Y no es coña

Ideología, estúpido

No sé si nos estamos cayendo de un guindo, o dándonos de morros con De Guindos. Pero leo y escucho a tertulianos, analistas y colegas tabernarios diciendo que lo que nos está sucediendo es que al gobierno actual le está pudiendo más la ideología que una aplicación de medidas técnicas sobre el diagnóstico de la realidad. Se dice esto casi como un acusación, cuando debería ser lo lógico, que se le diese la capacidad de gobierno a un partido por coincidencia con su ideología, o si se quieren poner un poco más estupendos, por su programa. Por lo tanto el voto, o la abstención, no es un acto ritual, folclórico ni eso que se hace antes del vermú del domingo electoral como la cúspide de tu participación como individuo en el proceso, sino algo más, es una responsabilidad adquirida.

A lo que íbamos, tuerta. Claro que la ideología es, en teoría, el sustrato sobre el que crecen las alternativas políticas, y con esa ideología de fondo, es desde donde se deben tomar las decisiones. Para decirlo en corto, no existe una única de manera de bailar un tango, ni de hacer una paella. Mucho menos de gestionar un teatro, un hospital, o un país. Es la ideología, la visión del mundo, la carga de las pruebas para favorecer un tipo de desarrollo u otro el que se hace empujado por la ideología de cada cual. Y si no existe ideología, entonces se llama populismo, tecnocracia, fanatismo o totalitarismo.

La crisis tiene muchas más soluciones que las que se están planteando. Se nos presenta una única solución, fanática, totalitaria, ideológica y economicista que está acabando con los valores de una democracia moderna, de un estado del bienestar incipiente. Si nos atenemos a las grandes demagogias, a los titulares, todo lo que hacen es fruto de una necesidad imperiosa, la única salida posible, una verdad revelada, pero la cuestión está en los pequeños detalles en los que esa carga fanática supera cualquier ideología, o es una ideología demasiado totalitaria.

Por ejemplo, que el alcalde del PP de la localidad almeriense de Huércal-Overa, cambie el nombre del teatro municipal, no tienen ningún amparo en la crisis, ni en una estrategia de comunicación, sino simplemente es una actitud fanática, reflejo de una ideología autoritaria, que se expresa con una violencia que deja ver sus ansias de venganza y, sobre todo, su ignorancia cultural, su falta de la más mínima sensibilidad. Que a estas alturas de la historia, alguien quiera quitar del frontispicio de un teatro andaluz el nombre de Rafael Alberti es un crimen de lesa cultura. Rafael Alberti fue un autor dramático considerable. Un poeta importante. Un hombre comprometido con su tiempo. Y su simple nombre le da prestigio a ese edificio, a ese pueblo y a toda la zona.

Con el catecismo ideológico en una mano, la piqueta (real o metafórica) en la otra y guiados por un cúmulo de mentiras y la capa de la crisis para embozarse, cada decisión de la Secretaría de Estado de Cultura, de las concejalías, o de las consejerías del ramo, están dando muestras de su ideología, de su idea de lo que quieren que sea esta sociedad, cómo quieren que sea sus conciudadanos y el futuro común, y en lo que nos ocupa la cuestión parece muy clara, llegan las hordas neoliberales, las que van a pisotear con sus caballos desbocados toda la hierba que salía con mucho esfuerzo y de manera desigual. Dentro de unos meses, el teatro en el Estado español será un páramo. Pero existirán unos oasis para las clases dominantes, con sus naderías, sus risas y sus miserias, óperas, ballets, y a la inmensa mayoría de los habitantes de esta península, los empujará un poco más hacia la televisión, porque consideran que ya tienen bastante con Belén Esteban. Muchas de las decisiones que se están tomando no tienen ninguna coartada técnica, ni siquiera económica, sino que responden a una ideología. En muchos casos mezclada con actitudes premeditadas de exterminio de ciertas actividades o de ciertos representantes de esas actividades. Pongamos que hablo del cine.

Sí, todo es fruto de una ideología. Y frente a una ideología, solamente se puede oponer otra ideología, una convicción que surja de una concepción del mundo, de un ordenamiento de los recursos, del propio Estado diferente. Solamente una opción de estas características podrá hacerle frente. Quejarse en la taberna, gritar en las asambleas, convertirse en abajofirmantes, es un desahogo, pero muy poco eficaz y amortizado por los que detectan el poder. Organizarse bien, convocar a la ciudadanía más activa, romper el círculo vicioso en el que nos han metido y en el que nos quieren mantener hasta la expiración. Se necesita acción, análisis, reflexión, reagrupación de fuerzas. Y mucha acción cultural, teatral, fuera de sus coordenadas, pero reclamando la presencia en sus edificios y el reparto de los recursos existentes para todos. No para unos cuantos elegidos.

Esto es también ideología. Claro que sí.

Repaso lo anterior, y noto la boca seca. ¿Qué tipo de teatro sería el más conveniente en estos momentos? Ideología, estúpido.


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