El Hurgón

Historias que nunca acaban

No pierden vigencia las historias que va contando Maite Agirre, adondequiera que el azar la lleve, ya sean las aventuras alucinadas y alucinadoras de don Quijote, o las confesiones autocomplacientes, divertidas e imperecederas de La Celestina, dos acontecimientos en los que nos da la impresión de que se ha ido especializando ella, quizás porque considera que están muy cerca de la naturaleza humana, pues cualquier cosa dejará de hacer ésta, menos soñar y amar, porque a Maite se le ve a todas luces que siempre quiere hacer teatro terrenal.

Maite Agirre es la directora de Agerre Teatroa de San Sebastián, España, y una de sus particularidades es el método, por cierto muy doméstico, porque está desprovisto de tecnicismos, que emplea para mantener vigentes las historias que cuenta, pues esta mujer, aunque viene de lo más profundo del teatro, parece cada día más natural en su oficio, porque siempre posa sus pies en la misma superficie en la que están parados los demás, y cuando sube al escenario, no lo hace para tomar distancia de éstos, sino para cumplir con uno de los destinos de las Artes Escénicas, cual es representar la vida y sus circunstancias.

Su método consiste en descubrir parte de la materia prima de que se abastece el trabajo teatral, es decir, personajes, de entre aquellos, de apariencia común y corriente, que tal vez nunca pensaron en actuar o en subir a un escenario, en los lugares adonde la lleva su oficio, observando, sin la ansiedad de quien quiere encontrar la gloria en una sola búsqueda, las aptitudes de quienes pasan por su lado o se acercan a saludarla, y a medida que va conversando con la gente, como si la cosa fuera lo más natural del mundo, ella va acomodando con la imaginación a cada persona, según las habilidades que vaya descubriendo en ellas, en uno cualquiera de los episodios de sus historias favoritas que ya hemos mencionado, y después las convence para que se sumen a su causa escénica del momento.

De esa manera, Maite consigue subir al escenario apuntes de la vida visible y ensoñadora, u oculta y licenciosa de la localidad donde se encuentra actuando, según sea su relación con las aventuras de don Quijote, o con las historias que cuenta la nunca bien ponderada dama Celestina, haciendo que los entusiasmados nuevos actores las vayan recitando como parte del argumento improvisado que se han comprometido a generar.

Pero, Maite no involucra al público en la misma forma como suelen hacerlo algunos trabajadores escénicos, quienes con cuyo diseño terminan haciendo recreación dirigida, pues lo que ella hace es involucrar la circunstancia social del lugar que visita, provocando en el actor que acaba de descubrir, la decisión de develar con su argumento improvisado la vida cotidiana secreta de su entorno, para demostrar que don Quijote y doña Celestina comparten eternidad y omnipresencia.

¿No es éste un procedimiento idóneo para hacer que una historia nunca acabe? Claro, pero además, también sirve para demostrar que se sueña y se ama en todas partes, y que éstas son también acciones de la gente sencilla.

Con dicho procedimiento Maite, aunque nunca nos lo ha dicho, ha comprendido que el teatro se puede armar en cualquier parte, sin detrimento de su calidad, y de paso hacerlo menos intimidatorio a quienes en su fuero interno se consideran gente común y corriente.

De esa manera, Maite consigue, además, demostrar que la vida y el teatro son una misma cosa, y de paso hacer a éste más accesible y asequible a quienes lo ven como un espectáculo destinado a esos que llaman espíritus selectos, que todo lo entienden, y que según nos han hecho creer, sólo poseen los intelectuales.


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