Sud Aca Opina

Iniciación

Para formar parte de un grupo humano compartiendo un interés común, siempre se ha tenido que pasar por algún tipo de ceremonia de iniciación en la cual se han debido pasar ciertas pruebas para ser aceptado por el grupo. Desde un juramento con aires de solemnidad a periodos de recogimiento para inducir a una reflexión, son múltiples y variadas las supuestas barreras a superar.

Incluso al nacer, tuvimos que sortear involuntariamente unas pruebas extremas como para ser aceptados por la sociedad; de estar flotando en un ambiente acuoso tibio sin necesidad de hacer nada para vivir a respirar un aire que en primera instancia invade nuestros pulmones y estar obligados a hacer ingresar un líquido blanquecino por nuestra boca para comenzar a existir como seres humanos. La bienvenida que nos da la vida, aparte de ser traumática, es ineludible.

Los partidos políticos, las religiones, los clubes sociales de todo tipo, incluso los grupos de amigos, todos tienen ritos a seguir estrictamente antes de ser aceptados por los otros integrantes, quienes a su vez y en el debido momento, también han debido pasar por las mismas pruebas.

A mi manera de entender, cuando estas ceremonias pierden el foco, es cuando se transforman en meras estupideces producto de la sin razón humana.

Incluso en las pruebas más extremas, con las cuales podríamos o no estar de acuerdo, existe un trasfondo que las avala y valida.

Por siglos y en diferentes culturas, el paso de la niñez a la adolescencia ocupaba un sitial de primer orden dentro de estas ceremonias de aceptación. Para que el niño fuese aceptado como un hombre o mujer más, se les sometía a pruebas, para validar su hombría o femineidad.

Sensaciones como el dolor extremo o el miedo siempre fueron protagonistas, seguramente para demostrar que eran capaces de soportar los futuros desafíos que la vida les presentaría, no exentos de estos 2 atributos capaces de frenar toda iniciativa.

Hoy en día en que la vanidad y lo superfluo se impone, estos rituales de paso o iniciación se han visto transformados en una muestra de la pretendida estabilidad económica a la que las familias han llegado por sobre una demostración hecha por el propio postulante. Se gastan sumas de dinero enormes, generalmente provenientes de créditos bancarios para financiar una fiesta de cumpleaños número 15 como si fuese casi un matrimonio de la realeza.

¿Dónde están las pruebas a sortear? Esas que quizás de manera exagerada, tenían el fin de preparar a los jóvenes frente a una vida algunas veces adversa.

Los jóvenes Selknam de la Patagonia eran espantados por los adultos del clan disfrazados de espíritus malignos con el fin de comprobar si eran capaces de dominar el miedo y seguir adelante. A las jovencitas de Sumatra, sin ningún tipo de anestésico se les tallaban los dientes en punta asemejándolos a los de un tiburón para equilibrar la belleza física con la espiritual.

Ni los dientes puntiagudos ni el hecho de no huir al enfrentarse a un espectro fantasmagórico pueden asegurar una buena vida futura, pero al menos, para el momento cultural vivido por esos grupos, eran ceremonias completamente justificadas.

Generaciones de padres llevaron a sus hijos a lenocinios para comenzar su vida de hombres adultos y le regalaban un vestido costoso a la hija para que luciera como una princesa frente a sus amigas el día de su cumpleaños.

¿Para qué?

Hay ritos de iniciación que ni siquiera resisten el análisis a la luz del momento cultural que los genera.

¿O sí?


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