Juego de niños
¿Por qué será que con el tiempo vamos perdiendo esa innata capacidad de jugar?
En el fondo no es que en nosotros se elimine por completo el deseo lúdico sino que lo reprimimos porque a un adulto hecho y derecho jamás se le ocurriría perder el tiempo en juegos. Eso sería poco serio y demasiado infantil.
¿Perder el tiempo?
Es que sin darnos cuenta siquiera vamos permitiéndole a la vida y al medio en el que nos desenvolvemos, ir moldeando nuestra adultez haciéndonos seguir patrones de comportamiento pre establecidos acorde a nuestra edad cronológica; los adultos deben comportarse como adultos.
En el fondo no es que perdamos nuestra capacidad de jugar sino que disfrazamos nuestro actuar de seriedad; los juguetes son distintos y los juegos también. Todo se complejiza, incluso hasta el extremo.
¿Y a quien se le ocurrió decir que jugar no es algo serio?
Si alguna vez fuimos dichosos deslizándonos sin control por una pendiente nevada sobre una simple bolsa plástica de supermercado, siendo adultos y sobre todo adultos serios, si no tenemos un equipo de última generación con marcas vistosas mostrando nuestro pretendido estatus económico mal entendido como un posicionamiento social, si los esquís no son parabólicos, los lentes con filtro uv y la tenida top de linea, la nieve deja de ser un campo de juegos.
El galope por la cocina montado sobre la escoba, debe ser obligatoriamente reemplazado por un paseo a campo traviesa, ojalá propio, montando un caballo de fina sangre.
Si de niños jugábamos con una caja de zapatos pretendiendo ser un camión, de adultos seguimos jugando a los autos pero idealmente con un Ferrari rojo descapotable.
En la sociedad contemporánea pareciera ser que de adultos dejamos de jugar solo para divertirnos y lo hacemos con el fin de aparentar sin que esto necesariamente nos divierta.
Es sabido que los juguetes de adultos son más complejos y caros que los de un niño y para obtenerlos muchos se rompen el lomo durante años para creer que los disfrutan durante un mínimo de tiempo en relación al sufrido para obtenerlo.
No es necesario sufrir para jugar.
Los abuelos suelen divertirse más con sus nietos que los padres con sus hijos.
¿Será que los años le dan la suficiente sabiduría a los abuelos como para entender que el disfrute del juego está en la actitud más que en el valor material de los objetos?
Lo más triste del asunto es que a pesar de todo, resulta tan fácil jugar; sólo necesitamos de nuestra voluntad para hacerlo. Superar la auto censura y simplemente hacerlo.
Puede que hayamos perdido el hábito de hacer de la fantasía nuestra mejor aliada en los juegos pero teniendo eso claro podemos recuperarla.
Juguemos a creer que la escenografía de cartones y pintura en realidad es el palacio medieval que pretende ser, involucrémonos en la historia hasta hacernos cómplices del protagonista y enemigos del anti héroe. Juguemos a dejarnos transportar en el tiempo y en el espacio por la trama representada.
Dejarse seducir por las artes escénicas es una buena fórmula como para recomenzar a jugar y divertirnos con las cosas simples de la vida.
Aunque los actores se pierdan en sus parlamentos, aunque la escenografía no sea de calidad, aunque la trama tenga sus falencias, dejemos que nuestra imaginación solucione los inconvenientes de la representación y juguemos a creer.
Juguemos otra vez. Juguemos con los niños. Juguemos a ser niños. Aprendamos de ellos. Nunca dejemos de jugar.