Zona de mutación

Hendir la roca con filo de agua

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El hecho que por neotenia el hombre mantenga la impronta de su niñez en su organismo, hace posible su apertura a tanta disponibilidad como su creatividad le habilita. Es significativo cómo las preferencias fisiognómicas profundas que detalla Eibl-Eibesfeldt , habiendo determinado el ‘esquema infantil’ que habría estimulado la selección de los caracteres en el proceso de hominización, llevaron hasta el afinamiento y delicadeza que definen los ideales de belleza actuales. Las condiciones neotécnicas acreditan desde lo imaginario, ímpetus conductuales que podrían leerse como compensatorios de algún grado de inmadurez biológica, o mejor aún, como la imagen mutante e infinita de la propia condición antropológica. Esto hace que la creatividad no sea una consecuencia pasiva sino un factor de potenciación exponencial adjudicable a su condición de niño perpetuo. La frágil estructura expresada en su blandura orgánica, factor de inmadurez matérica, tiene otras coberturas que las que no puede tener en caparazones, rugidos, alas, púas defensivas, colmillos afilados, y que se expresan en la intangibilidad de su vuelo, sabiduría e intelecto. Hay que incorporar que no pocas de sus ínfulas ontológicas afloran de sus perplejidades y angustias, por lo que su situación estratégica en el mundo, tiene sin duda un valor existenciario. Hay que computar que el instinto de representación se purga con angustia y dolor. Sin embargo, la labilidad etaria del humano, lo faculta para nuevas e imprevisibles configuraciones que antes que somáticas, tienen el valor astral, cosmogónico de su cultura. Tamaña prótesis cultural, de naturaleza proyectiva, alcanza los confines no de lo visible sino de lo imaginable. Todo por inmadurez, ya que lo opuesto, es indefectiblemente la anulación del niño. La imposibilidad natural, ínsita a su condición, pone la semilla de un desarrollo que se inscribe en el hombre como sueño. Desde esta perspectiva, nada impide suponer a lo humano como la forma de no serlo, y en su capacidad de autoproducirse niño, dejar en tanto hombre, los factores somáticos de una maduración amenazante. El rango inatrapable, inacallable, de rapsoda inveterado, que su creatividad le dota, nutre en sí mismo la formalización apta al tamaño de tales sueños. El hombre es la única especie oníricamente autogestionaria que puede hacerle justicia.

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Recordar un texto olvidable en el concierto de la obra de un gran autor, hace que el pequeño texto, sin embargo, no se olvide porque configura en el recordante, una forma de la perfección aún en el segundo plano que pueda ocupar en el concierto de la obra de ese autor. Pero en ese trasfondo vibra una luz por la que vemos. En algunas reflexiones póstumas, el filósofo Lacoue-Labarthé habla de la ‘necesidad de la forma’ de un texto ctónico, sumergido en el subsuelo de la propia conciencia, en la que el rechazo del olvido estalla como penetración, iluminación, visión, aún cuando esta adjetivación no sea sinonímica ni unívoca, sino más bien incierta. En la entrevisión de sus fulguraciones, es que emerge parte (o todo) del arte ominoso, oscuro, tenebroso, que no es otra cosa que la corporización de la incertidumbre frente a la perplejidad cerval del ser humano. La perfección gestáltica de un no-saber azota con el rayo que por velocidad no puede menos de hendir la oscuridad pétrea. A pesar de uno mismo. Pero hay una Función-Si, al decir de William James, una afirmación que franquea las rocas anfractuosas que el mirar maduro debe alisar. Es la afirmación propia de un estado ampliado de conciencia y que en el magno pensador, se relaciona más que a los efectos de los estupefacientes, a lo que tales estados significan. El rayo en la penumbra vuelve sobre sí (esa es una afirmación) y energiza al monstruo. La madurez que doma en un viviente los pulsos anacreónticos y primigenios, en la madurez orquestada a base de insistente redundancia, tiene el edredón para recostar la testa sonambúlica y zombi con que se expresa la cuchilla cercenante de la vigilia, allí donde la conciencia de las cosas se presenta parcelada, rodeada del vacío de lo que se olvida porque no es importante (que no es importante porque se olvida). Los rayos en la borradura, rescatados por el aguijoneo o el dolor. Y el dolor es ese rayo, bisturí de luz en la negrura, de lo que no se sabe por pura indiferencia. Y el olvido es el propio cuerpo, ahora aguijoneado para evitar que vuelva a dormir. Triste asociación: torturar el cuerpo para ver. Ver con la picana del pensamiento lo que no podría hacerse sin él. Ya no es una ironía la tortura como una de las bellas artes. Ver como fruto de una compulsión fascista. Aterrarse a sí mismo, amenazarse, perseguirse por las largas galerías, o las calles (como la niña del aro de de Chirico, que no se apercibe de la sombra amenazante que la espera). Suprimirse a sí mismo, arrojarse de los vuelos de la muerte. Cuando se aprende con miedo, lo que luego se recuerda no es otra cosa que el miedo.

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El psicólogo y economista, premio Nobel, Daniel Kahneman, plantea una esquemática diferencia entre el yo de la experiencia y el yo de los recuerdos de la experiencia. Una diferencia bastante cercana a los dilemas del actor frente a la ‘crisis de la representación’. Una diferencia que podría computarse como la de vivir, en términos de continuidad, en la obsolescencia natural de los hechos en presente que se olvidan subsiguientemente, frente a la memoria que cuenta historias, subjetivizadas por el grado de disfrutabilidad o angustia que a la sazón supusieron, que no es otra que la de la reflexión, la elección y toma de decisiones, frente a lo instantáneo, lo impensado. Cuál es la capacidad de homeostasis entre la pulsión primaria y la reflexión. En un actor puede computarse la alternancia entre experiencia y organización de sus recuerdos sensoriales. El recuerdo brinda el mapa de los estados a alcanzar según un determinado plan de objetivos psico-físicos trazados. La combinación experimental de lo que está en uno como memoria con la capacidad abierta y espontánea para vivir una situación, conforman una metarrealidad donde presente y no-elección entre experiencias frente a la aptitud de toma de decisiones, se diluyen en un estado que podría verificarse como ‘modelo’, inclusive como cuadro psíquico del intérprete, lo que seguirá siendo una referencia objetiva del hombre poeta coagulando realidades. Lo que en el poeta puede entenderse como ‘experiencia de los límites’ (los propios), pueden ayudar a corroborar los alcances de una conducta lanzada proactivamente y no reactivamente. Otra circunstancia a tener en cuenta es la del estudio del hombre en situación cotidiana, soportando pasivamente las condiciones dadas, y otras la investigación neurocientífica de los alcances del hombre en trance creativa. Es la diferencia entre estudiar la fórmula de una vacuna en un basural o la de hacerlo en una sala esterilizada.


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