dirección y versión Alfonso Zurro – Teatro Fernán Gómez, Centro Cultural de la Villa, Madrid del 6 de abril al 1 de mayo 2016