La amistad en la cultura
La utilidad de las palabras va más allá de nombrar y ubicar las cosas y los actos de la gente, porque por ser depósitos de ideología, son de gran importancia para magnificar las cosas y los hechos, mantener las diferencias sociales invocando la resignación, y hacer soportable por ello la estructura del poder de manera que genere en unos la creencia de estar predestinados para poseerlo por siempre, y en otros la convicción de que el destino los ha elegido para soportarlo.
Las palabras tienen la tarea de acomodar socialmente toda estructura nueva, para que vaya tomando la consistencia de poder que tienen las tradicionales, y nos parece que es lo que ha venido sucediendo en los últimos años con el sector cultura, pues su papel como parte del engranaje del ejercicio de poder desde la estructura del estado, es reciente, porque la cultura se ha comportado siempre como una actividad accesoria a la cual solían acceder las personas por iniciativa propia, con la seguridad de que estaban realizando una tarea que les produciría cualquier tipo de satisfacción, menos la económica.
Y es justamente ese nuevo ingrediente, el de la inclusión del concepto de economía como el único medio a través del cual solo es posible hacer cultura, el que ha empujado al sector a asumir nuevas denominaciones y además, modificar el sentido de otras cuyo concepto ha estado tradicionalmente relacionado con asuntos de solidaridad y confraternidad, para ajustarlas a los nuevos modelos de utilidad y rendimiento exigidos por toda actividad acoplada a los esquemas actuales de la economía.
Quienes hacen actividad cultural desde hace más de dos o tres décadas podrán testimoniar que muchas expresiones o palabras pronunciadas en el entorno de cultura tenían una simbología de solidaridad, que bien podía contrastar con el interés financiero y el escalamiento social. Lo anterior no quiere decir, en manera alguna, que en el sector cultura hayan escaseado a lo largo de la historia las pasiones, las maquinaciones, las perversiones, las manipulaciones, los intereses económicos y muchas otras conductas que suelen afectar las relaciones humanas, porque éstas siempre han existido; pero la diferencia entre esas épocas y la actual radica en que como a la actividad cultural no se le había ensartado aún en el orillo un marbete con el rótulo de estado, las discrepancias entre quienes ejercían la actividad cultural, o entre los mismos artistas, generaban un discurso, creaban una controversia y eran por eso susceptibles de ser resueltas en la arena de la vida cotidiana.
La actividad cultural, a pesar de que es llevada a cabo por personas cuyas características han sido consideradas tradicionalmente ajenas a pasiones, competencias e intereses personales, no ha escapado a las definiciones utilitaristas de las palabras, pues muchas de las que se van incluyendo en su léxico, están destinadas a fortalecer su imagen como algo de relieve social, útil para mejorar el estatus.
La palabra amistad, es una de aquellas expresiones cuya conceptualización ha debido cambiar para ajustarse a los nuevos requerimientos del acontecer cultural, porque si en épocas pretéritas simbolizaba la unión de voluntades para hacer análisis y construir un diálogo para debatir acerca de cómo transformar la realidad impuesta, ahora quiere decir hacer concierto para distribuir prebendas.