Isabella’s Room de Jan Lauwers en Almada
Un clásico posdramático en el 35 Festival de Almada. Isabella’s Room de Jan Lauwers
¿Puede una pieza de teatro posdramático, estrenada hace 14 años, en el 2004 en el Festival d’Avignon, convertirse en un clásico?
Quizás puede parecer un poco exagerada la consideración de clásico para Isabella’s Room (2004) de Jan Lauwers, aunque, sin embargo, casi la aceptemos, por ejemplo, si pensamos en Café Müller (1978) de Pina Bausch.
El tiempo que ha pasado desde su creación y la pervivencia en la memoria del colectivo artístico, así como el hecho de convertirse en referentes y, en cierto sentido, modelos de otros espectáculos y artistas, les acerca a ese aspecto de lo clásico o imperecedero.
En el 35 Festival de Almada 2018, el 8 de julio, pudimos ver Isabella’s Room, una pieza de culto, según el programa de mano del Festival. Una pieza que sigue en el repertorio de la Needcompany de Bruselas (Bélgica), después de 14 años desde su estreno.
Una de las delicias sutiles de Isabella’s Room es la tensión rítmica generada por el contraste entre ese “sentido particularmente agudizado de lo efímero y lo mortalmente caduco”, (Lehmann, 2013: 197) acentuado por la afirmación de las presencias reales de actrices y actores en el escenario, así como de su manera auténtica de dirigirse a nosotras/os, frente a la presencia de todos esos objetos artísticos africanos, en los que se fija y acumula la historia. Esos objetos que parecen desafiar la circunstancia efímera de lo humano y que convierten el escenario en una mezcla entre un museo etnográfico y un mercado de objetos de arte. Además, se trata de objetos que, según la propia narración, lo que nos cuentan las actrices y los actores, pertenecieron a Félix Lauwers, el padre de Jan Lauwers, y sirven de coartada para la invención de la historia de la saga familiar de Isabella, a quien se le atribuye ese tesoro artístico heredado del padre.
Isabella es la actriz Viviane De Muynck, icono del teatro de Lauwers, que no representa un personaje de ficción sino que lo enuncia.
Isabella es el centro de la fábula enunciada, de manera polifónica y compartida por las actrices y actores, no solo por Viviane, aunque en su presencia proyectemos a la protagonista del relato.
Isabella es la depositaria de todos esos objetos artísticos africanos, ligados a la historia familiar que nos cuenta. El resto del elenco, asume y completa el collage de personajes que forman parte del relato, desde una enunciación más épica que dramática, sin representar.
Hans-Thies Lehmann, en su famoso libro, editado por primera vez en 1999, Teatro Posdramático, le dedica espacio en varios apartados. Dentro de “Panorama del teatro posdramático”, en el capítulo de “Ejemplos”, el titulado “Poema escénico” está íntegramente consagrado al trabajo de Jan Lauwers. De ahí rescato un párrafo que sirve para explicar también Isabella’s Room.
“El teatro de Jan Lauwers podría leerse, en el sentido de Rimbaud y Mallarmé, como un nuevo tipo de alquimia estética en la cual todos los medios escénicos se reúnen en un lenguaje poético. Los textos se combinan con los gestos y la corporalidad de los actores y, al mismo tiempo, la fragmentariedad y el collage de aspectos diversos se ocupan de que la atención, en vez de dirigirse al suspense (épico) sobre el desarrollo de acciones (narradas y actuadas), lo haga íntegramente hacia la presencia de los actores y los reflejos y analogías recíprocas, como en un diamante que destella porque los rayos de luz se refractan una y otra vez en él.” (Lehmann, 2013: 198)
Para esta afirmación de la presencia, en la que se reflejan y proyectan los capítulos de la saga familiar de Isabella, el equipo actoral está en el escenario con la misma atención y generosidad lúdica que los jugadores de un equipo de fútbol. El partido consiste no solo en efectuar las jugadas sino también en observarlas y escucharlas, en pasar la pelota y en seguirla con plena atención.
Pero, al mismo tiempo, Lauwers, está continuamente reforzando el eje de la simultaneidad de acciones y difuminando, de diferentes maneras, el foco de atención, para crear un paisaje muy estimulante y bien conducido.
Mientras Viviane nos relata un episodio de la historia de Isabella, otras actrices y actores lo juegan sin representarlo, utilizando la danza y manipulando los objetos alusivos o relacionados con ese episodio.
Algunas actrices y actores sirven de mediadores en los que se proyectan personajes de la historia de Isabella, otros representan figuras alegóricas muy simpáticas, como el bailarín que representa la parte del cerebro donde se localiza el placer de Isabella, o la bailarina que representa el hemisferio cerebral derecho de Isabella, que procesa lo visual, pues Isabella, en el momento presente, desde donde nos enuncia su historia, está ciega. Ambos bailarines activan una danza alegórica muy simpática, según el momento más sensual o sexual de Isabella, o el momento de visualización de pasajes del relato narrado.
