Intelectualidad y gestión cultural
Existe la creencia de que todo cuanto tiene aspecto de actividad cultural está cubierto por la razón, se encuentra limpio de toda culpa y tiene como objetivo el bien común, porque es hecho por intelectuales, que son personas eximidas de responsabilidad en los desacuerdos sociales, debido a la idea que de ellas se tiene de poseer un cierto halo de divinidad que les quita lastre y les impide descender al nivel de sus semejantes.
Y es justamente la escasa voluntad de los intelectuales de ponerse al nivel de sus semejantes, lo que se convierte en un argumento más en el incremento de la crisis de la actividad cultural, no sólo en materia económica, sino estructural, porque cada día ésta se distancia más de su papel tradicional de apoyo al desarrollo social del individuo y se aleja más de su compromiso de mantener la integración social, porque mientras esto ocurre, la intelectualidad está teorizando, buscando posicionamiento social, haciendo alianzas tácitas de no agresión con el poder, e ideando tendencias para impactar y mantener su imagen, dejando de lado su responsabilidad de llamar a las cosas por su nombre y ventilarlas ante el público para averiguar qué se traen entre manos, pues al parecer ignoran el uso que se está haciendo de importantes actividades culturales para solapar otras de formato festivo.
La intelectualidad no parece muy interesada en salirle al paso, con énfasis crítico, a ciertos contenidos del ya manido tema denominado gestión cultural, para demostrar que debajo del aparente manto de generosidad, democracia y justicia de esfuerzo que lo cubre se esconde la entronización de la audacia, pues se advierte en su proceso de avance, que está asumiendo las mismas perversiones economicistas del tema salud, y se está convirtiendo en una importante fuente de ingresos para personas y consorcios que nada tienen que ver con el quehacer cultural y si con la explotación comercial del mismo y de sus hacedores.
Contenidos del tema gestión cultural, cuyo meollo es definir que lo importante no es el proceso, ni el producto sino el valor comercial que el mismo consiga, es, sin más, un punto de partida del envilecimiento de la actividad cultural, porque si bien es cierto que la gestión es algo que debe existir en toda actividad humana, para que haya proceso, es más cierto aún, que si ésta delega en la rentabilidad la definición de la calidad del producto, los medios para llegar a éste serán cada vez menos pensados y el concepto de proceso en el trabajo artístico comenzará a desaparecer, y quien se antoje de hacer arte tendrá como legítimo realizar ejercicios apurados, plagados de audacias, para competir por el mercado con los otros.
¿Quién puede negar que donde hay mercado existe oferta, demanda y competencia? ¿Y, quién puede negar el desorden mental que genera el exceso de oferta, demanda y competencia?
Como no existe equidad ni ecuanimidad en las relaciones culturales, porque además se fomenta con insistencia el concepto de competitividad, la gestión cultural es un tema sobre el cual se debe hablar con honradez, para no cometer el error de decir que un diseño en aplicable en todos los casos, y por ende crear la falsa expectativa de que la gestión cultural por sí sola obra milagros.
Son muchos los ejemplos que podríamos citar sobre rentabilidad de productos culturales que se quedan en manos de los intermediarios, para sustentar la comparación que hemos hecho, pero por respeto a las otras disciplinas de la averiguación les dejamos esta tarea a quienes se ocupan de levantar estadísticas, y ojalá comiencen a hacerlo pronto, porque los intelectuales deben estar esperando esos datos, para iniciar un nuevo debate, cuyo objetivo, esperamos, sea empezar a desnudar a la Gestión Cultural, para que todos veamos cómo es por dentro.