Críticas de espectáculos

JULIO CÉSAR. Teatre Lliure

RESERWAR DOGS

(Julio César, de William Shakespeare. Compañía Teatre Lliure. Dirección Àlex Rigola. Temporada 2003-2004)

La ambición del Poder que conduce al tiranicidio y su corrupción posterior, las luchas intestinas por ese Poder y la autoeliminación del asesino tras su derrota político-militar, constituyen el desarrollo, de planteamiento a desenlace, de esta tragedia de Shakespeare. La encarnación del poder ejecutivo de Julio César será encarnizadamente aniquilada por los ejecutores de una conjuración que librará a Roma de su endiosamiento, a manos de unos “perros de presa”-a diferencia de los perros melancólicos que ladran a la luna- que acorralan a su víctima con estética de ejecutivos agresivos de “Caiga quien caiga”.
7 hombres sin piedad 7 que consuman, por compasión hacia Roma y hacia el propio emperador, el magnicidio del magnánimo César –que lega a los romanos su dracmático testamento-, merced a la proverbial brutalidad de un Bruto –“Aquí hay un hombre”, y un nombre- suicidado tras la derrota de Filipos -acto de “eutanasia procesal”(por usar una expresión cara a Gustavo Bueno senior) del conspirador de manos tintas en sangre-.

TRAGEDIA EN BLANCO Y NEGRO (Y COLOR SANGRE)

En una puesta en escena mínimal destaca la complementariedad cromática del blanco y el negro de celda de comisaría, sala de hospital psiquiátrico, salón de reuniones en la suite de un hotel con mobiliario negro -mesa y sillas, y la oscuridad de los vanos de las puertas- y atrezzo -testamento negro- con la nota de color de arco iris de los mensajes. E idéntico maniqueísmo determina el vestuario de pantalones negros y camisas blancas de unos conspiradores a cuerpo -en las que salta la sangre y resalta la culpa- por contraste con la desnudez de los ejecutados, los esclavos y los derrotados en la batalla –a cuerpo descubierto- reducidos a su animalidad, a excepción de Casio –el brazo en cabestrillo del instigador de la ejecución y la camisa blanca del quien no desnuda su culpa-, y de Porcia –vestido rojo brillante del suicidio, rescoldos de su pasión por Bruto- y Octavio, el niño perverso, con sus juegos de guerra de luces de colores. Y, como contrapunto, el mono azul de los figurantes del pueblo de Roma y el espectro de César, de riguroso luto -tras las 33 puñaladas a un “Ecce Homo”-, seguido de un perro negro, semoviente símbolo del misterio de la muerte –“el perro de los Baskerville” en un thriller clásico-.

LA GUERRA DE LOS MUNDOS

La caída del nombre del imperio romano –wOrd y wAr-, ROMA, marca el paso de la 1ª parte, Word –El mundo en guerra-, a la 2ª, War -La guerra de los mundos-, subrayado por una banda sonora que va del techno a la música melódica, pasando por la Cabalgata de las Walkirias, acompañando -sobre la pasarela de un blanco corredor alfombrado- la epiléptica interpretación de Cesar –con gestualidad maniática de Calígula o un “idiota” dostoievskiano-, que va dando la réplica a los temperamentales varones secundarios de la conspiración, dotados de una dicción sostenida y caudalosa, trémula o insinuante, de tono ascendente -que recuerda al Luis Merlo de otro montaje de Shakespeare-, aunque en algunos se pierda la cadencia o la musicalidad, frente al “pathos” trágico de Porcia.
Ritmo interno de la acción acompasado, pues, con la retórica del diálogo, doblemente clásico -Plutarco y Shakespeare, ¿vidas paralelas?- y una expresión corporal, diríamos, coreográfica de las pasiones humanas: exaltación, temblor ansiedad o desesperación –en diálogos de relación que retransmiten marathonianamente la batalla de Filipos-, y todo ello con un taller de sonido que reproduce las psicofonías de micrófono de la sociedad de Medios, de los micrófonos de la globalización –en campaña mediática, puñaladas de la información- frente al vocerío del populacho y el juego lumínico, desde la blancura deslumbrante de las paredes o la luz temblorosa y mortecina niebla al oficio de tinieblas y oscuro total, con la rúbrica de los efectos especiales de los fenómenos naturales y los sobrenaturales, en una excelente puesta en escena, con dominio técnico y economía de medios, que representa desde su minimalismo la magnitud dramática de un Julio César.


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