Zona de mutación

Invitado al ensayo del colega

De todo lo que se habla con la gente de cualquier taller, al que su conductor, con las mejores intenciones, suele invitar a colegas amigos, no debe pasar por exponer en función de capacitados, la tabla preceptiva de lo ‘estéticamente correcto’. Pero algo hay antes que el aprendiz, el aspirante, debe desentrañar, porque si no lo capta, más allá de ‘miradas’ prodigantes, no arranca. Puede que crea que debe convencerse de todo los dichos que vienen de ‘afuera’, de voces aparente o inequívocamente respetables, aunque se trata de que lo descubran en ellos. No parece ser cuestión de fe. La fe obliga a esperar y a confiar. Acá no se trata de respetar al otro, ni a sus consignas por más sagradas que parezcan, se trata de sacarlo desde cada uno, sin tapujos, ni mediatizaciones y lo que puede estar pasando es que el aprendiz no confía en sí, no se da cuenta, por eso no construye y por ende no descubrirá (porque no lo ve), un planeta más en el cosmos. No conoce su Yo, no valora de lo que es capaz. Cree que va a ‘aprenderlo’, bajo la responsabilidad de un Maestro que tiene la obligación contractual de trasmitírselo. Pero esto no es pedagogía, esto es como un crímen, una fechoría de compinches, de cómplices. Un taller es una banda, una guerrilla. Entonces ¿qué es la convicción que adquieren? ¿capacidad de crear? Parece teológico. Debe haber una coartada personal que saque a Dios de la cancha. La auto-construcción, la auto-poiesis, es construir un mundo después de huir del paraíso donde se ha atentado contra él. Poner el pie ‘afuera’, implica entrar a sí mismo, a la dialéctica de la libertad, por propia cuenta. Eso es lo que hace que crear sea siempre blasfemo, abyecto, transgresor. Una liberación. A veces la certificación de lo creativo no se logra sino por una autoevaluación creadora por otro signo, que verbaliza lo que no puede nombrarse, ni mentalizarse, con masillas que ‘delatan’, con dibujos o acuarelas que expresan por analogía, la punta insoluble que en el propio arte apenas se entreve. No conviene imponer, como petición de disciplina lo que no lo es sino de jerarquía, bajo los términos subalternizantes de un nuevo Dios: el Tiempo. Como si fuese a ser una cuestión de tiempo el que ellos salven los obstáculos. Lo que se abandona, después empieza a ser como una ‘fiebre del origen’ que otorga el sostén: la Memoria. Lo que testimonia es una respuesta a esa batalla personal que compromete la única y gran cosa a la que siempre se invoca: la libertad. Se impone cuidar la proporción de masa problemática, acorde a los días de semana que se trabaja, para no atosigar con el problema, y puede que así encuentren las rejillas por donde rezuman los fluídos. Hay que desafiar al guerrero sagrado, al sacerdote del mal que supone la decisión artística. Esa voz perenne que está en todos, tiene muchas capas. Es una batalla de voluntades fuertes. El ejecutor, el operador escénico se prepara para tener un Yo fuerte, capaz del criterio propio, de la decisión a cargo pleno de sí mismo. La gracia de la autonomía de vuelo. El Teatro no está al alcance de la mano, es una construcción de demiurgos que le han robado el rayo a Dios. Así que el punto, en este caso, es la iniciación. No tanta información como claves iniciáticas que faculten para los ‘descubrimientos’. La asunción al Sentido es milagrosa (esto ya no es teológico, es la certificación del Conocimiento). El clima que reina llama a abandonar la provincianía cómoda de la mente y atreverse. Y aún con su más y con sus menos, se adivina en los cuerpos el fragor de la mutación, el ímpetu de un habla, una salida de la mismidad, a la periferia, a la cornisa, a la frontera donde la luz se mezcla con la sombra y construye la diferencia que permite los distingos de una cosa con otra. Es un acceso que debe palparse, es de contacto. La creación no es una ilusoriedad sublimada de espiritualidades, de virtualidades. Es una inflexión reveladora de la materia (mater) de las cosas. Es difícil decirlo, pero los resultados se van semblanteando en las caras, como la fisonomía delicuencial de Lombroso. Se observan las evoluciones, los que mienten, los que se engañan, los que engañan, como los que dan en el clavo. El que opera no espera, pero el que mira, mejor le cabe imbuirse de una bíblica paciencia.


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