Juan Ruiz de Alarcón
Del cajón del olvido llamado ‘Siglo de Oro’ quiero rescatar a Juan Ruiz de Alarcón, el primer puente literario entre América y España.
Ya los títulos de sus obras son un tema. Por ejemplo, en estos tiempos de post verdad y otros datos, ‘La Verdad sospechosa’ es una advertencia profética; y qué decir de ‘Las paredes oyen’ ahora que no hay palabra o acción que no lleguen a oídos interesados y nuestros modestos datos son motivo de comercio.
Sigo con la revisión de títulos: ‘Mudarse por mejorarse’ tan adecuada para los políticos actuales, veletas que cambian con el sentir de los vientos.
Juan Ruiz de Alarcón fue un prodigio: indiano que se plantó en el centro del foro madrileño, en aquel tiempo en el que La Comedia Nueva dominada por Lope y sus seguidores, imponía modas y modos. Se atrevió a ser lo que el destino le negaba desde su nacimiento: un personaje de su tiempo.
¿Por qué escribo sobre Juan Ruiz de Alarcón?
En este tiempo de piel frágil, en donde la ofensa cunde en cada opinión, en el que tenemos temor del agravio propio y ajeno, en donde se habla por eufemismos para no herir susceptibilidades, la lección que nos deja el combate de este hombre de dos mundos del siglo XVI y XVII es estimulante.
Juan Ruiz de Alarcón entró a la arena como un intruso, ante el mundillo teatral de su época, era como un extranjero, un indiano, sin valor ni alcurnia, y además un deforme diabólico. De hecho, todo recién llegado al cerrado mundo del arte es un intruso, aunque el caso de Juan Ruiz de Alarcón fue extremo. Pero en cuanto tuvo sus primeros éxitos, la envidia y los celos centraron la atención de sus competidores en sus deformidad congénita. Y los ataques más hirientes no se hicieron esperar.
Inicia la procesión nuestro admirado Quevedo:
¿Quién es poeta juanetes,
siendo, por lo desigual,
piña de cirio pascual,
hormilla para bonetes?
¿Quién enseña a los cohetes
a buscar ruido en la villa?
Corcovilla
¿Quién tiene cara de endecha
y presume de aleluya?
¿Quién, porque parezca suya,
no hace cosa bien hecha?
¿Quién tiene por pierna mecha
y torcida por costilla?
Corcovilla
(…)
¿Quién es mirarle dolor?
¿Quién es mirarle mancilla?
Corcovilla
Les ahorro la letanía que sigue en iguales términos.
Juan Ruiz responde con igual fervor hiriente a las pullas:
¡Oh Musa! Dime quién es
la infamia de cuanto vive,
quien contra todos escribe
escribiendo con los pies.
Y aquel que ofende, ¿cuál es
a todo viviente, en suma,
con infame lengua y pluma,
a quien nunca el agua moja?
Patacoja
Las ahorro también la extensión de la respuesta, baste recordar que Quevedo era cojo.
Quevedo no se queda callado:
Tanto de corcova atrás
y adelante, Alarcón, tienes,
que saber es por demás
si es que te corcovienes
o es que te corcovás.
A decir de Agustín Millares Carlo:
La aplebeyada gente de pluma […] lo compara con una mona, con el enano Soplillo, bufón de Su Majestad […] Dicen que tiene el pecho levantado como falso testimonio […] que es un poeta entre dos platos, que es el zambo de los poetas y el sátiro de las musas […] que la “D” de Don que se empeña en anteponer a su nombre no es más que su medio retrato.
Para la época parecía un enviado del diablo, deforme, zambo y pelirrojo, pero como Ricardo III, el personaje de Shakespeare, supo vencer su deformidad y alcanzar fama, poder y fortuna. Encontró su lugar gracias a su talento y también a la furia con la que fue atacado. ‘Veneno que no mata, fortalece’, nos dice la sabiduría popular. Y lo recordamos por el valor de sus obras y por el encarnizado veneno de sus colegas literatos.
Concluyo:
El más moderno de los clásicos por la verdad de su infortunio y por su voluntad de sobreponerse que se proyecta en lo humano de sus obras, algo que lo conecta con el teatro moderno. Sufrir para vencer.
París, enero de 2024
Hola, este mensaje para Enrique Atonal. Gostaria tener notícias de el. Gracias por darle mi contacto, le conocí durante sus años como periodista en París para RFI. Gostaria tomar un café con el en memoria de los años pasados. Gracias, Marie-Hélène
Hola Enrique, ¿ Como estás ? ¿ Podemos vermos para une café ? Marie-Hélène