Rebel delirium

In the beginning was the end

Continúa mi desamor con las producciones inglesas site-specific. Hace un par de semanas era Shunt, con su obra «The architecs» y esta semana le toca a Dreamthinkspeak, que acaban de estrenar «In the beginning was the end». En esta ocasión, el escenario que utiliza esta compañía son los pasillos y las salas del ala este de la Somerset House, un espectacular edificio neoclásico situado en el mismo corazón de Londres, que ha sido residencia real y testimonio de importantes capítulos de la historia de Inglaterra. Actualmente, el complejo acoge exposiciones, conciertos, desfiles de moda, etc. Y por lo que se ve, también espectáculos teatrales.

Siento debilidad por el género del site-specific. Cuando la cosa funciona, el espectador alucina. Se trata de una sensación en mi opinión más intensa que la que se siente en los montajes ordinarios. Llevamos siglos sentados en las plateas de los teatros. Continuará siendo así, y que no pare. Pero tampoco está mal que de vez en cuando nos movamos un poco y que las compañías desplacen el espectáculo fuera del edificio teatral.

¿Qué es lo que pasa en estas últimas dos propuestas de Shunt y Dreamthinkspeak? ¿Qué está fallando? Principalmente diría que el problema básico es que son demasiado estandarizadas. Tratan el espectador de un modo ordinario, como si hubiera comprado una entrada para el West End. O dicho de otra forma, aplican una lógica comercial a un producto que es la antítesis de toda esta movida. En el caso de «In the beginning was the end» se hace muy evidente. El espectador tiene que hacer un recorrido por distintas salas, a través de las cuales se le va explicando una historia: la pérdida de control que experimentan los humanos ante las máquinas que ellos mismos producen. Hasta ahí todo bien. Pero a partir del minuto 10, uno se da cuenta de que no se sigue ningún recorrido, de que el grupo de 6 o 7 personas con el que había entrado, se disipa. A partir de ahí, el espectáculo se convierte en una instalación, donde cada uno campa por donde quiere. O peor, se convierte en una instalación dramatizada, en la que uno se encuentra con distintas escenas en su camino. Si las enganchas desde el principio aun tienes suerte, aunque si hay poca gente en la sala, notas que el actor hace tiempo antes de empezar, esperando a ver si se suma algún otro espectador. O peor aun, empieza su parte pero a medida que va entrando más gente, tira marcha atrás para que el nuevo sepa de qué va la cosa. Terrible, más que un actor parece un comercial intentando captar a cuantos más clientes mejor. Y sufres por él, que no tiene la culpa de nada, y te sulfuras con un director que no ha entendido nada de lo que es la experiencia de vivir algo en la intimidad, de la belleza de lo efímero.

«In the beginning was the end» se carga todos los elementos mágicos de un buen site-specific: la excepcionalidad, la experiencia de estar viviendo algo único, la relación casi personal con el actor, con el entorno, con la escenografía… Lo peor del espectáculo es que te engaña, porque tiene un inicio excelente (cercano, físico, personal) pero luego te deja tirado en la cuneta. Entras pensando que el espectáculo está hecho a tu medida y luego te das cuenta que estás en un común parque temático.

Es verdad, los site-specific son propuestas que, por sus aforos reducidos, por su complejidad en la producción y por mil historias más, son económicamente difíciles de sostener. Pero no todo no vale, y si no salen los números, es un problema que hay que arreglar, pero lo que no se puede es timar a la gente.


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