Hipólito / Isidro Timón / Emilio Del Valle / 64 Festival de Teatro Clásico de Mérida
Un Hipólito interesante
Llegamos al final del Festival con “Hipólito”, tragedia tramada por Eurípides sobre un hecho de amor incestuoso de la sabiduría popular. Hecho universal y duradero. Pues persiste siempre el conflicto, que alcanza soluciones muy diversas que han sido tratadas por varios autores dramáticos a lo largo del tiempo. El espectáculo para esta 64 edición, en versión libre de Isidro Timón compartida con Emilio del Valle (que también se encarga de la dirección), ha sido realizado -con la entusiasta producción del actor cacereño Luis Molina– por la compañía extremeña Maltravieso Teatro en colaboración con La Almeda Producciones.
La versión de Timón/del Valle es bastante fiel al contenido del texto del autor griego, respetando la lectura idealista-tradicional en la profundidad de sus máximas filosóficas, en el análisis psicológico del corazón femenino y en la calidad narrativa y poética de una de las más hermosas creaciones helénicas, donde el conflicto -manifiesto desde el principio en la escena de la lucha enconada, de capricho y de poder, entre las diosas Afrodita y Artemisa– admite con pleno sentido las pasiones extremas de la tragedia de destrucción. Pero acrisolando en un sentido de medida trágica y cómica –que convierten la obra en el género de una tragedia fársica- donde los autores la enfatizan con nuevos diálogos y monólogos a través del coro y personajes secundarios. Toda una trama de cuadros yuxtapuestos recreados con armonía dramática en el difícil equilibrio de conseguir un discurso atemporal de las pasiones y los valores, abierta a múltiples interpretaciones y consideraciones en la función moralizante y eminentemente social del mundo de hoy. Esta técnica literaria de cambio de género dramático ya fue utilizada con muy buen resultado por los autores en su conmovedora “Antígona del siglo XXI”, representada en la 57 edición del Festival.
La puesta en escena, de Emilio del Valle utiliza íntegramente el espacio romano exhibiendo un atractivo abanico de recursos dinámicos propios de la tragedia fársica, que sabe relacionar y que funcionan en el grado justo de intensidad en crescendo. Escenografía, iluminación, vestuarios y una sencilla pero sugerente música -en directo y al estilo del afamado Berliner Ensemble alemán- logran un montaje bastante equilibrado para crear la atmósfera sobrenatural de la tragedia y el ritmo necesario de las actuaciones. La reflexión feroz de lectura materialista que no excluye los elementos del realismo en su multiplicidad de sentidos, significaciones y resonancias se complementa con un expresionismo distanciador de las acciones para producir una interesante dialéctica orden-desorden (donde hay mucha técnica del teatro didáctico de B. Brecht) en el conflicto entre la libertad del amor (representado en Fedra) y la manera de alcanzar la castidad (representado en Hipólito), en torno a ese viento de fatalismo que sopla sobre los dos personajes.
En la interpretación, que es notable en general, no es fácil hablar del trabajo de los actores. Saltaba a la vista su entrega. Lo que no basta para que la resultante haya sido una interpretación desigual, unos están mejores que otros. Destaca la joven Camila Almeda (Fedra), logrando un seductor cuadro de su imagen desnuda y tonos verbales en la solución de ese “pathos” terrible que la envuelve, desgarrando su amargura cuando los fríos cálculos de la incestuosa pasión fracasan. En José Antonio Lucia (Teseo), brilla la presencia escénica del legendario héroe sumido en la mayor desolación, dominando el espacio con vitalidad y fuerza expresiva. Amelia David (Artemisa) y Mamen Godoy (Afrodita) están humorísticamente geniales en sus roles de diosas rivales. El coro de mujeres de Trecén –Estefanía Ramírez, Raquel Bravo, Guadalupe Fernández y Sara Jiménez– sacan partido a una ironía de teatralidad expresionista que nace en el mismo acto de la palabra encarnada y distanciada con resonancias de lirismo lapidario en las canciones. Y cumplen también, dando mucho juego escénico Rubén Lanchazo –con excelente declamación en sus narraciones-, Javier Uriarte y Rúll Delgado como mensajeros y cazadores.
Sin embargo, flaquean al principio los papeles de Alberto Amarilla (Hipólito), bastante inseguro en sus movimientos y en las cadencias y anticadencias de la voz; y de Cristina Gallego (la nodriza), en la que no se aprecia una correcta caracterización física de su personaje (alejado del estilo de lo que se ha considerado un remoto anticipo de nuestra Celestina inmortal), lanzando parrafadas a gran velocidad. Si bien, ambos actores logran crecerse magníficamente en las conmovedoras escenas finales.
José Manuel Villafaina