El Hurgón

Industrias Culturales (III)

Continuando con la aventura teórica que hemos emprendido, considerando los riegos del camino, claro está, para referirnos a esta otra aventura denominativa conocida con el nombre de industrias culturales, por analogía podemos afirmar que la mediana industria cultural se da en territorios en los que el censo de población es medio, y haciendo un supremo esfuerzo mental seguir diciendo que la gran industria cultural, a la cual nos referiremos en próxima columna, es un asunto de grandes urbes, que son las que generalmente rigen la vida y suerte de una nación.

Lo mediano es algo transitorio, que se halla entre dos realidades, una temible y otra esperanzadora, y que son lo pequeño y lo grande. En su desarrollo inciden influencias y presiones de un entorno que, por su polarización la mantienen entre la amenaza del declive y la esperanza del crecimiento. Tal cosa puede suceder con la que, para no desentonar con la nueva terminología seguiremos nombrando mediana industria cultural, para seguir hablando de este peregrino tema definido como industrias culturales, porque su formato, esquema o diseño lucha por satisfacer a los dos extremos dentro de los cuales se encuentra, pues su gran problema consiste en no pertenecer a nadie y al mismo tiempo depender de todos, tal como le ocurre a la denominada clase media, que vive entre el temor a descender a la pobreza y la ilusión de ascender a la riqueza.

Sabido es que lo que está en el medio tiene dos alternativas: romper los extremos y liberarse, o resignarse a vivir de los soportes que le dan de uno y otro lado, para mantener su equilibrio, pero siempre bajo la condición de apartarse de temas relacionados con criterio, personalidad, identidad y autonomía.

Siguiendo con las analogías podemos argumentar que la mediana industria cultural, si es que en realidad existe o puede llegar a existir, ocurre en territorios en los que el censo de población oscila entre lo que podemos definir la provincia y la metrópoli, es decir, el término medio, y sugerir que dicha malaventurada ubicación la mantiene en la incertidumbre de a cuál de los dos extremos debe su gestión, y es parte de la razón por la cual en algunas ocasiones genera productos de porte intelectual, y en otras, de divertimiento, manteniendo una indefinición en sus productos.

Esta indefinición en sus productos vulnera sus posibilidades de acceder a un mercado cultural representativo, porque no genera una mercancía capaz de sostener otras diferencias sociales a las que es tan apegado el ser humano, a pesar de su discurso humanitario, pues los actos culturales son también espacios sociales útiles y necesarios para reivindicar diferencias de orden estético, entre las personas, y una gestión cultural de emergencia y de necesidad de impacto para la sobrevivencia, como lo es la que hace la mediana industria cultural, es indecisa, porque, repetimos, no tiene muy claro a cuál de los dos extremos que la presionan, atender.

Al no poder acceder a un mercado que le garantice a la mediana industria cultural reproducirse autónomamente, su estructura vive sujeta a los diseños de gestión de actividades que más impacto (léase venta, para no desentonar) genera, como los festivales, muchos de los cuales son festejos con pretextos culturales, y termina estancándose, porque convierte cada uno de sus productos en eventos carentes de procesos, porque su misión termina siendo la de divertir, lo que nos lleva a sugerir un conveniente cambio de nombre de mediana industria cultural a mediana industria del divertimiento.

Se parecen la mediana y la pequeña industria cultural en que quienes pretenden ser sus gestores son personas apreciadas en la comunidad por su civismo, porque la cultura sigue siendo un asunto que puede ser, o no ser; sin que por ello surjan consecuencias, porque no está asociada al desarrollo de una sociedad.

Pero son muchos más estimados estos gestores culturales, porque les permite también a las personas reivindicar una diferencia más, sobre la cual también hay mucha adicción humana, y es la división entre cultos e incultos, que sirve además para justificar las otras divisiones sociales.

 

 

 

 


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