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Isabelle Huppert y Robert Wilson en el hechizo Mary Said What She Said

Mary Said What She Said (Mary dijo lo que dijo) y, por tanto, no es necesario que la actriz, Isabelle Huppert, ni el director, Robert Wilson, se ocupen de intentar que el personaje, de una manera realista, vuelva a decir, en el aquí y ahora del escenario, lo que ya ha sido dicho. Cualquier persona con curiosidad puede ir a leerlo, directamente y sin más intermediarios, de los textos y documentos que lo recogen.

 

Al mismo tiempo, sobre lo que pudo haber dicho Mary Stuart (1542-1587), la reina de los escoceses, en la víspera de su ejecución, ordenada por la reina de Inglaterra, Elisabeth Tudor, solo nos caben especulaciones y fabulaciones, como la que escribió Darryl Pinckney o, más de un siglo antes, en el 1800, Friedrich Schiller, en el drama romántico Maria Stuart. Por tanto, aceptemos el fabuloso juego, de raíz onírica, musical y plástica que se nos propone en Mary Said What She Said. 

Robert Wilson hace lo mismo, una especulación poética de tendencia abstracta y de enormes dimensiones sensoriales, donde la voz (las voces) y la imagen escénica alcanzan cotas sublimes de plasticidad y musicalidad.

La extrañeza que genera el conjunto crea una realidad escénica en si misma, ajena a cualquier asomo historicista, realista o que se ancle en nuestra cognición. La melopea visual y sonora (voz y música) resulta eficiente en su propia materialidad, para despegarnos de la importancia de lo que dice o significa el texto y para tocarnos y afectarnos desde lo sensorial y lo emocional. Esto, si nos dejamos llevar y gozar, nos mueve hacia el sentido (dirección más que significado) que la presencia invocativa de la actriz, como una figura sideral de luz, despliega. La fuerza de la convicción y de la fe de la reina Mary, como el trono metafórico desde el cual perder la batalla no implica perderse a si misma.

A estas alturas, con 78 años y una amplia e intensa carrera, Robert Wilson ha conseguido un estilo muy definido e identificable al que, en su última propuesta: Mary Said What She Said (Théâtre de la Ville de Paris, 22 de mayo de 2019), se mantiene fiel de una manera total.

El 36 Festival de Almada nos dio la oportunidad de volver a ver una pieza de Robert Wilson y de apreciar el purismo al que está llegando el director texano. Mary Said What She Said se presentó en el gran auditorio del Centro Cultural de Belem de Lisboa, CCB, los días 12 y 13 de julio de 2019. Yo pude verla el sábado 13 de julio.

Las cuatro primeras líneas del programa de mano ya nos pueden servir para darnos cuenta de los elementos principales en los que se asienta la composición de esta pieza:

“Dirección, escenografía y diseño de luz de Robert Wilson

Con Isabelle Huppert

Texto de Darryl Pinckney

Música de Ludovico Einaudi”

Un escenario de líneas geométricas limpias y puras, suelo blanco y ciclorama blanco. El plano horizontal del suelo, enmarcado por dos líneas de luz blanca paralelas, una en el proscenio y otra en el foro. Dos líneas de luz que permanecen encendidas toda la pieza.

Mary Said What She Said comienza con la silueta negra recortada sobre el fondo de tonos que fluctúan entre el azul y el blanco. La silueta es de perfiles muy definidos y bien dibujados en todo momento, alejándola de cualquier concepción de personaje psicológico realista, deshumanizándola y convirtiéndola en una figura de dimensiones etéreas y fantásticas. Sobre ella, poco a poco, emergerá el personaje alegórico de la convicción y la fe, de la entereza de índole sobrehumana. La estilización de este personaje figura o silueta le sitúa en el mismo rango retórico y sensorial que las acciones lumínicas que aparecen y desaparecen, casi imperceptiblemente, sobre el ciclorama, a modo de mandorla mística abstracta, o sobre todo el espacio escénico. O esas acciones lumínicas súbitas como el rayo de una tormenta. Esas descargas electrizantes que también se dan en la dicción del texto. Del mismo modo que Isabelle Huppert hiende el discurso verbal con carcajadas musicales súbitas, fragmentadas, que cortan la dicción.

La performance verbal de Isabelle Huppert en Mary Said What She Said es impresionante, asombrosa, de movimientos, tonos y colores variadísimos. Su voz danza y, en esa coreografía vocal, genera una empatía sensorial y una emoción fuera de cualquier categoría intencional o psicológica, fuera del reino de lo explicable y de lo explicado. Una emoción y un afectar que derivan, directamente, de ese movimiento portentoso: ¿habla o canta? Interpela, invoca, denuncia, acusa, recuerda… galopa con las palabras.

Por diferentes fuentes sonoras, que envuelven la sala, se escuchan otras voces o, en algún momento, el relinchar de un caballo. Todo esto crea un universo sonoro muy estimulante y vibratorio.

Hay momentos apoteósicos, como cuando, después de una elocución a una velocidad vertiginosa que roza la extenuación, se queda con la boca abierta al máximo. La cara y el pecho se tiñen de una intensa luz verde, como si mutase en serpiente. Entonces escuchamos voces de monstruos, voces animalizadas, que salen por diferentes lugares rodeándonos, como si saliesen de su boca abierta, que es el foco visual que la luz provoca.

Después de bastante tiempo con la actriz en sombra, como una silueta, poco a poco, se va iluminando, primero solo el rostro y después el resto del cuerpo.

