Hogueras
«Quemar la casa» es el título de un libro escrito por Eugenio Barba en donde repasa sus intuiciones sobre un asunto tan incendiario como es la dirección escénica. En esta parte del mundo es verano, hemos celebrado una nueva noche de san Juan, tan teatral ella, de Shakespeare a Strindberg pasando por Dagoll Dagom. Las hogueras son un símbolo, un rito, en el mejor de los casos se hacen para quemar lo anterior, lo viejo, lo usado y esperar lo nuevo, que en su tiempo serían las nuevas cosechas agrícolas, pero que ahora parece reducirse todo a un sistemático empleo de los resortes publicitarios para acomodarse a una noche de juventud, de exuberancias, de alegría seguida de una mañana resacosa.
Proliferan las fiestas patronales en donde se está perdiendo el hábito de dejarle un espacio al teatro, aunque sea en mala condiciones técnicas y muy concentrado casi en el entretenimiento de los más pequeños. Por otro lado vemos la utilización legítima, aplaudida por muchos de la cultura convertida en reclamo turístico, los festivales veraniegos que ocupan, suplen, proponen otra relación con el hecho teatral, pero en la misma clave de intenciones artísticas, en zonas enfocadas al teatro clásico del siglo de oro español y sus correspondientes semejantes en otras lenguas, junto a propuestas generalistas que se convierten en un Festival detonante de otras vías, como es el Grec de Barcelona, al que hay que considerar como un expresión de lo que es posible hacer en una ciudad grande, con una presión turística importante pero que atiende a la ciudadanía local, regional, pero aplicando criterios de internacionalización superlativos.
Se quiere señalar con lo anterior que la rueda no para de girar, que existen signos de resistencia a la parálisis, que si de verdad estamos tocando fondo, si podemos empezar a apoyarnos ya en el fondo de la piscina para comenzar el ascenso controlado, lento, la destrucción del tejido empresarial, de exhibición, artístico, siendo inmenso, parece que se puede reparar en un tiempo prudencial con buenos tratamientos. Sabemos todos, los optimistas y los pesimistas, los neoliberales y los estatalistas, los de derechas y los izquierda, que nada va a ser igual, que no podemos buscar referencia a nuestras espaldas, sino soluciones imaginativas al frente, por delante de nosotros.
Por lo tanto, ojalá las hogueras hayan quemado todos los residuos de crisis, recortes, retrocesos, voladuras de instituciones, instrumentos y programas que ayuden al objetivo de una cultura democrática, de unas artes escénicas accesibles a todos los públicos, y que del mal el menos. La nueva temporada está después de los baños y las operaciones salida y retorno, los grandes coliseos ya han presentado sus programaciones, es la clase media baja, los emergentes, las iniciativas más débiles del entramado creativo quienes están más desprotegidas. Y me parece que van a estarlo un poco durante un tiempo. Sí, todo parece muy contradictorio, pero no lo es. Se va a aumentar una actividad teatral protegida, institucional, bien subvencionada, como se ven en los resultados de la subvenciones y ayudas otorgadas por el INAEM, y fuera de ello, la nada.
Es esa nada la que debe ser algo, la que debe luchar para ser un lugar de futuro. Hay que pelear por lo que se ha perdido y consideremos innegociable, por lo que viene, porque lo de siempre, los clasicorros de aluvión, los repartos televisivos, lo comercial por encima de todo, eso, permanece. Y las hogueras no pueden limpiarlo del todo. Aunque en sus cenizas podemos escudriñar mensajes y estrategias para aplicar en los próximos meses.