Hoy quería escribir solamente de teatro, pero…
Tenía estructurada esta homilía lunática a partir de tres espectáculos que he visto en los últimos días, ‘Traición’ de Harold Pinter en el Pavón/Kamikaze, ‘La Pira 1: la conmoción’ de Sanzol, Spunzberg y Mir en el Valle Inclán y ‘Noche oscura’ de Martínez/Bolta en el Francisco Nieva, y lo quería hacer hablando intrínsecamente de las estructuras dramáticas, de su mismidad teatral, intentando acercarme lo máximo posible a una crítica teatral forense de sus entrañas no exclusivamente de sus formas, pero…
Se ha cruzado una muerte, la de Gerardo Vera, que por las noticias recibidas ha sido causada por la Covid-19 y como somos de la misma generación, establecimos relaciones teatrales hace muchas décadas, el simple pensamiento de su ausencia me coloca en un estado de nostalgia, de una melancolía fundamentada en varios momentos de coincidencia teatral, alguno de ellos de una intensidad imborrable por las circunstancias y sus consecuencias.
Mis primeros contactos se refieren a principios de los setenta y fue a través de Luis Matilla, del que yo quise montar en Barcelona una magnífica obra para públicos familiares, ‘El hombre de las cien manos’ y Gerardo Vera me mandó unos figurines, era un diseño de escenografía primoroso, para el nivel de la producción del grupo que lo quería poner en pie TEHA (Teatro Experimental Hispano Americano), un delirio, algo inalcanzable por nuestro presupuesto pero que nos abría los ojos a unas posibilidades de hacer las cosas desde un rigor absoluto y con una ambición artística más allá de lo coyuntural. Guardo todavía los originales. Los legaré a alguna institución. No se llegó a realizar este espectáculo.
La segunda ocasión fue también en Barcelona, en la Sala Villarroel, El Búho presentaba ‘La sangre y la ceniza’ de Alfonso Sastre, dirigida por Juan Margallo y con Gerardo en el reparto. Habíamos quedado para vernos, quizás habíamos comido juntos, mi hijo tenía dos años, andaba por allí jugueteando. Cuando llegó la hora de la función, nos fuimos para casa. Al llegar a la misma, un mensaje en el contestador automático: “ha estallado una bomba”. La extrema derecha había colocado una bomba en el pasillo de entrada a la sala, por donde correteaba mi hijo. Causó solamente destrozos, pero metió el miedo en el cuerpo. Al día siguiente estuve revisando los bolsos y cacheando a los públicos que vinieron a ver la función. Sentí pánico por si encontraba otra.
La tercera sucedió en Vitoria, en la Cooperativa Denok, me tocó llevar la producción de ‘El Rayo colgado’ de Francisco Nieva que dirigió Juanjo Granda y que tenía una escenografía de Gerardo Vera hecha de hierro. Magnífica, pero muy poco eficaz, especialmente pensando que fue la primera obra de Paco que salió de gira. Hicimos muchas funciones, pero el transporte necesitaba de muchos esfuerzos, aunque su efecto estético fue excelente. Estuvo él mismo allí montándola, construyendo accesorios y hubo un rompimiento; por causas que ahora no sabría explicar se rompieron las relaciones entre escenógrafo y director, y la consecuencia fue que apareció Paco Nieva para ultimar el trabajo de Gerardo. Como pueden comprobar, se reunieron allí dos de los mejores hombres de teatro total.
Después vino su incursión el cine, como director de arte y como director, su siempre exuberante relación con las artes escénicas. En su época de director el CDN, tuve ocasión de verlo en los estrenos, en su gira por Bilbao, donde pudimos charlar un poco más pausadamente. Es innegable que su sutileza formal era exquisita, que probablemente sea uno de los directores de teatro más formados, que, como todo en la vida, es cuestionable las elecciones del repertorio y de los elencos, pero si miramos ahora mismo hacia atrás, mantuvo siempre una dignidad profesional por encima de cualquier coyuntura inspirada por una ambición artística y cultural innegable.
Cada vez que nos sorprende la muerte nos queda esa amargura de si debimos mandar un hola, tomar un café, charlar un poco más… Ahora es irremediable. Admiración, tristeza, pero sabemos que hizo mucho y bien por las artes.
No quisiera despedirme sin mencionar por encima el asunto del Teatro Real, la rebelión de los espectadores por la falta de cumplimiento de las medidas de seguridad en una representación. Es lamentable. Es el teatro con mayor presupuesto del reino de España, es un emblema y racanean con la salud. Deberían dimitir todos los irresponsables que propiciaron este desaguisado. Y no fue solo en el gallinero, en las butacas baratas, la denuncia empezó también en la platea, en las caras. El comunicado oficial es delirante porque existen vídeos y testimonios directos de personas de todas las localidades. Esto hace daño a todos. La Cultura es Segura, siempre que los mercachifles abandonen las instituciones públicas.