El Hurgón

Ilusión cultural

La década del noventa del siglo anterior fue muy generosa en el fortalecimiento de la burocracia cultural, porque se crearon muchos organismos encargados de administrar este sector que, valga recordarlo, nunca ha sido suficientemente diagnosticado, y por ende es poco conocido, y por tal razón su orientación ha estado siempre ordenada desde altas instancias de poder cuyo ejercicio parte de supuestos y en la mayoría de las ocasiones basan sus criterios en modelos que van de un país a otro, sin entrar a analizar las diferencias conceptuales y culturales, antes de aplicarlos.

Fue ésta una época durante la cual surgieron muchas ilusiones entre quienes se dedicaban a impulsar la actividad cultural, porque se dio por contado que, no solo habría dinero en abundancia para desarrollarla, sino que quienes la habían impulsado hasta ese momento, sin recibir más beneficio que la satisfacción del deber cumplido, tendrían reconocimiento social y por ende serían convidados a participar en la toma de las decisiones ulteriores.

Pero no fue así, porque con la creación de estas monstruosas estructuras administrativas ha germinado, y crecido con demasiada rapidez, como es usual que suceda con cualquier proceso en los tiempos actuales, una corriente burocrática cuya formación se deriva de la academia y poco o nada de la experiencia, y esa es una de las razones por las cuales la creación de todas estas estructuras no ha producido el incremento, ni la diseminación, ni mucho menos la popularización de la actividad cultural, con acento de desarrollo social, porque el concepto de formación ha sido desplazado para dar cabida al de producción, que es el término que se ajusta al nuevo discurso de este sector, emparentado en su totalidad con un criterio economicista.

La aparición de todos estos mecanismos administrativos de control de lo cultural se debió, sin más, a un ajuste de condiciones para hacer creíble el intenso discurso que se comenzó a divulgar alrededor del tema de cultura, para hacernos creer en la posibilidad de convertir a este sector en un eslabón más de la gran cadena económica de una sociedad.

La creación de importantes estructuras administrativas para la gestión de la cultura coincide con la creación de ampulosos discursos para justificar la invención de conceptos destinados a hacer de la actividad cultural un elemento más de poder económico, y por ello la creación de estas importantes estructuras no ha servido para resolver problemas esenciales del acontecer cultural, como el diseño de planes y políticas culturales atendiendo a las necesidades nacionales, sino para acoplarse a los lineamientos internacionales, porque la cultura, desde que empezó a hablarse de ella como industria y comercio ha sido también objeto de globalización.

Como en todas las otras actividades de los países, obligadas a mostrar cifras para justificar su existencia, la de la cultura se ha visto abocada a desdeñar su naturaleza basada en la integración social, para convertirse en un elemento más de competición y de ascenso social, con lo cual su objetivo como apoyo al individuo para analizar, comprender, conocer la realidad y buscar medios de transformación de la misma, se ha trocado por el de la disuasión para evitar todo contagio con la realidad, que conduzca a pensar en la solución de problemas que trasciendan la inmediatez.

Las modificaciones relacionadas con la administración del acontecer cultural no han sido consecuentes con lo que al momento de imponerlas decían los discursos, para persuadir a la gente de la futura democratización en el acceso a la cultura, porque ninguna actividad que tenga relación con conceptos de industria y de mercado mira hacia los sectores no rentables y por tal motivo estos nuevos modelos de administración cultural dejan por fuera del sistema todos aquellos sectores de población en donde, por falta de rentabilidad, la cultura no debe ni puede llegar.


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