Incendiaria en combustión

La actriz y el fuego

Escribe Gordon Craig en On the art of Theatre que la über-marioneta sería, en realidad, un actor, solo un actor, pero «con más fuego y menos egoísmo: el fuego de los dioses y de los demonios, sin el humo y el vapor de la mortalidad».

Supongo que lo que más me atrae del teatro es la necesidad de la otra persona, de ese encuentro colectivo donde es más importante la superación personal que la superación de la otra persona, donde nos explicamos y nos cuestionamos a través de las demás. Supongo que lo que más me fascina es el incalculable valor de la experiencia que supone sumarse a un equipo de personas que salen a buscar, sabiendo que el destino va a ser regresar con las manos vacías. Y, posiblemente, también con más preguntas. Y ese es el sentido.

A estas alturas del año, me fascina el regalo inmenso que cinco creadores me han ofrecido al escoger el texto Memoria do incendio para su trabajo final de grado y retarme a llevarlo a escena. Con él, me regalan la oportunidad de que la directora que llevo por dentro, descubra a la autora que me habita cuatro años después de la publicación del texto –seis años después de su inicio- y que se manifieste la actriz que me impulsa con mayor fuerza que nunca exigiendo fuego.

Como si de un texto-iceberg se tratara, el grupo sale a buscar y en la búsqueda afloran las raíces personalísimas de cada uno que apuntan rumbos inesperados para volver a sumergirse profundas. Es un trabajo de asociación libre y de derivación que proponen las voces del texto y que manejan los talentos creativos de las actrices Alba Alonso y Aisa Pérez, los actores Andrés Seara y Davide González y la escenógrafa Ana Duarte. Y de su mano llego al «Poema del tiempo y de la hora», que recoge el «Eclesiastés»: «Es cierto que todo tiene su hora y hay un tiempo fijado para cada asunto bajo los cielos: un tiempo para nacer y un tiempo para morir (…) un tiempo para esparcir piedras y un tiempo para amontonarlas, un tiempo para abrazar y un tiempo para abstenerse de abrazos, un tiempo para buscar y un tiempo para perder». Me detengo en este versículo, justo porque descubro que no hay un tiempo para encontrar. Entonces, el sentido es desprenderse, disfrutar de la búsqueda y de la pérdida, desprenderse de la voluntad de querer encontrar algo, de conseguir, a no ser encontrarse buscando y perdiendo.

El fuego existe como luz, como calor, como destrucción, como sacrificio, como protesta, como liberación, como purificación, como iluminación, como castigo y, de nuevo, como forma de desprendimiento. Fuego como estado natural de la actriz y del actor que se desprenden de sí mismos. Y ahí surge la pregunta: ¿Cómo perder intencionadamente la intención y desprendernos de nosotros mismos siendo nosotros mismos? Es una de esas paradojas que requiere la escena: ese lugar que permite mostrarnos sin ser vistos, que nos permite estar presentes sin mostrarnos, que nos permite ser sin que seamos y que desaparezcamos sin desaparecer.

Decía también Craig que «el esclarecimiento vendrá de las piedras que nosotros mismos quebramos, sentados martillando en nuestro camino alegre o lleno de polvo». Por lo pronto, además de picar piedra en un contexto polvoriento, toca golpearla hasta que de la piedra salte el fuego y aparezcan las respuestas, que nunca se encuentran.


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