La antropología teatral y el espectador (y III)
Decíamos que el espacio que el espectador comparte con el actor ha sido denominado espacio de intenciones compartidas. Inicialmente desde las neurociencias a este espacio se le llamó de acciones compartidas. El origen de esta expresión reside en este grupo neuronal, las neuronas espejo, que se activan tanto en alguien que ve accionar (realizar una actividad con objetivo) como en alguien que realiza esa acción. Investigaciones posteriores consiguieron descifrar que, en realidad, más que comprender acciones, este grupo de neuronas se dispara en el receptor (espectador) en la comprensión del objetivo de la acción del emisor (intérprete), de ahí, espacio de intenciones compartidas. Estos comportamientos inducidos son percibidos por el espectador antes de que se realice la acción o incluso sin que se llegue a realizar, dejando al espectador construir su propio teatro, concepto que coincide con el de pre–interpretación del espectador correspondiente con la pre–expresividad del actor, central en la comprensión de una comunicación teatral.
Con esta nueva perspectiva, la pregunta que se planteaba en la columna anterior de esta serie sobre la antropología tendría una respuesta distinta: ¿la antropología teatral y lo que significa para el trabajo del intérprete, habilita la bidireccionalidad en la comunicación teatral?, o sea, ¿permite que se hable de un teatro que signifique y modifique y no de uno de exhibición y poco transformador? Sí. En efecto, la inducción perceptiva demostrada empíricamente ante presencia de acciones ajenas permite al observador una experiencia inducida previa a su aparición (o incluso ante la falta de esta), estado que se puede calificar de pre–receptivo que habilita el uso de la antropología teatral en el espectador. Entendiéndolo así, se podrá aplicar una danza de oposiciones en el espectador como experiencias opuestas no corporales que generen distintas energías en su proceso de observación al habitar ese espacio de intenciones compartidas con la escena. Igualmente podrá aplicársele el equilibrio precario receptivo en su experiencia como espectador–intérprete porque interpreta a la vez que el actor. El mismo razonamiento aplicaría a la inconsistencia consistente: el actor la usará como argucia de construcción de personaje que lleva a ese dilatar de su acción y el espectador como estado de experiencia que le permite completar la acción que el actor no lleva a cabo.
Desde el descubrimiento de las neuronas espejo y su aplicación al campo de la representación teatral, se puede afirmar que existe un estado de alerta que le permite al espectador predecir, pronosticar, vaticinar acciones y estados que le hagan experimentar en un estado anticipatorio, pre–interpretativos, es decir, las neurociencias ayudan a entender que la antropología teatral aplica al receptor tanto como al actor, pero ¿qué tipo de trabajo tiene que realizar el actor para que esto suceda? Porque no todo vale. Asistimos con frecuencia a representaciones en las que los intérpretes parecen no estar dotados de la vida que quiere emanar de sus personajes y esa responsabilidad es de ellos, de sus directores y en última instancia de la dramaturgia, pero nunca del espectador.