Juan Margallo, ese hombre bueno
Llevo años intentando huir de los obituarios. Desde luego no voy a funerales ni entierros. Pero a veces las circunstancias se convierten en imponderables. Si miran a los cientos de personas o instituciones que se refieren desde ayer a Juan Margallo, fallecido el domingo, todo lo que destacan de manera señalada es su bonhomía. Su vida es un cúmulo de acontecimientos que lo encumbran a considerarlo eso que llamamos referente. ¿Referente de qué? Resumo desde mi subjetividad (por no decir egocentrismo que es lo que florece en los obituarios, más que resaltar al fallecido, se hace un acto casi propagandístico del que escribe o habla), el compromiso político, la búsqueda incesante de un teatro popular en el más noble sentido del término, el que se dedica a las clases populares desde temáticas que les ayuden a superar su situación y formas que les sean conocidas, asimilables y forman parte del mensaje completo.
El compromiso de Juan era global. Luchó de manera constante y diría que, hasta eficaz en ciertos momentos, en los reconocimientos profesionales de actores y actrices. Incesante, asunto que hay que señalar que durante años le señalaba y seguramente le privó de algunos reconocimientos y otras censuras invisibles. Pero su historia teatral está vinculada a la creación de grupos independientes, de montajes memorables. Su primer éxito fue “Castañuela 70” con Tábano. Lo vi en Barcelona en un lunes del Teatre Romea. En mi núcleo teatral nos dio para muchos debates. Precisamente por su contenido y su forma. Precisamente por descubrir que se podía alterar unas formas de “revista” que siempre contenían estereotipos sobre la mujer, la familia y demás asuntos reaccionarios, con temas políticamente más progresista en aquellos años. Fue un éxito de público en Madrid y acabó con intervenciones fascistas. Tuvieron que cerrar, y el siguiente montaje fue “El Retablo del Flautista” de Jordi Texidor, duró una noche, el régimen y sus tentáculos violentos reventaron la función. Y empezó una peregrinación por la emigración española en Europa. Tomen nota., Años setenta del siglo pasado.
De ahí en delante por motivos varios, Juan y Petra, no hay que olvidar que esta pareja es fundamental en todo, fueron creando grupos, movimientos, siempre acciones concretas para seguir en la idea de hacer un teatro popular, insisto, cargado de mensajes políticos explícitos. Y si miran su biografía es impresionante. El Gayo Vallecano, con sala incluida, El Búho con obras de autor, entre ellas una de Alfonso Sastre, “La Sangre y la ceniza” que sufrió un atentado en la Sala Villarroel de Barcelona, así sucesivamente, pasando por un incursión en la gestión poniendo en marcha el Festival Iberoamericano de Cádiz, que sigue en marcha todavía y que arrancó balbuciente, pero fue apuntando las bases para ser un lugar de referencia para esa comunicación entre las dramaturgias iberoamericanas. Una puerta abierta para conocer a los grandes creadores americanos.
Cuesta seguir narrando lo que ustedes pueden ver en cualquier red o comunicado institucional. Pienso ahora porqué los conocí personalmente, cuándo y quién fue la unión. Luis Matilla que se nos fue hace unos pocos meses. Juan y Luis hicieron un tándem magnífico con espectáculos participativos de niños y niñas en El Retiro madrileño, por ejemplo. Dramaturgo y director crearon un espacio inexistente. Y, desgraciadamente, por cuestiones inexplicables, aquello que era muy importante desapareció por intereses espurios.
Con Petra Martínez crearon una pareja creativa (además de compartir su vida) con la que hicieron montajes, de ella sola en escena, o de ambos. Esta última etapa debería ser estudiada con atención ya que son un perfecto legado para explicar el paso del tiempo, la memoria histórica relativa a las artes escénicas cercanas, lo mismo que los libros escritos por Juan en los últimos años.
Se nos ha ido. A veces las coincidencias nos hacen quedar más tranquilos. Se nos van yendo amigos a los que llevábamos meses sin saludar, ni abrazarlos. Con Juan y Petra, coincidí el viernes 21 en el Centro Cultural Valdebernardo viendo una obra de un amigo común. Charlamos de muchas cosas, iba con su tacataca, por problemas de equilibrio, su sentido del humor seguía intacto, su agudeza, pero siempre en positivo, siempre preocupado por recuperar detalles de la memoria teatral del siglo pasado. Nos despedimos como siempre: nos vemos.
Y aquí estamos. Recordándolo con admiración y sabiendo que ha hecho mucho por todos nosotros, por el Teatro, por la decencia profesional. Y no gritaba. Un detalle, en un ensayo al que asistí le marcaba a un actor sobre un gesto. Y le decía algo que me marcó en mi vida de director: un gesto concreto puede ser un gag, si lo difuminas es un garabato. Eso. No me esperes, confío en llegar muy tarde.