Kilimanjaro/Ernest Hemingway/Teatro de Almada
Rodrigo Francisco asciende el Kilimanjaro
Ernest Hemingway (1899-1961) escribe Las nieves del Kilimanjaro en 1933 y proyecta en este cuento su personalidad y visión de la existencia ante la muerte. Un escritor, Harry, con su esposa, Helen, acuden a un safari en Kenia; a causa de una herida, se le gangrena la pierna y sin recursos sanitarios espera la llegada de la muerte. El alcohol, el no querer afrontar la muerte por parte de la pareja que induce al engaño a Helen, y la huída a territorios del recuerdo o la ensoñación alejan momentáneamente la idea recurrente de la muerte, que al final del relato acude al encuentro. La estructura del cuento se construye en un contrapunto literario que, en esos años, era una de las técnicas narrativas que se ensayaba y sorprendía al romper la tradicional linealidad del relato.
Rodrigo Francisco, director del Teatro de Almada, realiza la dramaturgia de este cuento que escenifica, respetando el relato del progresivo deterioro de Harry, que actúa como hilo conductor, intercalando retazos de novelas u otros escritos (anteriores o posteriores a 1933), para presentar ante el espectador, al narrador y al hombre. En Kilimanjaro, este es el título de la propuesta, se escucha la prosa palpitante de Hemingway, con detalles y matices, de los últimos días de Harry en este paraje africano, junto a otros textos enhebrados por el dramaturgista que aproximan el hombre (Hemingway) al espectador.
La selección de textos demuestran un profundo conocimiento de la personalidad del escritor y su obra, al tiempo que le ayudan a construir su perfil biográfico, pues la obra literaria de Hemingway se apoya en sus avatares, aventuras y lances, por donde se cuelan retazos de la Europa atribulada en conflictos de los periodos de guerras y entreguerras, y de América del Norte. Sin embargo, el interés de Kilimanjaro reside en la apertura a la psicología y modo de ser del escritor americano y su presentación sobre el escenario.
Así transmite la imagen de un hombre depresivo y ciclotímico, que desaprovecha conscientemente su talento, enredado en lances de amor o por juergas sin fin. La angustia, las obsesiones existenciales, el miedo o la soledad le desazonan y oprimen. Junto a este proceso introspectivo, que le deteriora psíquicamente en connivencia con el alcohol, se ve al hombre comprometido y luchador contra cualquier forma de totalitarismo. Lo más destacable de esta dramaturgia se encuentra en el ingenio para dibujar este retrato a base de la selección de textos, extraídos de sus narraciones, que se transforman en escenas dialógicas que se suceden alternando con la historia del safari africano del original de referencia.
De este modo, la narratividad escénica fluye de manera eficaz y el conocimiento del personaje llega a través de sus acciones, de los leves conflictos con otros personajes o de los diálogos que se establecen. Acaso, el único inconveniente de la trasposición de la estructura contrapuntística del papel a la escena se encuentra en la previsibilidad por la sucesión y alternancia de escenas, que crea estructuras paralelas esperables y restan expectación, que pueden cansar por su repetición sucesiva, si bien aquí se soslaya la fatiga por el interés del personaje. Por otra parte, resuelve con oficio las transiciones de una a otra escena, a base de oscuros donde se escucha, con brevedad, el fragmento de una carta, que acerca con ternura al hombre que escribe a su madre o con canciones, que rompen el silencio.
La puesta en escena se realiza sobre el escenario del teatro de Almada, en disposición de arena, con gradas alrededor, donde se ubica el público; la cuarta pared, el telón echado. La alternancia del texto exige variedad de objetos para diseñar el espacio escénico, siempre dentro de un planteamiento metonímico y realista: una cama en una tienda de campaña para las escenas de África; elementos que marcan los lugares de referencia, cuando Hemingway visita la primera guerra mundial, la de España o diferentes rincones de América, Italia o España. La luz acota el área de actuación, en diferentes ángulos del escenario sin repetirse en continuidad. Al mismo tiempo la iluminación significa dramatúrgicamente, creando atmósferas que conectan con el personaje y acentúan el carácter banal, introspectivo o su relación con otros personajes, tanto en tiempos de paz como de guerra.
Los intérpretes en clave realista ofrecen ante todo mucha información a los espectadores. Los muchos personajes son incorporados por ocho actores que deben cambiar de «piel» en cada escena. Esta exigencia textual impide la empatía del actor con ninguno de sus personajes y permite algo que se busca, el seguimiento de la historia que cuentan y gira alrededor del protagonista. Los actores tienen clara su función, servir a un texto, y es una tarea que desempeñan con eficacia, sin intentar la construcción psicológica. Basta con rasgos externos que enmarcan la realidad con su expresión oral, comportamientos o actitudes, y el director trabaja por contener los excesos interpretativos que, en ocasiones, llevan a la sobreactuación a los que tiende el actor portugués. Además ejecutan con precisión el tempo rápido marcado por la dirección en movimientos y cambios, y se sitúan compositivamente allá dónde dispone el director. En resumen, un reto dramatúrgico y de escenificación, el ascenso a la nieves del Kilimanjaro, que Rodrigo Francisco resuelve con nota, marcando también una nueva línea de programación en el Teatro de Almada.
José Gabriel López Antuñano