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Homenaje a Pepe Henríquez desde el Premi Born

Hay personas que sin hacerse notar, sin hacer ruido, sin ningún tipo de ostentaciones, dejan una huella indeleble en la memoria y en el corazón de otras personas con las que han coincidido.

Este es el caso de Pepe Henríquez, un hombre sabio y un teatrero exquisito y exigente, al que le gustaba escuchar y que nunca daba lecciones de nada a nadie.

La cercanía y la calidez en el trato, junto a la cordialidad y a una intachable elegancia, eran solo algunas de las virtudes que a mí más me enamoraban de Pepe.

Aunque yo ya le conocía de leer sus trabajos en la revista Primer Acto, nos conocimos en persona en 2007 por intercesión de Ana Vallés y Baltasar Patiño, que desde la Sala Galán de Compostela organizaban el Festival En Pé de Pedra en la capital de Galiza.

Pepe Henríquez admiraba el trabajo creativo de Ana Vallés y Baltasar Patiño en Matarile Teatro y, además, eran muy amigos, y me consta que se estimaban profundamente. El último espectáculo de Matarile, titulado «El cuello de la jirafa» y estrenado en el FITO de Ourense el 10 de este mes, estaba dedicado a Pepe Henríquez.

Por estas mismas fechas también asistí a «El futuro empezó ayer» de Marco Canale, en el Teatro Ensalle de Vigo, y en él había una escena de homenaje en la que el joven argentino reproducía un diálogo con Pepe.

Y es que Pepe Henríquez debe de ser uno de los pocos críticos de teatro apreciado y querido por las personas que integran la profesión. No solo aprecian sus análisis profundos y certeros, que destilan un amplio conocimiento artístico y una sensibilidad refinadísima, sino también ese cariño, esa ilusión y pasión que animan sus críticas.

En aquel primer encuentro en Compostela, en el marco de aquel festival En Pé de Pedra, donde el teatro danza y las expresiones más sorprendentes e innovadoras se daban cita, integrándose en las calles pétreas de la monumental Compostela, me llamó poderosamente la atención el interés que Pepe me mostró cuando nos presentaron. Era un interés auténtico, verdadero, de alguien con una curiosidad inmensa pero no invasiva. No era un interés fingido o una atención derivada de las normas de protocolo o de la educación, para quedar bien. No era un contacto para obtener algún favor a cambio. No. Pepe se aproximaba de verdad a tu persona, de manera afable y altruista, sencillamente porque quería conocerte porque unos amigos de su confianza nos habían presentado y porque yo también me dedicaba a eso del teatro que a él tanto le apasionaba.

Quiero apuntar que las conversaciones con Pepe, además de ser riquísimas por toda la experiencia y los conocimientos acumulados que atesoraba y ofrecía, eran fascinantes porque con él desaparecían las prisas y el tiempo parecía detenerse. Supongo que esto también era fruto de su simpatía y serenidad, de esa capacidad que yo le admiraba muchísimo de saberse parar, de detenerse para hablar, para pasear, para contemplar, para mirar a los ojos… sin prisas, sin la tensión de lo que vendrá ni de lo que ya pasó.

En Pepe había una especie de filosofía Zen, una especie de «Mindfulness» o conciencia plena, que parecía innata y que nunca se ponía en evidencia, pero que, sin embargo, ahí estaba. Pepe siempre parecía no perder su centro de gravedad, sus pies bien pegados a la tierra, a la materialidad física y química, a los elementos básicos, pero, sin embargo, su conexión con la tierra y con lo más humano y elemental no le impedía elevarse hacia lo más trascendental.

Después coincidimos en algunos encuentros de publicaciones teatrales en el FITEI (Festival Internacional de Teatro de Expresión Ibérica) de O Porto, en la época que lo dirigía el amigo Mario Moutinho, también en la Mostra Internacional de Teatro Cómico e Festivo de Cangas do Morrazo (Pontevedra), en alguno de mis viajes a Madrid para ver espectáculos raros y, varios años seguidos, en la ceremonia del Premi Born de Ciutadella de Menorca.

Pepe fue, junto a Esperança Pons, en la época en la que ésta era la presidenta del Cercle Artístic, promotor de la edición del prestigioso Premi Born en gallego, euskera, castellano y catalán.

