Maloka Rincón entrevista a Juan Margallo, autor, actor y director de teatro considerado uno de los máximos exponentes del Teatro Independiente en el Estado español.
Recuerdo en la puerta de un teatro en Madrid a una mujer diciendo agitada: No sé qué le pasa a este hombre. Que dice que si va a morir lo hará con las botas puestas”. La mujer era Petra Martínez, y la situación, que te habían hospitalizado y decidiste dejar el hospital, firmando un papel eso sí, porque tenías función y de ninguna manera ibas a faltar a tu cita.
Creo que me hablas de una función que hicimos de Dario Fo, y que me había caído una barra encima del brazo, que me lo dejó colgando, no recuerdo muy bien, pero lo que sí recuerdo es que en una función posterior, que tú viste también, ella decía: «¿Pero para qué quieres morir con las botas puestas? Con lo a gusto que se muere uno en su camita con la gente que lo quiere sentada alrededor. ¡Déjate de botas puestas hombre!»
Y yo creo que al final ella tiene razón, hay que morir sin botas, aunque sea en escena, pero sin botas. Como mucho con una bota de vino.
Tu paso por el Teatro Estudio con William Layton, entiendo que fue determinante en tu carrera.
El Señor Layton, a él nunca pude decirle William ni Willy como lo hacían algunos compañeros, para mí siempre fue el Señor Layton. Él fue el maestro de mi vida. Maestro de los maestros, porque tenía una cosa que solo él tenía, cuando ensayaba tenía mil soluciones para darte pero no te las daba, lo que te daba eran preguntas para que fueras tú quien lo encontrara, porque según él: «La alegría del descubrimiento es intransferible». Entonces aunque él tuviera una solución no era lo mismo que te lo dijera a que fueras tú el que lo encontrara. Por eso para mí él era un verdadero maestro.
Entonces de ahí bebiste y puedo suponer que por eso también eres un director tan buscado y tan querido.
La mayor parte de la gente vivimos para que la gente nos quiera, por eso hasta disimulamos las malas cosas que tenemos. A mí lo que más me gusta es que la gente me quiera, y si me admiran, pues mejor (Risas). Creo que tengo buenos amigos y que la mayor parte del tiempo cuando me encuentro con ellos es una alegría tanto para ellos como para mí.
Hace 50 años estrenaste »Castañuela 70″ (Juan me sorprende con un ejemplar hermoso “Castañuela 70, de Tábano y Las Madres del Cordero”), te defines como hijo de la posguerra, y esta obra es producto de aquella situación.
Cuando prohibieron la obra nos fuimos de gira a Europa y luego, en el año 1973, al Festival de Manizales. Fue en este libro que escribimos entre todos, con un mapa y todo, donde contamos la experiencia por Europa y América. Y sabemos el número de espectadores, y los sitios exactos gracias a Luis Matilla, que llevaba un cuaderno de bitácora con todos los datos exactos.
¿Castañuela 70 es la respuesta de unos jóvenes creativos a una situación política del momento?
Bueno, todo en la vida es más casual que como se cuenta luego. Castañuela es fruto de la casualidad, dos amigos con un grupo llamado «Nuevas y viejas experiencias”» llegaron a casa y me propusieron hacer una obra de teatro, me dieron una canción de Paco Ibáñez, “Andaluces de Jaén”, yo escribí un skecth y a partir de ahí se creó toda la obra.
La casualidad está en el centro de la vida, pocas veces responde a un plan premeditado, la vida está llena de casualidades de cosas que ocurren. Yo creo que el azar tiene un 90 por ciento de intervención en lo que te pasa.
La obra fue censurada.
Ahí el azar intervino menos. Había una Junta de Censura a la que tenías que mandar tres ejemplares, y si no se quedaban convencidos les tenías que mandar trece para que lo leyera el pleno de la Junta. Nos cortaron lo que quisieron y al final lo autorizaron porque era para presentar en un ciclo de cámara y ensayo, unas actuaciones restringidas para gente joven.
Lo vio un empresario y quiso llevarlo al teatro, así que cortaron aún más, además iban dos censores a ver el ensayo general, uno seguía el texto y el otro te decía cómo se podía o no decir. Nosotros hacíamos unos ensayos muy relajados para que no se notara la intención, y en todo caso es que no podían con nosotros porque el público inventaba más de lo que nosotros decíamos.
Cuando terminamos el ensayo, los dos censores entraron al despacho de don Tirso Escudero, que era el empresario, y le dijeron que eso no se podía hacer, que al final bajaba un telón con un cura, una monja, un futbolista, uno del opus, y los actores poniendo la cabeza encima cantaban “Donde vas a ir que mejor estés, piénsalo un momento luego quédate”, así que prometimos tachar al cura y a la monja y lo hicimos, pero como se tachaban las pintadas subversivas en las paredes, y eso era peor porque cuando bajaba el telón el público empezaba a gritar:
– ¡Censura, censura!
