La barca sin pescador
LA BARCA SIN PESCADOR.
Teatro Fígaro.
Autor: Alejandro Casona.
Intérpretes: Pedro Civera, Mario Martín, Alejandra Torray, Elvira Travesí y José Lifante entre otros.
Dirigido: Angel García Moreno.
Una red de sueños
Alejandro Casona nacía el 23 de marzo de 1903 y, como numerosos intelectuales españoles, fue forzosa víctima de una guerra incivil e injusta. En 1937 se veía obligado a abandonar su país, su familia, su vida. Este hecho sería una constante en la obra del “poeta del teatro español del siglo XX”. Sus trabajos posteriores al exilio se verían vestidos por una nostalgia trágica, una sentimentalidad doliente, un amor inextinguible a su Asturias natal, cuna de recuerdos infantiles y maternos sueños. Así, hubo de escribir un poema a su aldea asturiana, en forma de teatro, que llamaría “La dama del alba”. Pero si hay un texto donde manifiesta, contundente, esa dualidad, esa doble y obligada existencia es “La barca sin pescador”. Quién sabe si en el alma de Casona dormía ese pescador a quien echan de su navío, su preciado tesoro…
Hay una clara diferencia entre el primer acto, la oficina de Ricardo Jordán – Espacio un tanto reducido, decoración austera, fría, arropado todo por una luz apagadamente gris, como el alma del protagonista – y los dos actos posteriores en los que la acción se desarrolla en una aldea norteña – bien podría ser Asturias- Aquí el espacio es amplio, las sonrisas, la ternura, el cálido mundo de los sentimientos se abren al protagonista, viajante desesperado en busca de la vida que encontrará en ese lugar entrañable, donde se aprecian las cosas más sencillas que se olvidan “cuando uno lee muchos libros”.
Alejandro Casona quiso convertir su obra en una eterna declaración de amor a su tierra natal y a la bondad innata del ser humano, que olvidando su esencia, enmascara su conducta con una impersonalidad, algunas veces, más que hiriente. Esta dimensión eminentemente ética la ha recogido, fiel, Angel García Moreno, director del montaje que nos traslada a ese mundo casoniano que se mueve, ágil, entre la realidad y los sueños.
En algunas ocasiones es la muerte, excelsa dama, misteriosa peregrina, “amiga de los pobres y de los hombres de conciencia limpia” la que nos muestra el definitivo camino que conduce a la libertad, “el país del último perdón”. Esta vez, el protagonista de la ensoñación del autor es “El caballero de negro” un diablo humanizado, degradado (pertenece a la tercera clase, pequeño burgués), irónico, deliciosamente interpretado por José Lifante, quien pacta con Ricardo Jordán, Pedro Civera. Este deberá cometer un crimen para recuperar su fortuna. En ese instante, un grito anónimo habrá de perseguirlo eternamente, hasta llevarlo a la aldea donde la víctima de su voluntad, Peter Anderson, vivía acompañado por la más absoluta felicidad.
Son los remordimientos quienes lo llevan a un mundo distinto. La calidez de los sentimientos abruman al rico financiero. La verdad olvidada, como se olvida el paraíso de la infancia, se hace presente. Se enamora de la autenticidad de ese mundo, de su simplicidad, tanto es así que El caballero de negro anotará un nuevo fracaso en su currículum por cuanto Ricardo Jordán matará al antiguo ser que lo habitaba, el hombre frío, calculador. Nacerá de nuevo y ocupará la barca que antaño quedó huérfana y silenciosa.
La puesta en escena sigue de forma exacta las indicaciones hechas por el autor, se ha mantenido hasta el más pequeño detalle, como puede ser el remo sobre la puerta de la casa del pescador fallecido, símbolo de la viudedad de la mujer que la habita y muestra de su recuerdo.
Alejandro Casona imaginó una abuela cual árbol, que se resiste a perder las hojas, éste maravilloso personaje está interpretado por la gran dama del teatro, Elvira Travesí; dotó a la mujer de una dignidad admirable y de una sensibilidad doliente que nos transmite de forma magistral, Alejandra Torray.
Pedro Civera, como Ricardo Jordán, se encuentra mucho más a gusto en la Asturias creada por Casona. Él mismo nos ha dicho que el corazón es el mejor de los negocios. No se muestra tan frío, tan insensible como debiera ser el primer Ricardo, ése a quién habrá de eliminar gustoso, cumpliendo el contrato con el “seductor” Caballero de negro. ¿Quién no pactaría con un diablo como José Lifante?
No sabemos en quien pensó nuestro dramaturgo al escribir el papel que hoy interpreta el genial actor catalán, pero es como si en ese mundo de ensueño, hubieran viajado ambos para confeccionar cada expresión, para escribir cada palabra, para acordar conjuntamente cada gesto… Alejandro Casona volvió a España en 1962 porque tenía “hambre y sed de su patria”. Porque quería morir en su país, quería recibir en su barca a la “dama del alba” -¡Cuánta ternura al desatar los nudos últimos y qué sonrisa de paz en el filo de la madrugada!-
Casona, seguramente, habrá sonreído feliz, al presenciar este montaje desde su barca… Sobre la que continúa navegando, sobre la que continúa repartiendo infinitas dosis de amor con las que combatir los males de este mundo que, no ha cambiado en gran medida.