En casi todos nuestros encuentros el reloj desaparecía y era substituido por viajes astrales por los paraísos de Talía, con una copa en la mano, dando un paseo o compartiendo una cena.

Y digo viajes astrales por los paraísos de Talía sin afán de introducir una figura retórica, sino porque Pepe casi nunca, que yo recuerde, hablaba con acritud del teatro y de sus gentes, y tampoco de la vida y de sus vueltas. Él todo lo tocaba desde una perspectiva constructiva y empática. Yo diría que, desde la perspectiva que nos brindaba Pepe, todo se volvía paraíso habitable y utopía posible.

Era realista y soñador, tremendamente comprometido políticamente con las tendencias más avanzadas y progresistas de las artes escénicas, con los más jóvenes, con los desfavorecidos… con los que no estaban dentro del «stablishment», con los que se arriesgaban a investigar nuevas formas desde la honestidad expresiva y la exigencia artística.

Pero todo esto, sin ser condescendiente, lo trataba y lo acompañaba desde una altísima humanidad.

Pepe comprendía el fracaso de algunos proyectos artísticos y por eso él no les daba la espalda ni los negaba. Quizás porque Pepe no buscaba el éxito por el éxito ni ponía el teatro al servicio de su persona, para conquistar notoriedad y poder. No. Pepe se ponía, él mismo, al servicio del teatro desde el amor y una profunda conciencia cívica.

Esto se puede comprobar fácilmente leyendo sus artículos, sus crónicas y sus críticas teatrales.

Él sabía ser comprometido políticamente sin ser dogmático ni panfletario. Él sabía analizar un espectáculo o una obra definiendo con precisión y sensibilidad aquello de lo que hablaba sin necesidad de acuñar etiquetas restrictivas o tecnicismos que demostrasen su poderío y su cultura teatral. Pepe no se ocultaba ni se parangonaba tras clasificaciones rimbombantes, ni se dedicaba a etiquetar a los demás y sus obras para acotarlos, sino que nombraba y describía abriendo la realidad y el arte, iluminando los rincones, suavizando las aristas, facilitando sin rebajar. Porque Pepe Henríquez no sentaba cátedra ni pretendía hacer ejercicios de lucimiento personal y académico para competir o para ponerse por encima de los demás, desde un púlpito. Y lo podía haber hecho porque escribía en los medios especializados que, en cierto sentido, tenían, y aún tienen, más prestigio dentro del ámbito de las publicaciones sobre artes escénicas.

Él no escribía sobre un espectáculo o sobre una obra para auparse y lucirse, sino para ofrecer su trabajo y colaborar en la difusión, el estudio, la reflexión, y los ánimos a las artistas y los artistas.

En su trabajo aunaba, sin que se notase, militancia cultural, difusión e investigación.

Sin duda, la escena más alternativa y progresista del teatro, con la desaparición de Pepe Henríquez, ha perdido a un cómplice fundamental y muchos de nosotros a un amigo y un maestro.

Hemos perdido a un erudito del teatro que, además, era un teatrero, un cachondo, un tipo divertido, una buena persona, que te abría las puertas o, mejor aún, que te hacía sentir que no había puertas.

A mí me dio voz en su época en Primer Acto para que pudiese explicar lo que estaba sucediendo en la escena más rupturista y loca del teatro gallego. Igual que, desde hace unos años, nos facilita Carlos Gil, otro sabio teatrero, en ese magnífico periódico digital de las Artes Escénicas y Visuales que es Artezblai.

Yo vengo de Galiza y aunque la idiosincrasia gallega nos liga con la cultura de los muertos, prefiero los homenajes festivos en vida de las personas. Pero en este caso, agradezco y me sumo al homenaje a este amigo con las personas que, desde la filantropía y el amor al teatro, organizáis el Premi Born.

Un homenaje a Pepe Henríquez y a su memoria que yo intentaré mantener, siguiendo, en la medida de mis posibilidades, su admirable ejemplo.

¡Salud y teatro!

Afonso Becerra de Becerreá.

(Leído en la Sala d’Actes «Jeroni Marquès» del Cercle Artístic de Ciutadella de Menorca, el viernes 23 de octubre de 2015. Acto de homenaje a Pepe Henríquez en el que también participaron Esperança Pons, Carlos Gil y Joan F. López Casasnovas.)


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