¿El espectador es un cliente?
la cultura-donación
El artista brinda un servicio, lo dona. ¿Está bien donar o lo que se llama ‘profesionalización’ es, no sólo la disculpa del dar sin nada a cambio sino la posibilidad de disfrutar de un bien espiritual, sin pagar por ello? En este caso, ¿el derecho riñe con la profesión? ¿Esto no genera pereza o el vicio de esperar que el servicio sea sin cargo? Bueno, esto es lo mismo que dice el FMI de los planes sociales. ¿La cultura es una gragea, un plan social, un adminículo que se cuelga en los arbolitos de navidad para provocar una insustancial felicidad?… Pero, si el artista es un trabajador de la cultura y dona lo que produce, ¿cómo va a pretender vivir de lo que hace?… ¿la profesionalización sigue siendo una bandera?… ¿Donar no es paternalista?… Y el service que se da, ¿es de orden espiritual?… Así visto, un actor sigue siendo un enteléquico bufón sublimatorio… una especie de plomero espiritual… un gigoló de gente aburrida que usa preservativos sublimatorios… ¿alcanza para decir que es un servicio esencial?… ¿entonces por qué las leyes no dicen que está prohibido despriorizar la cultura?… ¿qué leyes?… ¿Hombre, acaso no hay Ley Nacional de Cultura? Ah, no la hay. Y en cuanto a cultura, ¿a cuál nos referimos… si su materia prima es la libertad del hombre? ¿Por qué no hacer desde un comienzo un Ministerio de la Libertad?… ¿Se puede atar la cultura a la re-distribución de la riqueza?… además, lo que se le sustrajo en tanta ley de ajuste, ¿le será reintegrado?… ¿alguien lleva el cálculo?… ¿no equivale a decir que lo que da no son sino servicios estandarizados?… si quedamos en que el espectador es un cliente, comprará lo que anda buscando ‘si y sólo si’ esto es una necesidad para él… pero comprará según una cierta visión o previsión de lo que busca… de ahí que lo inesperado tiene su cuota de rechazo o de seducción para imponerse por sorpresa… pero al final, ¿el arte es realmente un juego de lo inesperado o es en realidad la ritualización de un hedonismo inconfeso por lo mismo que ya sabemos que nos da placer?… en este sentido, el artista frente al cliente, ¿no cae en la impudicia de la auto-promoción?… Debes comprarme, soy bueno… el mejor… despertar confianza, la cultura no muerde, es inocua… y asumir, voceamos nuestras obras, somos vendedores ambulantes de una economía que ofende mal, con la fatal patota funcional que te dispara su ignorancia al plexo… los cadáveres de la cultura pasan en procesión, flotando frente a las oficinas burocráticas que se tragan los fondos de inversión… los recicladores de la cultura muerta tocan sus clarines en los cementerios que olvidaron; ya ni saben dónde está enterrado cada quien… vamos señores, ¿para cuándo la caja alimentaria de la cultura?… Sin embargo, vayamos a los planos altos, para que el océanico favor cultural del poder, no nos arrase en las playas bajas, ni legisle sobre lo que no vive, ni sabe… eso, que cultura sea lo que el burócrata no sabe, ni sabrá… las hordas del Hombre-Poeta, portadores de un secreto que se ignora en las reparticiones culturales, se retiran a las selvas primigenias, aunque ya volverán a por ellos…
el teatro no es una industria cultural
¿Qué significa esto? ¿Conciencia de la inanidad de la actividad? ¿Conciencia de su especificidad? ¿Reclamo al reconocimiento en correlación a tal especificidad? Esto indica que seguiremos siendo los no redituables de siempre. El Celcit de Argentina publicaba hace un tiempo un artículo del diario La Nación firmado por Susana Reinoso, que decía que el PBI cultural crecía más que el de los servicios y que el de la construcción. Es decir, la cultura ofrece números importantes? Sin duda. Entonces ¿quiénes vienen a ser los que se quejan? ¿Los que se creen importantes? ¿Acaso las actividades presenciales alcanzan para entrar en las estadísticas del PBI? ¿Acaso la cultura implementada desde el Estado, liberada de la dinámica del superávit y la ganancia, no es en la consideración final un derroche? Y por eso mismo, ¿no carece de contralor, de seguimiento acabado de sus números? La ausencia de contralor no habilita a hablar de inversión, toda vez que la ejecución del presupuesto suena más a sacarse de encima el dinero y con ello la responsabilidad de vigilar las estructura de funcionamiento del negocio. Es simbólico: el funcionario cuando se saca de encima el dinero, fingiendo que lo gasta (en realidad lo dilapida), lo que hace es sacarse de encima el problema de una actividad no redituable, ni económica ni políticamente. Sacándose de encima el dinero, se saca de encima a las personas que reciben esos fondos, quienes al cobrarlos compran aislamiento, ausencia, anonimato. Legitiman la despolítica. Aceptan el agujero negro cultural, donde está admitido que esos fondos desaparezcan. El teatro no debe consolidar políticas, sino certificar circulación de la diferencia. La industria hace circular capitales, el teatro hace circular personas.
¿el espect-actor o escuela de espectadores?
Quizá se pueda apuntar una contradicción entre el concepto ‘escuela de espectadores’ y el concepto Boal de ‘espectactor’. Aclaro que uso este último en un sentido general y no en la especificidad del ‘teatro foro’. Es decir, entre un espectador que aprende a ver, suponiendo que esto pueda decirse así y un espectador-actor que acciona sobre lo que ve, surgen rápidamente dos principios opuestos: lo pasivo, lo activo. Saber evaluar la representación evitará probablemente a que ésta deje de serlo, es decir, no se supone la intervención sobre ella. En contraposición, un espectador toma la escena, la de-ficcionaliza, para que ese operador que ve lo que hace, devenga un ‘espectactor’ que rompe la representación y establece una poiesis colectiva, al menos grupal, que sigue el mapa que esa conciencia, al instante, cartografía como presente-solución. Se podría decir que uno politiza acercando al ágora y despolitizando la visión individual, el otro politizando la posición que surge de la particularización consciente a costa de despolitizar de acciones inmediatas el espacio público. La ‘crisis del personaje’, al que se alude en el teatro contemporáneo, podría ser un ejemplo por analogía de lo que le ha ocurrido al Individuo de la modernidad, no tanto como sujeto ahora di-vidual sino como territorio de una atomización, de a-sujeción, o de lisa y llana disolución.