Javier Villán como paradigma
Escribo un lunes, con cierto retraso horario por acumulación de gratas sensaciones, porque la vida, incluso en los principios de mes de un empresario a la fuerza como es mi caso, nos enseña que, si miras sin más cristal que el de la inocencia y de esa confusión que a veces llamamos amor, todo adquiere otro relieve, otro matiz, otra forma, otro color. Y si este lunes sucede a un fin de semana que has sabido elegir las obras que has ido a ver, con la compañía más deseada, el cielo puede esperar, las nubes no echan agua, sino perfume. Y sí, debo decir para abreviar que el domingo tuve una de esas sensaciones de que existe la dirección escénica, más allá de lo nominativo y comercial, la dirección escénica como parte fundamental del arte teatral, algo que interviene para dotar a todos los elementos de la puesta en escena de un sentido estético, por lo tanto, ético y que irremediablemente desemboca en un acto político.
Hablo de Gabriel Olivares con “Gross Indecency” en su recién estrenado y maravilloso Espacio Gallinero y de Ricardo Iniesta con “Rey Lear”, en el Fernán Gómez, un espacio, de entrada, inhóspito, pero convertido en perfecto, para mostrar este montaje que coloca a Atalaya, y a su director, en su punto exacto de concreción, de efectividad, de belleza, de capacidad. Dos caminos, dos escuelas, dos maneras que describir la autenticidad, lo esencial, lo artístico. Ya hablaremos de ambos montajes, de ambos directores por colocarlos en la cúspide de lo que uno entiende debería ser el trabajo de dirección, que se contrapone a esas direcciones inocuas, miméticas, de ordenación espacial frontal y poco más.
Hemos conocido que, a Javier Villán, con el que tanto hemos bebido, leído, visto, discutido, soñado, conspirado y colaborado, le acaban de decir adiós, de manera grosera en el periódico que desde su fundación ejerció de crítico de teatro y de toros. Era un El Mundo de Pedro J. Ramírez que vino a revolucionar el panorama, congregó firmas de un amplio espectro ideológico, aunque siempre presidido por esa tendencia de su fundador en intervenir desde las oscuridades de los poderes. Se hizo un sitio, se ganó un respeto, su amor por el Teatro no tiene manera de cuestionarse, podemos, como siempre, opinar sobre sus opiniones, sobre sus fobias y sus filias. Coincidimos tantas horas en las ferias taurinas vascas, que formamos una tendencia. Jugábamos al mus, los perdedores de mus son los que escriben libros. Y Villán ha escrito muchos libros, su pluma ha vertido poemas magníficos, crónicas dictadas en verso. Repito: crónica taurinas dictadas por teléfono, en verso. Repito: en verso.
Javier Villán en su comunicación de su forzada despedida habla de miles de crónicas, críticas, artículos, entrevistas. Es un hombre que llena los estrenos, ahora renqueante, sus piernas le van fallando, ha tenido enfermedades sobrevenidas en hospitales, tiene problemas de visión, porque el amor, la lectura, la poética, los años, los besos perdidos, los vasos ganados se nos acumulan.
No le debe faltar un espacio para que escriba. Es colaborador fundamental de ARTEZ desde hace años, tiene su propio blog, pero ha sido su obscena despedida la última puñalada que ha sufrido el teatro en su relación con los medios de comunicación. La sangría de críticos y comunicadoras importantes que han desaparecido de las cabeceras de referencia es brutal. Es una manera más de deteriorar el tejido cultural y teatral. Por eso, hoy, Javier Villán representa una manera de entender la cultura, la crítica como una de las bellas artes, y le rindo mi más grande y sentido homenaje.
Dicho lo cual, Javier, llevamos meses, diría que años, quedando en cada estreno que la semana que viene nos juntábamos para comer. Tu editor y director te debe una comida. Es decir, además de reiterarte que aquí tienes tu casa para publicar las críticas que quieras, buscamos el momento para comer y despotricar contra estos nuevos buitres de la extrema derecha que están colonizando los periódicos y que no tienen ni la más mínima sensibilidad con la Cultura y el Teatro. Los toros es otra cosa. Nos hemos ido quitando de ello. Pero un día explicaremos muchas más cosas de la vinculación de toros y teatro, que algo sabemos.