‘Heart-Shaped Box’, una llamada al perdón con el telón de fondo del genocidio de Ruanda y el suicidio de Kurt Cobain
Es la nueva producción de Factoría Echegaray, con dirección de Cristian Alcaraz y texto de Francisco Javier Suárez
El director de escena Cristian Alcaraz y el dramaturgo coruñés Francisco Javier Suárez lanzan en ‘Heart-Shaped Box‘ un alegato a favor de la comunicación entre las personas, una llamada al perdón que tiene como telón de fondo dos acontecimientos históricos simultáneos: el genocidio de Ruanda y el suicidio de Kurt Cobain. Se estrena hoy en el Teatro Echegaray de Málaga, donde permanecerá en cartel hasta el 7 de mayo. Esta nueva producción del teatro municipal malagueño tiene por protagonista a Ricardo Truchado, en el papel de un hombre blanco que asistió a la matanza de Ruanda y que ha dejado su testimonio en un vídeo. Andrés Suárez y Raquel Cruz son sus hijos en la obra, dos jóvenes perdidos en este mundo, y Juan Antonio Hidalgo hace las veces de narrador.
‘Heart-Shaped Box‘, caja con forma de corazón, es la última canción que cantó Kurt Cobain en Múnich en el último concierto de Nirvana antes de volarse los sesos. La interpretó ante 3000 personas en el hangar Terminal 1 del aeropuerto de la capital bávara, desde donde poco después se embarcaron blindados alemanes para Ruanda. La coincidencia le sirve a Suárez Lema para hilar su indagación en la masacre y su mirada «al perdón como la materia de un forense psicológico» con una reflexión sobre los medios de comunicación, la política internacional, el amarillismo y la superioridad con la que los habitantes de los países occidentales tratan a los del llamado Tercer Mundo. «¿Hacia dónde mira Occidente?«, se puede leer en pantalla durante la función de ‘Heart-Shaped Box‘, cuyos personajes buscan cómo continuar en el mundo después de la barbarie y de sus fracasos personales.
«A partir del relato del padre y de sus vivencias en Ruanda, la obra muestra cómo los universos del resto de personajes se han visto alterados. Tras esa matanza, después de ese dolor y ese pánico, el padre no volverá a ser el mismo, una transformación que se percibe también en el resto de los personajes, sobre todo los hijos. Personas que no se pueden comunicar, que habitan los espacios pero que se dejan llevar por los acontecimientos y que al fin de cuentas están solos«, afirma Alcaraz. El escritor y director malagueño emplea en el montaje un tono intimista, bastante cercano a lo cinematográfico, en el que los intérpretes dicen el texto de una forma muy natural, sin estridencias, en la que «no puede haber mentira«.
‘Heart-Shaped Box’ habla de cómo un acontecimiento puede transformarnos a todos y también muestra cómo Occidente aplasta y somete al resto del mundo, con ejemplos como los enfoques sobre la ‘realidad’ que transmiten los medios de comunicación o las actitudes de los turistas respecto a las culturas locales. Occidente, recuerda Cristian Alcaraz, prestó mucha más atención al morbo de la muerte del líder de Nirvana, suicidado un par de días antes de que comenzara la tragedia en el país africano, que al genocidio, de la misma manera que el guantazo de Will Smith se situaba hace escasas jornadas en los informativos al nivel de la guerra en Ucrania en los informativos.
Cristian Alcaraz es también el diseñador de la escenografía y el vestuario de la pieza, que está iluminada por Visuales Tama, cuenta con el trabajo en los visuales de Tiquismiquis.club y el apoyo de Carmen Vega en la asistencia de dirección. Entre todos han concebido un espacio escénico que huye de la mímesis de los lugares a los que remite el texto, que están representados con símbolos. «En el espacio –recuerda el director- todo confluye, desde un desierto hasta un estudio de grabación, y todos los personajes están siempre en escena. Lo que nos interesaba con esta propuesta era que, además de contar el relato, esas pequeñas historias sobre la incomunicación, el miedo o la muerte, fueran los propios actores, Andrés, Raquel, Juan Antonio y Ricardo, los que estuvieran observando el resto de la escena. No hay bambalinas, y cuando terminan sus intervenciones se ponen a mirar, a beber agua y ven la escena en la que no participan, lo que refuerza la idea de la incomunicación«.