Sud Aca Opina

Ideas a la parrilla

Hace ya más de un mes que no escribía ni una sola palabra, y lo peor de todo, es que no encuentro ninguna razón de peso como para no haberlo hecho. Todos los días vivimos cientos de experiencias, las cuales, meditadas mínimamente, pueden ser fuente de inspiración, incluso para escribir largos tratados, pero no me he dado el tiempo necesario para meter esos momentos en la maquina procesadora de mi cerebro y escribir al respecto.

Entonces de manera natural surge la pregunta; ¿Por qué?

No creo tener depresión, ya que todas las mañanas al despertar, después de unos segundos en que mis oídos se regalan con el canto de algunos pájaros que se niegan a aceptar como el otoño ya casi le abre las puertas al invierno y con los ladridos de unos perros que se odian a muerte cuando esta cada uno de su lado de la reja, pero que son indiferentes el uno del otro cuando se cruzan en la calle, abro las cortinas para ver como el sol comienza a dibujar el paisaje, hasta hacía muy poco, escondido tras la oscuridad de la noche.

Tampoco es que no me pasen cosas, porque, aunque no sea un explorador aventurero viajando por lugares exóticos, el solo hecho de existir ya implica que todos mis sentidos son constantemente estimulados tanto por la rutina como por la sorpresa de la vida misma.

Podría ser que el ritmo vertiginoso de estos tiempos no me permita hacer la pausa necesaria para reflexionar y no simplemente actuar según los códigos impuestos por el sistema del cual solo somos una pieza más del engranaje, por cierto, prescindible, y no individuos con capacidad de identificarnos de la masa a través de nuestro actuar.
Otra posibilidad es que esté tan enfocado en hacer lo que mi familia y la sociedad espera de mí, que no hago lo que, en definitiva, me define como persona.

Como en una prueba de selección múltiple, todas las anteriores y ninguna a la vez.
Simplemente me ha faltado la voluntad de encontrar el tiempo para hacer la pausa necesaria.

Lo de no tener tiempo es una excusa autocomplaciente para el no hacer, un acto acomodaticio para no salir del metro de cuadrado de confort en que la vida fluye simplemente porque tiene que fluir, huyendo así de todo desafío que podría resultar incomodo, pero sin duda, formativo.

Nos hemos transformado en trogloditas cobardes. Lo digo porque creo no ser el único. Somos temerosos de las bestias y erupciones volcánicas incapaces de salir de la cueva para cazar el sustento, privándonos así, de la maravilla de aprender a dominar el fuego. De haber sido así desde el homo sapiens hasta ahora, no habríamos mejorado el estándar de vida, pero por sobre todo, no podríamos disfrutar de una deliciosa carne asada a la parrilla en compañía de algunos amigos.

La cueva material donde encontrábamos cobijo ya no existe, fue reemplazada por una cárcel mental. Ni la cueva fue excavada por nuestros antepasados ni la cárcel construida a conciencia por nosotros mismos, simplemente la encontramos y nos fue más cómodo estar ahí que exponernos a la intemperie de la vida misma.

Tengo toda la voluntad de retomar periódicamente esto de la escritura, sobre todo porque hoy tengo un asado con algunas amistades y algunas ideas saldrán de eso.


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