Y todo era igual, nos habían cortado una canción («Hay bárbaros iberianos que pretenden invadirnos, ahora que viene el verano, son crueles y llevan gorros de piel…»), entonces nosotros en lugar de cantarlo lo tarareábamos, y el público gritaba:
– Censura, censura.
Un día, en mitad de la función, alguien, entre el público, gritó:
- Revolución.
– Callaos que está preparado por la policía.
Dijo alguien entre el público y nadie le secundó. Al día siguiente, desde arriba, unos 15 empezaron a gritar:
– Revolución, revolución.
Y tiraron un panfleto firmado por el Frente Marxista Leninista Pensamiento Mao Tse Tung. Al día siguiente llegó una orden de prohibición de la obra, por alteración del orden público.
Como estábamos llenando todos los días, en función de día y de noche, el empresario mandó al abogado del teatro a la Dirección General de Seguridad para hacer una reclamación, pero el comisario, que resultó ser amigo suyo, le dijo:
– No hagáis nada porque el panfleto lo hemos editado aquí.
Y así quedó prohibida de por vida.
Pero ahí no termina todo…
Nos fuimos por toda Europa, sin permiso de trabajo, Francia, Alemania, Holanda, Bélgica y Suiza. Íbamos en una furgoneta que compramos por 6000 pesetas a un grupo de rock y era tan antigua que en lugar de intermitente tenía una especie de brazo que señalaba hacia dónde se giraría, pero tuvimos que cambiarlo por que en Europa ya estaba prohibido esto. El trabajo nos lo hizo un cubano y quién sabe cómo lo hizo, que entre otras cosas se gastaba la batería enseguida y nos pasamos la mitad de la gira empujando.
En Europa actuábamos en Centros Culturales coordinados la mayoría por el Partido Comunista y Comisiones Obreras. También hicimos algunas funciones en universidades, pero la mayoría del público eran emigrantes españoles, pues había 4.000.000 de trabajadores españoles trabajando en Europa. Los emigrantes españoles vivían en buses, en vagones de tren y campamentos, e incluso uno que había entrado a la mujer a escondidas, había hecho un hueco debajo, en donde la escondía cuando entraba la policía
Por esa época hubo una explosión de formas expresivas diferentes y arriesgadas.
Nosotros teníamos una obra en Madrid, ‘El juego de los dominantes’, dirigida por un argentino, Juan Carlos Uviedo, que supe hace poco que murió hace unos años en Brasil.
La obra estaba llena de tonterías y de cosas geniales, como por ejemplo, bajar al público para provocarle con la palabra Coca-Cola. En otro pasaje de la obra se torturaba a un detenido con el texto de la biografía de José María Pemán, un autor del Régimen.
Ahora se ven pocas estéticas y formas provocativas. ¿Ya no hay necesidad o es que no nos atrevemos? ¿Ya están pasadas?
Cuando uno las cuenta, a la gente le gustan, por tanto creo que la gente está deseando que se haga algo así. No hay peor teatro que el que suena a aburrido, el oído se va cerrando y el ojo se va cayendo, quizás hay demasiada formalidad.
Voy a hacer una próxima obra, creo que será la última, y que se va a llamar ‘Cerrado por defunción’. Va a empezar como empezaba un happening que me contaron: según entraba el público una voz iba describiendo a las personas que entraban hasta completar todo el aforo, entonces se callaba y cuando la gente empezaba a protestar la voz repetía lo que decían hasta que se marchaba la última persona del público.
Y yo voy a empezar así, sin llevarlo a las últimas consecuencias claro. Cuando ya se incomode el público saldré con el recipiente de las cenizas.
Hice una película en Chile y tenía una frase: “Cuando yo me muero el mundo se muere conmigo”. Y eso es verdad, cuando yo desaparezco ya nada existe. Eso es lo que me apena de la muerte, que habrá un momento en que no tendré amigos, no tendré familia y no recordaré una imagen que siempre me viene a la memoria: tomando el sol en una playa tirado en la arena. Por eso siento pena de antemano, aunque sé que luego ya no podré tener ni pena. Y la gente se inventa cosas metafísicas en lugar de decir no lo comprendo, que el cielo en principio no se termina nunca, ¿qué es el tiempo?, el tiempo no es nada, el tiempo existe porque tú estas más mayor, pero es adentro que se va moviendo, ¿qué es el tiempo?, no es nada, es algo que no podemos entender.
¿Qué le dirías a los jóvenes por los que no ha pasado todo este tiempo?
Yo les diría que sean muy pesados, que insistan en lo que quieren.
