¿Qué hacer?
Pese a lo lejos que empieza a quedar el siglo XIX de Marx, muchos aspectos de su teoría se redescubren casi como premoniciones. Entre ellas el concepto de ‘general intellect’. El saber abstracto -dice Marx- como fuerza objetivada del conocimiento, deviene en principal fuerza productiva, desplazando al trabajo a una posición marginal en la creación de valor. El General Intellect, surge «cuando el trabajo se transforma íntegramente en trabajo inmaterial y la fuerza de trabajo en intelectualidad de masa. El actor fundamental del proceso social ha devenido ahora «el saber social general» (ya sea bajo la forma del trabajo científico general o bajo la forma de la puesta en relación de las actividades sociales. Lazzarato le llama a esto «cooperación»). El General Intellect requiere de una conciencia global, que no se logra haciendo rentable la «industria cultural» aun cuando los contenidos sean «de izquierda». La hipercomunicación que nos confieren los nuevos medios opera como un poder inverso al poder del control de la información. Esa es nuestra fortaleza. Esa es la base de la conformación de un agente o actor político que sea «la conciencia» de este cerebro social, del Intelecto General. El territorio a conquistar es precisamente el de la subjetividad. La tarea central e inaplazable es la construcción de una subjetividad emancipatoria que tome para sí al conjunto de la producción científica y cultural, trascienda la dependencia de la máquina, se autonomice de ella y pueda operarla a su voluntad. Una subjetividad colectiva es lo que Marx presenta como cerebro social o General Intellect en los Grundrisses (los ‘borrado-res’ de ‘El Capital’). Subjetividad global que se forma a partir del propio desarrollo capitalista, a propósito de la incorporación de las máquinas al proceso productivo. Marx dice cómo se forma: «Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida, y por lo tanto el valor de cambio [deja de ser la medida] del valor de uso. El plus trabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo. Desarrollo libre de las individualidades, y por ende no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner plus trabajo, sino en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc. de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos – el comunismo» (Marx, Grundrisses, p.228-229). En este tembladeral que es la vida presente, no parece adecuado, a priori, aparecer como cuestionando algún espacio político, pero hay gestos sectoriales que en el fondo son el emergente de un ‘síntoma’ donde las disputas teóricas, hacen muy difícil pensar en serio en alguna acción significativa de carácter incluyente.
Claro que la legitimidad de una obra en lucha es la del peso específico de la misma, directamente proporcional al lugar que se pretende disputar en su comando. Por el arte sabemos que hay una unidad que en cierto modo se consuma con el receptor. Pero el autoritarismo de pretender que la incidencia sobre él sea objetiva y concreta, obvia que el arte no es la subsunción a la política en condición de medio. La concordancia y discordancia reflejada por el arte contemporáneo, son como símbolos, más valorables que la prepotencia discursiva sin novedad de fondo y embozada detrás de envoltorios progresistas o radicales.