El espacio escénico, a modo de instalación plástica, con diferentes mesas, dispuestas como mostradores o aparadores, rebosantes de esculturas y otros objetos artísticos africanos, no se constituye en una escenografía que genere un continuum espacio-temporal, sino que, a través de la acción lumínica y actoral, se presta a la fluctuación y montaje, localizándose por zonas, de manera muy dinámica y rítmica, en juegos de simetría, contraste, asimetría, caos, concentración y diseminación, aislamiento o integración, de la acción.
El espacio escénico es dúctil para que se produzcan estas declinaciones. La escena se convierte, así, en un terreno heterogéneo en el que se alternan o simultanean las zonas de actuación. Esto convierte el espacio, también, en un lugar que se define momento a momento. Por tanto, un espacio con una presencialidad muy material y vital, casi como un ser vivo, en el que nada permanece inmutable.
Me llamó poderosamente la atención el círculo del cañón de luz que deambulaba por el espacio sin enfocar a ninguna actriz o actor en sus acciones, sino de una manera aparentemente arbitraria, en disyunción con lo que acontecía en el escenario. De tal forma que, ante nuestros ojos, se abría una plétora de estímulos.
La música electrónica, con zonas en las que el sonido parece distorsionado e incluso chirriante, genera otro estímulo disyuntivo y, por veces, disruptivo, respecto al resto de las acciones, a las coreografías y a la manipulación de objetos. La música y el sonido, además, con ese tratamiento distorsionador, cobran una entidad menos melódica y más objetualizada, podríamos decir que se materializan al mismo nivel que los cuerpos y los objetos. Pueden crear una cierta atmósfera, pero al diluirse su dimensión melódica y propiamente musical, se convierten en objetos actuantes y estimulantes, igual que acontece con el resto de los dispositivos escénicos, incluidos actores y actrices.
Los objetos artísticos africanos: utensilios, adornos, esculturas, pertenecientes a épocas antiguas, tienen una secuencia en la que son presentados, algunos de ellos, por cada actriz y actor, contándonos un poco su genealogía y su función o simbología. Todos tienen alguna relación con alguno de los capítulos de la genealogía de Isabella y de los personajes que la conforman. De esta manera, un determinado objeto puede transformarse en el leitmotiv de un capítulo de la historia o en su símbolo, de tal modo que cada vez que aparece y se manipula ese objeto, se refiere y retoma el capítulo a él asociado.
Entre las esculturas y otros objetos artísticos africanos, las actrices y los actores, sedentes, de pie, encima de pódiums o plataformas, también generan analogías con esas piezas inertes y, en algunos cuadros, configuran una especie de “tableaux vivants” de belleza plástica e inquietantes evocaciones.
Hay en esas esculturas, utensilios y adornos, una fuerte inscripción de lo tribal, de lo sensual, de los ritos mágicos, de la vida y la muerte, en concordancia temática con el texto de Jan Lauwers, que nos ofrece una visión de la vida como una aventura llena de encrucijadas que le dan riqueza y complejidad. Una aventura efímera en la que es necesario desprenderse de cada momento y de las personas que se van, sin olvidarlas, celebrándolas mientras nos quede vida, intentando no sufrir por las desapariciones y por la transitoriedad de todo lo que creemos que somos y tenemos, desde el cuerpo, hasta las parejas, la madre, el padre, la familia, las amistades, los amantes… El presente es una celebración festiva de lo que estuvo y de lo que se fue, una celebración festiva del pasado.
La acción verbal denuncia que toda historia real es una mentira necesaria, un invento vital. Así, Isabella’s Room es la historia que Lauwers necesitó crear para rendirle homenaje a su padre Félix después de su fallecimiento. Una historia necesaria para reconciliarse y digerir, también para darle el mejor empleo posible a la herencia recibida, que va más allá de todos esos objetos artísticos coleccionados por el padre a lo largo de su vida.
El canto, la poliglosia (utilización de diferentes lenguas), el coro y la simultaneidad de acciones producen una chispeante coralidad en la que nada se supedita o subordina. Todo aparece ante nosotros con un vigor inusitado y magnético.
Entre los números danzados y cantados, el final nos da una hermosa conclusión: “What a waste of time is pain!”, canta Viviane-Isabella, después de enumerar a todas las personas a las que ha sobrevivido porque ya no están, personas muy queridas que forman parte de su relato, o sea, de lo que Isabella es. Por tanto, el vive y disfruta es un lema que, de alguna manera, está en el fondo de esta pieza tan vitalista y sorprendente.
P.S. – El libro citado es la traducción y edición castellana:
Lehmann, Hans-Thies (2017): Teatro Posdramático, Murcia, CENDEAC.