Y no es coña

La anormal normalidad

Esta primera semana del año 2011, se va a producir un acontecimiento de gran importancia en el sistema teatral estatal español. Rodrigo García estrenará su última obra, ‘Gólgota Picnic’, en coproducción con el Centro Dramático Nacional y en una de las sedes de esta organización madrileña. Hace dos años, en el mismo lugar fue Angélica Liddell quien estrenó una de sus últimas obras. Algún creador contemporáneo más ha pasado en los últimos años por esa estructura estatal tan centralista y obsoleta. Cuando se mira con perspectiva se entiende que los arriba mencionados han formado parte de una cuota, como para aligerar los pesos de la mala conciencia.

Dijéramos que la normalidad que sería que los creadores que más reconocimiento tienen en todo la Europa teatral, que concitan las más grandes procesos críticos junto a unas corrientes de opinión y de públicos muy activos, deberían tener, por lógica, un lugar adecuado en las programaciones de los aparatos de producción que más presupuesto estatal consumen. Pero la anormalidad es la constante de un ministerio descabezado. Y para no darle la importancia que no tiene, no se trata de la actual ministra de las SGAE, sino que es un vicio ancestral, se diría que una de las lagunas básicas desde la fundación del Centro Dramático Nacional, entidad que de alguna manera sustituía a los Teatros Nacionales franquistas.

Se seleccionan a directores por procesos nada claros, que una vez elegidos consideran les han nombrado duques de un castillo feudal. Ellos reinan sobre todo lo que se hace dentro de las murallas de su feudo, contratan, eligen las obras, y si miramos en las programaciones de los últimos veinticinco años, comprobaremos como se trata de una sucesión de caprichos, de resucitar fantasmas de cada director, sin aparente coherencia, pero que es la visualización de una ideología muy clara: conservadurismo, divismo, personalismo, colocar al director de escena por delante de todo, incluso en la cartelería se coloca el nombre del director en valor tipográfico parecido al del propio centro, pero siempre apoyándose, por si acaso, en perchas de solidez universal.

Eso significa, resumiendo, que las dramaturgias coetáneas, los autores vivos no aparecen, que los directores emergentes, los creadores con nuevas estéticas, son condenados desde el Poder, a los exteriores del sistema. Una situación indefendible, totalmente antidemocrática, un dislate cultural, una barbaridad política, una injusticia perpetuada por el silencio cómplice y las componendas con visos de corruptelas. Pero no se puede decir nada de esto. La sociedad teatral española está adormecida, se da por supuesto que este sistema de funcionamiento, de mal funcionamiento, de las unidades de producción del INAEM, es un dictado divino, una tablas de la ley, inamovibles. Y nada de eso. Miren por favor un poco hacia arriba, hacia Europa, incluso, en ocasiones hacia Catalunya, y verán como las cosas pueden y deben ser diferentes.

Si no están convencidos, háganlo por solidaridad o por si acaso. El teatro, las artes escénicas, es algo que se hace en el momento, es decir es algo vivo, que necesita obligatoriamente la presencia de los espectadores, y, por lo tanto, deben crecer en gustos, inquietudes, planteamientos de utopías o rebeldías de forma conjunta. Si se quiere renovar a los públicos, se deberán buscar a los públicos nuevos, y a estos públicos no se les puede interesar sólo con problemas burgueses del diecinueve, por muy bien pintados que estén los cerezos del jardín. Deben crecer creadores y públicos a la vez, y deben tener los recursos, pocos y menguantes recursos, todos los que realmente están funcionando y, si me apuran, más los jóvenes, que los instalados, los comerciales, los que ya tienen el apoyo de medios de comunicación, crítica acartonada y públicos que se identifican con esas naderías escénicas que tanto se prodigan.

Como ven la anormalidad es demasiado normal. Celebramos que Rodrigo García pueda trabajar en condiciones, que tome el palacio de invierno, pero que no se vaya, por favor. O demolimos lo mal construido, o lo reformamos.

¿En qué parte de la Constitución española está escrito que las producciones propias del CDN las disfruten, o las sufran, solamente los ciudadanos de Madrid?

Este año seguiremos preguntando, que nos han dicho que no es ofender.


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