Jo, jo, jo
Ahora que la locura pareciera estar pasando, me parece estar escuchando la risotada de todos aquellos empresarios de lo innecesario, frotándose las manos al sacar cuentas alegres después de la fiesta del consumo que vivimos cada año y de la cual nos es cada vez más difícil salir con el menor daño posible.
Se compra, se compra, se compra demasiado, mucho más de lo que necesitamos. Los compradores compulsivos son, somos, sobre todo, aquellos padres que siendo niños apenas recibieron un juguete, muchas veces reciclado pero que ahora, con el facilismo aparente del dinero plástico, se endeudan hasta la próxima navidad cuando tendrán que recurrir a otra tarjeta para seguir comprando lo que los niños ambicionan por haberles sido introducido en el subconsciente por todos los medios publicitarios posibles y que sus padres malamente les entregan para suplir el tiempo que no les pueden entregar por tener que trabajar para pagar la maldita tarjeta de crédito. Es que los niños se lo merecen, es el argumento más socorrido para justificar la sin razón de regalar tantas cosas que, más temprano que tarde, terminaran en la basura junto a tanto esfuerzo en vano.
Antes fuimos esclavos sometidos por el látigo y ahora creemos ser libres cuando en realidad estamos sometidos por el flagelo del consumo desmedido.
Los eslabones de aquellas antiguas cadenas que mantenían restringidos nuestros movimientos, han sido reemplazados por cuentas a fin de mes que nos imposibilitan movernos a gusto.
De nada sirven los múltiples estudios confirmando que mientras los bienes materiales empobrecen la humanidad de todo ser por cuanto basta tener lo que se anhela para que gradualmente, al ir acostumbrando nos a su posesión, vaya perdiendo su valor incluso hasta llegar a aburrirnos, mientras que las experiencias son enormemente enriquecedoras ya que por su novedad nos obligan a irnos adaptando a las nuevas variables siempre novedosas.
Las experiencias, si bien se pueden pagar, no se pueden comprar por cuanto adquieren su real dimensión cuando entramos en la dinámica que estas nos propongan.
Las artes escénicas son una invitación para que nuestro espíritu se transforme en el protagonista virtual de la experiencia representada ya que fácilmente, si lo permitimos, podemos vernos identificados en alguno de los personajes hasta llegar a sentir lo que él siente.
Viajar por el imaginario artístico es y será una experiencia enriquecedora pues nos permite ver la realidad de siempre desde un punto de vista diferente.
Al estar inmersos en una situación se nos hará complejo ver las alternativas posibles mientras que al analizar la misma situación desde fuera, senos abrirá un abanico de posibilidades insospechadas, desde sutiles cambios de estrategia a radicales cambios en nuestro actuar.
Papá Noel, aunque sea un inventó potenciado por las diferentes marcas que en fechas navideñas ven enriquecidos sus patrimonios, al menos nos trae un ambiente diferente en el cual, si sabemos manejarlo, podremos encontrar todos esos regalos inmateriales que el verdadero adornos puede entregar.
El amor no se compra pero al entregarlo sin esperar nada a cambio, seguro seremos recompensados.
Jo, jo, jo, feliz vida ahora y cada uno de los días de nuestras existencia.