Sud Aca Opina

Jugo de naranja

Desde hace un tiempo, por las mañanas antes de llegar a la oficina, de vez en cuando me compro un exquisito jugo de naranjas recién exprimidas. Uno de verdad, no como esos donde lo más cerca que ha estado el jugo de una naranja verdadera, es la foto de la etiqueta en el envase.

Una peruana inmigrante, seguramente indocumentada como ya hay muchos en mi país, usando un carro de supermercado adaptado para la función, vende unos jugos excelentes como para empezar la jornada laboral con un relativo entusiasmo.

A eso de las 8 todo el mundo va atrasado por lo que su servicio expres es muy bienvenido e incluso necesario para saborizar la mañana.

Como todo emprendedor, comenzó tímidamente pero al poco tiempo ya tiene una clientela consolidada, vende tantos jugos que mientras ella exprime y va llenando los vasos, tuvo que conseguir una ayudante que va cortando las naranjas en mitades para agilizar el proceso.

Tiene tanta demanda que para el pago dispuso un jarro donde los clientes ponen los billetes y ellos mismos sacan el cambio. Algo un tanto especial en un país donde los aprovechadores se ven por doquier y seguramente pagarían uno pero se llevarían varios. Cosa que en este caso en particular, no sucede.

Lamentablemente hoy por la mañana vi a una camioneta de la Municipalidad que se llevaba el carrito y un saco lleno de naranjas sin exprimir.

No más jugo de naranja.

De la peruana ni rastro ya que por indocumentada seguramente prefirió perder el negocio a ser deportada.

¿Por qué forzarla a tener que re comenzar y quizás dedicarse a una actividad delictual donde de seguro le iría mejor en términos económicos?

Robar, vender droga, ser prestamista usurero, etc… son por lejos actividades más rentables.

No molestaba a nadie y con su disposición optimista y su palabra siempre amable, a todos nos daba ese último empujoncito para llegar al trabajo.

Tampoco se trata de un libertinaje en que todo el mundo haga lo que quiera y donde quiera pero creo sería mejor regular que tratar ilusamente de erradicar.

Un porcentaje minoritario de los indocumentados son quienes le dan mala fama a sus connacionales.

La gran mayoría se esfuerza para ser aceptados e idealmente acogidos por la sociedad a la cual se quieren integrar buscando mejorar sus vidas y las de sus familias.

Tratan de superar el rechazo natural con una sonrisa, amabilidad y eficiencia en lo que hacen. Muchas veces, si no la mayoría, hacen lo que hacen mejor que los locales.

Por el sistema de libre mercado en el cual fuimos introducidos a la fuerza, nuestro país es el triste poseedor de algunos records negativos como el de ser el país más bebedor de américa latina, el que tiene la mayor tasa de depresión, en términos generales ser el menos feliz y un par más de records que no vale la pena mencionar.

Además estamos tan al sur del planeta que nos falta un poco de acercamiento al mundo y tropicalismo caliente para alegrarnos.

Hace algunos años atrás, no teníamos población de color y hoy no es extraño cruzarse con un haitiano errante en busca de trabajo o ecuatorianos vendiendo lo que sea.

Las fronteras son para los mapas y los políticos. Todos sentimos orgullo por el lugar de nacimiento pero eso no puede ser motivo de segregación ni rechazo.

Espero sinceramente que además de la vuelta del jugo de naranja a la misma esquina mañanera, los inmigrantes nos traigan algo de alegría.

La necesitamos.


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