Indecisión cultural
La competencia siempre ha estado presente en todo proceso humano, porque en la naturaleza de cada sujeto existe el deseo de prevalecer sobre otro y el de imponer su idea, pero también porque la competencia sirve de estímulo para extraer de cada persona sus aptitudes y habilidades, y para descubrir las naturales diferencias; sin embargo, la competencia también ha sido usada como pretexto de medición de fuerzas, para desvirtuar la realidad, haciendo aparecer como efectivas, actitudes que solo se emplean para generar un impacto.
El fomento de las actividades culturales dentro de marcos de productividad, en los que no faltan las denominaciones emparentadas con el lenguaje de la economía, está haciendo que la competencia, en todo lo relacionado con la cultura se aferre al concepto de mercancía y por ello se considere como activo social aquello que sólo es medible, y con lo cual, quien pretenda incursionar en nuevos territorios deberá tener muy en cuenta el cuanto, al momento de medir el fruto de su acción, si desea ser exitoso.
Con motivo de esta nueva concepción dentro del acontecer cultural, el diseño de actividades orientadas a adelantar procesos culturales no parece obedecer a necesidades descubiertas a través de estudios realizados en las comunidades seleccionadas para iniciar un trabajo de gestión cultural, sino a implantes de formas susceptibles de ser acomodadas para forzar la participación de la gente.
Estas nuevas formas de medir las consecuencias del acontecer cultural y artístico, y que para los diseñadores de la terminología se nombra como impacto social, han llevado a los organismos rectores de la cultura a medir sus logros imponiendo el criterio de cantidad, y por eso en sus informes y en los que exigen a quienes les aportan recursos para hacer gestión cultural se hace especial énfasis en el número de personas que acude al llamado, y, también especial omisión a las transformaciones sociales y culturales que pueden ser provocadas por el hecho, porque dentro del estado de competitividad actual no hay espacio para el análisis debido a que todos los esfuerzos mentales se dedican a la generación de audacias para ganar la competencia.
Existe hoy en día, entre muchas de las instituciones encargadas de la dinamización de la cultura en las comunidades distantes de los centros de poder, una puja por demostrar una cantidad, que siempre va en detrimento de la calidad, y es por ello que en muchas partes los pobladores terminan conviviendo con actividades que no representan sus intereses culturales, y tampoco constituyen punto de partida para descubrir los que por falta de oferta cultural se encuentran ocultos.
Muchas instituciones encargadas de adelantar el proceso cultural de un país se han dedicado a hacer activismo, que es más o menos lo mismo que hacer presencia para cumplir con cuotas de gestión ordenadas por un plan de desarrollo y dar además la idea de que el poder central avanza hacia la periferia con la intención de atender sus necesidades culturales, y es ésta una de las razones por las cuales la actividad cultural no se encuentra siempre precedida de un estudio previo, y por lo cual no responde a situaciones reales a partir de las cuales se pueda generar un desarrollo cultural cierto.
Es tales condiciones, cualquier plan de desarrollo cultural, o política cultural, o gestión cultural estará caracterizado por la indecisión, que generalmente conlleva a la improvisación, porque la competencia también es una manera de impedir, que lo que se va a ofrecer, se estudie previamente.