La cara pálida, muy maquillada. La melena recogida en la coronilla, estilizando y afilando más la figura regia. La cabeza separada del cuerpo por una especie de collarín, gorjal o gorguera ajustada al cuello. Un guiño claro a la muerte de la reina Mary, que le cortan la cabeza. Y un vestido de una elegancia intemporal, obra de Jacques Reynaud, que, no obstante, evoca la dignidad aristocrática de tiempos pretéritos.

Entre los detalles que suponen inflexiones en la espiral de Mary Said What She Said, recordamos la aparición del zapatito blanco de medio tacón, recortado lumínicamente. En cierto momento, este objeto que parece salido de un cuento de hadas, ejerce un contraste rítmico, en su blancura refulgente, respecto a la silueta negra de Mary, que lo recoge del suelo. En otro momento, la carta blanca, que la reina recoge de una trampilla del suelo, exactamente en el mismo lugar en el que apareció, y por el cual desapareció, el zapatito blanco. La carta blanca y la cerilla que Mary enciende y acerca al papel.

Observamos y seguimos el deambular penitente que, en algunas secuencias, emprende la actriz. También las curvas vertiginosas de la marcha, sin perder nunca esa extraña y distante armonía que funde danza y caminar. Igual que su dicción funde habla y canto. De manera análoga a como la acción lumínica fluctúa, en efectos abstractos, de una sensorialidad que va de la efervescencia a la evanescencia, de la palidez y suavidad a la herida luminiscente.

Breves secuencias fragmentarias de voz grabada se alternan, en algunas zonas, con la voz en directo amplificada. La dicción con la que juega la actriz, a modo de una partitura musical o de una coreografía vocal de alta complejidad y virtuosa precisión, casi nunca ilustra la intención de las frases del texto, sino que, incluso, apuesta por catapultarlo a través de un contraste o conflicto entre la morfología de la dicción, la pragmática lingüística, y la intención y el sentido obvio de las frases. Por ejemplo, cuando profiere las maldiciones a quien la traicionó y lo hace con una dulzura y serenidad acariciadoras.

La voz discurre sobre el lecho musical, obra de Ludovico Einaudi. La melodía, de un elegante y, por veces, intenso minimalismo, en ocasiones arropa la voz de Isabelle Huppert, en otras ocasiones parece instigarla y echarle un pulso.

Igual que la luz, el gesto y la voz, la música se integra en una especie de sortilegio escénico.

Entre las frases que resuenan en este sortilegio: “Mi futuro es la muerte viva.”; “Guardo silencio. Mary dijo lo que dijo.”; “Yo no soy real.”

También hace eco la figura mariana en los tonemas de letanía que, por veces, se instalan en la dicción de la actriz.

Llama poderosamente la atención, además del movimiento agitado de su mandíbula en ciertos momentos de aceleración y frenesí vocal, la gracilidad de sus brazos y manos, casi siempre adelantados al cuerpo, como si buscasen un camino en el aire, o bien refugiados en la cintura, como alas plegadas.

Asistimos a un desdoblamiento de la figura de Mary. Isabelle Huppert, iluminada, cerca de la línea del proscenio y otra actriz, en silueta, cerca de la línea del foro, caminando en direcciones opuestas. Sonido de golpes brutales, que seguramente evocan el hacha del verdugo, y desfallecimiento de la actriz que dobla la figura de Mary. Voces en off de un hombre y un niño. El hijo de Mary que nunca conocería el rostro de su madre.

La línea de luz blanca horizontal a ras del suelo, en el foro, aparece ahora verticalizada en el margen derecho. Mary se sienta en una silla blanca al lado de ese rayo de luz vertical. La niebla (humo) baja hace desaparecer el suelo. Parece como si Mary estuviese sentada en una silla que se apoya en un lecho de nubes, como en un cuadro surrealista. Una especie de gasa o tul vela nuestra mirada haciendo de la escena una estampa aún más etérea. Sigue activa la línea de luz blanca a ras del suelo en el proscenio.

Ya hacia el final, nos asombra el bucle de avances y retrocesos de la marcha de la actriz, sin dejar de mirarnos y con una coreografía autónoma de los brazos y manos. Casi todo el tiempo Isabelle Huppert ha estado mirándonos. Ella está con nosotras/os. Nosotras/os estamos con ella. Sin embargo, la distancia es abismal. Su atemporalidad mítica y fantástica está alejada de nuestros tiempos y urgencias contingentes. No obstante, su atemporalidad radiante nos arrastra y nos absorbe.

Todo el artificio está investido de una profunda convicción y virtuosismo. La forma extra-ordinaria en la que se mueve y actúa la convierte en una especie de pieza escultórica viva sumamente magnética.

Al margen del mito de la reina María Estuardo, la belleza del texto, de la música, del espacio dinámico escenográfico y lumínico y de la actuación virtuosa de Isabelle Huppert, se confabulan para armar un encanto.

El purismo alcanzado en el estilo singular del teatro de Robert Wilson, el mago de la luz y de las formas de alta plasticidad, de tendencia minimalista y abstracta, es el vehículo de esa magia. Quien gusta de ese estilo, se funde y vibra con la propuesta de esta Mary Said What She Said. Ese fue mi caso. Hacía tiempo que no asistía a un espectáculo de Bob Wilson y disfruté inmensamente con esa pureza y esa magia que, en su materialidad y formalismo, paradójicamente, nos descubre que somos o podemos ser algo más que carne y polvo. Tal vez, polvo enamorado.


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