Si yo te digo “Cabrones, con todo lo que me habéis quitado y no habéis tenido ni para la leña”.
Eso es una obra que montamos de Alfonso Sastre, ‘Miguel Servet, la sangre y la ceniza’. Miguel Servet fue un médico español que descubrió lo de la circulación de la sangre, pero entonces la iglesia no lo aceptaba, por lo que Calvino lo condenó a morir en la hoguera, pero el día anterior había llovido y la leña estaba húmeda, entonces al empezar a quemarlo la leña no encendía bien y yo, que hacía de Servet, decía esa frase. Entonces dejaba el papel, iba hacia adelante y decía:
– Camaradas esto ocurrió hace mucho tiempo, espero que nunca más vuelva a ocurrir. Y ahora, ¡que viva el socialismo!
Imagínate esto de gira por Centroamérica, en el peor momento de las dictaduras terroríficas, en Guatemala, en El Salvador… En El Salvador, nos dijeron: “Tened cuidado que hay un grupo de extrema derecha que va a venir a reventar la función”. Estaba empezando la guerra. Salimos acojonados, apenas habíamos empezado, cuando unos se suben al escenario. Yo pensé, de esta no salimos. Pero no, eran unos cuantos jóvenes, que dijeron: “Somos un grupo que no nos han invitado al festival y vamos a hacer la obra por narices”. Hicieron la obra y se fueron, pero el susto que nos dieron…
Cómo se vio influenciado vuestro paso por América de una parte y de otra.
Hay un ejemplo muy específico que es el carnaval de Cádiz, tú vas a Montevideo y es exactamente igual que el carnaval de Cádiz. Y luego está por ejemplo en el flamenco los cantes de ida y vuelta, y hay una colombiana que es una canción flamenca.
El Festival de Cádiz está hecho a pura imitación del Festival de Manizales. Nosotros fuimos felices en Manizales, imagínate nosotros estando aquí en la dictadura y estar allí donde cantaban ‘La internacional’ en el escenario, incluso cogimos complejo de inferioridad, para nosotros fue fundamental esa experiencia en Manizales. Los coloquios… todo. La gira por Latinoamérica fue del todo influyente.
Bueno, la obra que hicimos, ‘Cosas nuestras de nosotros mismos’, trata de dos actores mayores, que como no los contratan aquí, quieren ir a actuar a América, y empiezan a llamar a los directores (nombramos a todos lo directores que conocimos en aquellos tiempos) y ya todos muertos.
Dirigiste siete ediciones del Festival Iberoamericano de Cádiz, viajabas 4 meses por año viendo y conociendo grupos. ¿Cómo te fue en el Perú? Estuviste cenando en la Casa de Chamorro Ugarte, un personaje importante en la vida teatral de Perú.
Cuando cené en la casa del Doctor Ugarte Chamarro lo que recuerdo es todas las paredes llenas de máscaras. Allí estuve por contacto con el Celcit, una organización que dirige Luis Molina y que ha hecho mucho por la integración del teatro de las dos orillas, estaban en un intento de hacer una asociación de grupos. El primer grupo que invitamos fue Yuyachkani, también Juan Piqueras, el cual estaba tan emocionado en el coloquio que no pudo hablar y tuvo que hacerlo su compañera. También vino el grupo Cuatro Tablas. Conocí también el grupo la Quinta Rueda, dirigido por Ruth Escudero, de quien fui compañero de escuela aquí en Madrid. Pilar Nuñez también vino. Recuerdo haber hablado con una señora muy interesante, Sara Joffre.
Se pasó la hora, termina la gira, regresemos a Madrid, una obra en la que sacabais un helicóptero.
‘Adosados’. Era difícil, además estaba prohibido manejar un helicóptero a control remoto en un escenario. En lo que nos adelantamos es en que era un helicóptero que nos iba vigilando dentro de nuestras propias casas.
Evaristo fue mi personaje favorito. Siempre pensé que hacía las veces de tu alter ego.
Un robot Evaristo, era un robot que hablaba en escena. Cuando eso todavía era muy raro de ver. Y yo decía:
– Pues a este seguro que también lo han programado.
– Evaristo: No.
– Yo: Pero te habrán programado como a todo el mundo. Nosotros también estamos programados.
– Evaristo: No. Yo digo lo que me sale de los cojones.
Podrías despedirte de este momento, diciendo lo que te salga de los cojones.
Estoy muy contento porque creo que la única cosa que me llena es el hecho de contar historias, una vez yo me muera aunque estén escritas, no será igual. Porque como decía la frase de la película que hice en Chile: “Cuando yo me muera, todo el mundo se muere conmigo”.
En cierta manera es una alegría, se morirán conmigo, lo que ocurre es que ya no podré ser ni siquiera consciente de que me he muerto y de que han muerto. Un beso para todos.